Elegancia, suavidad, delicadeza, sutileza, belleza, fragilidad, transparencia… Todos esos atributos determinan las piezas de Anna Talens (Carcaixent, Valencia, 1978). La obra de esta artista valenciana, que actualmente reside y trabaja en Berlín, nace de su propia intimidad, del poder evocador y expresivo del objeto, del material, la forma, el color, la textura… así como, del poder que radica y brota de sus emociones y sentimientos. Sus piezas dejan entrever la tensión latente entre la fragilidad y la dureza de los mismos materiales que selecciona intuitivamente. Precisamente, resultan cruciales los objetos encontrados de los que se sirve y con los que trabaja íntimamente. Todo ese proceso que realiza, es una búsqueda en sí, a través del juego y de la percepción, que transporta al espectador a un mundo único, imaginario, donde dar rienda suelta a las emociones.
En las obras de Talens es muy usual encontrar tejidos que ella misma teje, además de texturas muy diversas que le proporcionan sus materiales fetiche como la seda, el cobre o el cristal, entre otros, a los que otorga un lenguaje propio, poético. Si tuviera que definir las obras de Talens, diría que son como ella: sencillas y simplemente maravillosas. Imposible no enamorarse de sus piezas.
Pregunta: ¿Crees que el arte está reñido con la poesía?
Anna Talens: No, no lo creo. Dentro del arte plástico la poesía se puede conjugar de formas diversas; como por ejemplo, en la elaboración de objetos poéticos. Me viene a la mente uno de mis objetos, “El Libro de la poesía muerta”, donde pretendo conjugar y concienciar esa armonía intrínseca entre el arte y la poesía que parece algo olvidada en el arte actual.
P: ¿Cómo lo lograste?
A. T.: Compré un libro a un anticuario en Berlín que contenía frases escritas por una mujer entre los años 1915 y 1917, en plena I Guerra Mundial. Eran escritos a modo de diario, poemarios. En la cubierta se puede leer ‘Poesie‘ (poesía en alemán).
Lo que hice para confeccionar la pieza fue vaciarlo y llenarlo de hojas negras en relación con las muertes que tuvieron lugar durante la contienda. Por lo que el contexto del objeto original da significado al objeto y en él queda unido el significado propio con el significado otorgado. La poesía tiene una gran fuerza existencial, no es un lenguaje frágil. El arte actual, a veces parece querer alejarse de la poesía. Es por ello que yo quería hablar de eso, porque creo que hoy en día la poesía sigue siendo poesía y forma parte de nosotros, y por tanto del arte.
P: ¿Se podría decir que utilizas un lenguaje poético?
A. T.: Sí, claro, ¿por qué no? Trato los objetos, tanto los que puedo llegar a encontrarme como los que yo misma elaboro, desde la relación con el lenguaje poético, utilizando tropos y figuras poéticas, y no solo en los objetos sino también en los títulos.
P: ¿Por qué crees que la poesía suele relegarse al ámbito femenino? ¿Crees que tiene relación a que la gran mayoría lo tilde coloquialmente de ‘ñoño’?
A. T.: Creo que tanto los hombres como las mujeres gozan de una sensibilidad extraordinaria y que son capaces de sentir la poesía. Pero una gran mayoría considera que la poesía o mejor dicho el lenguaje poético, mal entendido, es ‘ñoño’. Tienes razón, sí, esa es la palabra que algunos suelen utilizar, quizás porque lo poético está relacionado con lo existencial y espiritual y pone de manifiesto lo íntimo, que a veces es rechazado porque desvela partes del ser que quedan ocultas ante la supremacía de lo superfluo. Puede ser esa la razón del adjetivo despectivo y de la actitud de rechazo.
En mi caso, cuando me refiero a espiritual, lo hago en el sentido de todo lo relacionado con el amor, la ternura, con el mundo interior que en el ‘vox populi’ erróneamente o intencionadamente se suele asociar únicamente con la mujer. Por desgracia, la presencia o el uso de la poesía y de la intimidad asusta o genera rechazo, en general, quizá porque pone de manifiesto lo íntimo en un contexto actual que se mueve entre otros parámetros.
P: ¿De dónde parte tu obra?
A. T.: Mi obra parte, a nivel de contextualización artística histórica, del objeto encontrado, del ‘Arte Povera’, pero más refinado, más transformado. Yo lo llamo “minimalismo orgánico”, una práctica que se vincula al lenguaje de algunos artistas brasileños, donde lo encontrado o manufacturado está organizado de forma geométrica y racional, casi en los límites entre el orden y lo arbitrario. Además, me gusta la contradicción, por ello mis objetos son antagónicos, y gozan de una doble cualidad, siendo libres y frágiles.
P: He leído que algunos ven en tu obra algo de ironía, pero sinceramente, yo no lo veo así. No obstante, sí veo ese juego, esa dualidad… ¿Me equivoco?
