Annët Batlles

#MAKMAEscena
Annët Batlles, poeta
VI Premio Nacional de Poesía Viva #LdeLírica
Organizado por el Ámbito Cultural de El Corte Inglés y La Piscifactoría Laboratorio de Creación

Llevamos seis ediciones del Premio Nacional de Poesía Viva y seguimos sin saber definir esta práctica. Cuesta concretar, porque no quisiéramos, por oposición, abocar cierto tipo de poesía al ámbito de los muertos. Así que celebramos la diversidad, de los que se defienden a viva voz, los que le suman cuerpo, música o visuales. Si algo tienen en común los participantes del Poesía Viva #LdeLírica es que se desviven por la poesía y no hay recital que nos deje indiferentes.

Este año celebramos el galardón de Annët Batlles, almeriense asentada en Menorca, que a cada fase iba dejando al público y al jurado aún más boquiabiertos. Su poesía es viva y es plástica. Batlles viene del teatro, pero podría venir de las bellas artes.

Es una artista global. La hemos visto con un cesto de ropa sucia, con una redecilla pintándose la cara de blanco o con multitud de manos rosa chicle pegadas a su cuerpo. Pero todo apunta a la misma dirección: a la de la emoción. Batlles se apoya en los lenguajes que sean necesarios para realizar esa alquimia de la emoción a la creación artística.

Así, el premio impulsado por el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, se mantiene en su línea de apostar por una poética que arriesga en sus códigos. Como otros años, sirve de puerta de entrada para artistas emergentes con un gran talento.

Hasta ahora, Annët Batlles no se había atrevido a compartir su obra poética sobre un escenario, a pesar de venir de las artes escénicas. Sí que contaba con un poemario autoeditado, ‘Hacerse el vivo no cuenta como estar vivo, señora’, donde reúne micropoemas y fragmentos teatrales.

Tras su paso por el premio y su bellísima presentación en el Museo del Prado, la creadora almeriense asegura sentirse preparada para seguir mostrando esa vulnerabilidad revestida de juego que es su poesía.

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¿Cómo ha sido tu desarrollo artístico para llegar hasta la poesía viva?

De pequeña, empecé a estudiar danza y teatro allí, en Almería, y siempre los he entendido como lenguajes complementarios. Me fui a Sevilla a estudiar; conocí muchas compañías que venían al Teatro Central de Sevilla, que tiene una programación internacional, y se me abrieron los cinco sentidos viendo compañías de teatro físico por como combinaban el cuerpo con la palabra.

Paralelamente, empecé a investigar con el audiovisual de manera autodidacta. Lo sentía como un refugio antes de atreverme a exponerme ante un público. Hacer videocreaciones poéticas en mi habitación me permitió investigar y crear, y ahí se sumó el lenguaje audiovisual a la formación que ya tenía en escénicas.

Luego estuve en Barcelona, seguí estudiando teatro de manera más experimental y pude poner en práctica esa visión más global, menos clásica, que yo tenía de las artes escénicas. Siempre me he sentido la oveja negra que no encaja del todo en ninguna disciplina.

Cuando decidí presentarme al ciclo de #LdeLírica tenía miedo. Yo era muy consciente de que aparecer en la semifinal con un cesto de ropa sucia en la cabeza me podía llevar directa a mi casa. Pero, al mismo tiempo, fui fiel a mí misma porque yo entiendo la poesía de esta manera.

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Lo decía Escarpa en la presentación, que ni siquiera ellos –nosotros– sabemos a qué nos referimos con poesía viva. ¿Qué dirías que caracteriza esta práctica?

Parto de la base de que me parece muy osado decir qué es poesía viva o qué es poesía muerta. La poesía viva es aquella que te pellizca, que te toca por dentro, que te desafía, que te incomoda, que te hace reflexionar, que te hace llorar, que te provoca. Salir de un recital, como público, diferente a como entré, y haber vivido un viaje emocional en esa sala es lo que me hace sentir que he asistido a un encuentro de poesía viva. Más allá de la palabra, es la transmisión. Es algo absolutamente chamánico, energético, medicinal.

¿Cómo fue tu primer acercamiento con la poesía?

Hablo de eso al principio de mi libro ‘Hacerse el vivo no cuenta como vivo, señora’ (autoeditado). En el cole fui de esas niñas falsamente diagnosticada con TDAH. Mi relación con la expresión oral y escrita siempre fue disfuncional. En el instituto suspendía lengua castellana y literatura porque no me sabía expresar. Yo venía de ahí.

Cuando mi hermano falleció, yo tenía 16 años y él 22. Estaba en clase de arte, recuerdo que estaba lloviendo, recuerdo que estaba muy triste y algo dentro de mi pecho se fue cargando; cogí un papel y empecé a escribir. Fue algo que se abrió a través de una tragedia. Como cuando pierdes un sentido y desarrollas otro. Esa situación traumática me empujó a liberar mis sentimientos desde la poesía.

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Sabiendo lo que sabes ahora, de las posibilidades que tiene la poesía, ¿qué le dirías a la Annët de 12 años?

Es algo que he tenido muy presente, sobre todo desde que pasé la semifinal. Se me removieron muchas cosas conmigo misma. El premio #LdeLírica, para mí, representa mucho más que presentarme a un certamen de poesía. Representa la decisión de querer vivir del arte, atreverme a ser vista, a salir al mundo, a tener confianza en lo que hago. Cuando pasé la semifinal de València, mi niña interior estaba en mi regazo.

A esa edad, yo estaba extremadamente disociada, vivía en mi mundo. ¿Qué le diría? Que lo hizo perfecto porque sobrevivió lo mejor que pudo. Y ahora creo que la estoy recompensando. Gracias por ser esa niña rara y seguir siendo esa niña rara, por disfrutar de las clases de danza, aunque no tuvieses ningún amigo, por seguir yendo a las clases de teatro. Este premio es para ella, totalmente.

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¿Hacia dónde te gustaría encaminar tu proyecto artístico?

Llevo toda la vida esperando la confianza que ahora tengo en mí, en parte gracias al premio del Ámbito Cultural. Y lo que me apetece ofrecer –porque lo que hago es una ofrenda– son recitales de poesía, además del teatro.

En el teatro soy aún más punkarra, pero me gusta mucho la sencillez de la poesía. Si he tomado tanto contacto conmigo y con mi niña interior ha sido gracias a la poesía. En el teatro interpretas un personaje y tienes más margen de desinhibición, pero la poesía te deja completamente desnuda. Cuando recito soy Annët y eso me empuja a un nivel de exposición que me parece medicinal.