A. T.: En mi obra sí que se plantea y está muy presente el concepto del juego, del doble sentido; en ese punto se puede ver el vínculo con la poesía. Esto sucede cuando consigo que una obra te recuerde a algo o cuando uso un objeto determinado por un significado concreto y le doy otro matiz, etc. Ese es el juego de la poesía. Es como cuando, por ejemplo, en lugar de decir luna, dices ‘agujero de plata’. Es como volver a la descripción del mundo que va más allá de la ciencia, casi en la proximidad del mito. El lenguaje poético te permite describir la vida desde un juego de palabras. Y ese es el juego de la poesía, el que te permite describir el mundo de una forma alternativa, imaginada.
P: A la hora de trabajar, ¿tienes presente la visión de otras personas sobre tus piezas? En este sentido, ¿dejas que esos agentes externos afecten la esencia de tu obra?
A. T.: Es muy importante saber y tener en cuenta cómo los demás ven o sienten tu obra desde fuera. Me ayuda mucho hablar con personas con las que tengo mucha confianza y que conocen mi lenguaje para resolver algunas piezas. Con ellos aprendo, pienso, y me libero en compañía cuando tengo que tomar una decisión que no veo clara. En el diálogo uno a veces se responde a sí mismo, pero necesitas las palabras, los oídos y la paciencia del otro para reconocer las respuestas.
P: ¿Ser mujer condiciona tu trabajo?
A. T.: Mi obra se entrecruza con el lenguaje femenino, quizá porque se identifica a la mujer con lo frágil y sensible, pero tanto la obra como la poesía carecen de género y la mujer, como ha quedado comprobado, es mucho más que todo eso. No quisiera que mi obra quedase reducida o encasillada con lo femenino. Yo soy un ser, con mis propias ideologías, pero mi arte se declina hacia mi intimidad y surge de forma natural, como un diálogo con mi propia vida. Mi trabajo es racional y a la vez intuitivo. Digamos que me muevo en el grado de la ambigüedad, me gusta esta posición porque te da más libertad, la libertad de jugar con lo que existe para contarlo de otra forma.
La sociedad tiene miedo a cierto tipo de intimidades, aunque actualmente lo sexual ya se ha polarizado y lo existencial se ha quedado como tabú.
P: ¿Crees que tu percepción de la vida y de la realidad es igual para los demás?
A. T.: Realmente no sé cómo perciben la realidad los demás. Yo soy muy sensible al existir, al sentir, al vivir, y eso me hace sufrir y disfrutar mucho al mismo tiempo -subo y bajo- y en mi obra esto se refleja bastante. Digamos que hay una tensión permanente en mi proceso de creación que va desde lo estéticamente bello a lo sufrido; a veces no sé en qué grado vital me encuentro y mis obras me ayudan a definirlo.
P: ¿Cómo sientes ese proceso creativo?
A. T.: Lo vivo de forma muy natural, aunque aquellos que me rodean no saben muy bien cómo construyo mi mundo. Es una fusión de palabras, colores, sensaciones… No sé de dónde vienen o cómo llegan. Soy como un tamiz, un catalizador de lo que vivo y veo. Cuando el objeto está terminado sí creo que los demás puedan llegar a percibirlo y entenderlo, y, sobre todo, comprender cómo es mi mundo. Ahí está el diálogo con el espectador.
P: ¿Y cómo ves tu propio mundo?
A. T.: Podría decir que me muevo entre lo divino y lo humano, entre lo existencial y lo terrenal.
P.: ¿Qué puedes decir sobre tu forma de trabajar? ¿Te impones alguna disciplina?
A. T.: Es un proceso complejo en sí mismo, difícil de describir. Y no, no sigo ninguna disciplina estricta, solo voy contracorriente. La resolución de las piezas es algo continuo, llega cuando menos te lo esperas. Estás buscando soluciones constantemente, a veces sin ser consciente de ello. Por eso, a veces, resulta tan agotador, porque no desconectas, estás siempre pensando, trabajando y proyectando. El camino de evolución de la obra que sigo, más que una línea, es un árbol con ramas, por las que camino, regreso, algunas se quedan atrofiadas, otras crecen, es muy curioso y divertido ver con el tiempo como vas creando tu lenguaje plástico.
P: Es casi como una obsesión…
A. T.: Sí. Crear es un problema auto-infligido, algo que se provoca en ti y que necesitas resolver. Y esto ocasiona, muchas veces, la necesidad de aislarse en algunos momentos del mundo, de la gente que está en contacto contigo, para poder resolver las piezas, en un estado de concentración maravilloso.
P: Se diría entonces que te expresas y te construyes a ti misma, quiero decir, como ser individual, a través de tus obras…
A. T.: La escultura y la escenografía de la instalación son dos canales de expresión para mí. Muchas veces las cosas que quieres decir te vienen a través del objeto que estás construyendo. Por ejemplo, cuando perdí a un miembro de mi familia que murió muy joven, me puse a tejer con hilo elástico de color negro sin tener una idea preconcebida de lo que estaba haciendo. Así nació “El último suspiro”, un globo que nunca se va a poder inflar, porque está lleno de agujeros. En él ha quedado contenida aquella experiencia.
Digo esto porque una vez tengo la obra acabada entiendo lo que he querido transmitir. Es el objeto el que me dice por dónde he pasado, porque es el objeto el que narra mi vida. Yo creo que las manos saben hablar y yo aprendo del objeto, de los materiales, de la forma, de las sensaciones que ese objeto condensa, del tacto. Me identifico con el objeto tanto cuando lo encuentro como cuando está terminado.
P: Eso mismo estaría en relación con el trabajo del artista Andy Goldsworthy, ya que necesita conocer el material para poder trabajarlo y llegar a dotarle del sentido y la esencia.
A. T.: Goldsworthy se refiere a sus cualidades físicas, a lo que él llama ‘la precariedad transparente’, el proceso del ensayo-error, cuando el material te dice lo que puedes o lo que no puedes hacer con él, cuando el artista no intenta que un material parezca otra cosa, y cuando las cualidades del mismo, le sirven como propio lenguaje.
Durante años estuve investigando sobre esta idea para la realización de mi tesis doctoral, que partió de la experiencia con la naturaleza que viví en Weimar cuando estaba allí como estudiante, periodo en el que realicé obras desde la percepción de esa fragilidad y dureza que coexiste en ella. Ahora estoy leyendo sobre el ensayo-error y he encontrado un poema de Samuel Beckett que dice: “Inténtalo, vuelve a fallar, falla mejor”. Eso sería aplicable al arte que trabaja con la materia, con lo orgánico, con la vida y con la relación que tenemos con la naturaleza, su ritmo, sus formas y con lo efímero.
P: Por tanto, tu tema de la tesis sería…
A. T.: El nomadismo y lo efímero en relación a la experiencia de la naturaleza, dos conceptos que me apasionan, en el sentido del constante fluir, del devenir. Uno nunca está en el mismo sitio y no sabes cuánto tiempo estará en el mismo estado, etc. Una especie del devenir, de la experiencia de la vida en sí, y que subyace a la existencia del ser humano. Este estudio lo he realizado paralelamente a mi obra, y se han contaminado positivamente, pero son dos procesos de análisis distintos. La precariedad en mis sistemas de construcción se manifiesta en que son piezas fáciles, en las que uso a la vez el límite y el virtuosismo de los procesos manuales, en ello existe siempre un grado de primitivismo, que emerge del juego y es inherente en el ser humano. Me encanta la sencillez y la simplicidad que se torna en algo mágico. Y el nomadismo ha sido mi modo de vida desde hace muchos años, siempre explorando otros lugares, pero siempre volviendo a casa, y eso sí, siempre teniendo un pensamiento nómada, buscando siempre la respuesta y el conocimiento.
P: Dicho esto, tu obra recoge muy bien esta dualidad y tensión entre lo efímero, lo frágil, la dureza, el sufrimiento…
A. T.: Sí. Un claro ejemplo es la pieza que lleva como título ‘Broken glass’, una pieza portadora de una gran violencia contenida. Hay gente que la ama y otros que se sienten muy intimidados. En ella se encuentran el ataque y la defensa, el sufrimiento y la protección.
P: ¿Qué sientes cuando logras vender una de tus piezas, ese momento en el que tienes que desembarazarte de ella?
A. T.: Al principio sufría mucho porque me cuesta traducir el valor de un objeto a dinero, era algo que parecía banalizar al objeto, y lo sigue siendo, porque ¿quién tasa el valor de mi obra? ¿En relación a qué se mide? Debo reconocer que en el momento en que mi obra se introdujo en el mercado entré en un conflicto, porque vender me separa de las cosas con las que convivo, mis obras son partes de mi vida. Me costaba horrores indicar un precio. No obstante, he de decir que también comprendí su parte positiva, y es que la persona que la adquiere le da otro valor, otro lugar… y curiosamente ese objeto, aunque esté en manos de otro, nunca deja de ser tuyo. Dicho esto, hay que saber entrar en el mercado, pero no venderle tu alma al mercado. Por otra parte, en mi caso en particular, pienso que la venta de unas obras me ayuda a hacer otras, no solo por el dinero, sino porque a veces la ausencia provoca que nazca otra nueva. Hoy por hoy sigo produciendo por donde me llevan mis inquietudes.
P: Aunque sea difícil responder, ¿cómo te ves como artista?
A. T.: Yo soy más de hacer, de manufacturar. Necesito convivir con los materiales y trabajarlos en primera persona, aunque a veces he contado con la colaboración de expertos, pero siempre han sido artesanos. A diferencia de otros procesos en los que se trabajan más a partir de la idea, o proyectando, yo necesito tocar, hacer, manipular, construir algo “real”. Necesito el vínculo que se establece con el objeto, para que sea un objeto que ya haya vivido. Quiero seguir con el arte hasta que siga teniendo cosas que decir. Siempre digo que tenemos suerte, porque la vida es limitada y el pensamiento infinito. Si fuese al revés, viviríamos con menos intensidad.
Irene Grás Cruz
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