#MAKMAArte
‘Antonio Saura. Esencial’
Comisariado: Lola Durán Úcar y Fernando Castro Flórez
Fundación Bancaja
Plaza Tetuán 23, València
Del 15 de septiembre de 2023 al 28 de enero de 2024
En una entrevista de Joaquín Soler Serrano, en su programa televisivo ‘A fondo’, el pintor Antonio Saura señaló: “Nunca he podido estar sujeto a la imagen objetiva de la realidad”. De manera que quienes se pongan delante de una obra del artista aragonés, ya saben a qué atenerse: a la experiencia de habitar un mundo distinto al que nos tiene acostumbrada nuestra mirada más superficial.
Decía el poeta Paul Éluard que hay otros mundos, pero están en este. De forma que, abundando en esta cadena de ligazones, con ser el universo pictórico de Saura un tanto extraño, no deja de estar enraizado en la vida aparentemente normal que todos llevamos. Para concluir, siguiendo al filósofo Mircea Eliade, que toda creación “implica superabundancia de realidad, dicho de otro modo: la irrupción de lo sagrado en el mundo”.
La exposición ’Antonio Saura. Esencial’, que la Fundación Bancaja presenta en su sede cultural de València, reúne 87 obras -entre pinturas y dibujos- del artista aragonés caracterizadas por esa superabundancia de realidad, ajena a la objetividad perceptiva y más cercana a la inflación subjetiva que desdibuja esa realidad, tal y como sucede todas las noches en nuestros sueños.
“Me interesa el barroco, el exceso, la acumulación de elementos y, a su vez, la sobriedad”, dirá el propio Saura en la entrevista de ‘A fondo’. Por eso “uno puede amar y destruir lo amado”, añadirá, vinculando la monstruosidad con la belleza, como el psicoanalista Sigmund Freud ligaba en lo familiar aquello propio del hogar, dócil, íntimo, y, al mismo tiempo, secreto, oculto, extraño.
Lola Durán, comisaria de la exposición junto a Fernando Castro, habló del “fatalismo existencial” de Saura, citando unas palabras del propio artista referidas a sus primeras series –‘Constelaciones y Paisajes’-, de las que decía que eran como “el vacío absoluto donde flotan los detritus de la noche oscura”.
Y de su otra serie ‘Cuatro retratos imaginarios de Goya’ (1972), y más concretamente centrada en la obra ‘El perro de Goya’, Castro Flórez apuntó que se trataba de “un retrato de Goya, pero también de nosotros mismos”, aludiendo a la famosa frase del pintor de Fuendetodos, “los sueños de la razón producen monstruos”.
Esa coexistencia, en una misma realidad, del sueño plácido, evocador de cierta belleza, y de la pesadilla, que da origen a la proliferación de formas y figuras monstruosas, es la que emerge en la obra de Antonio Saura, de quien se celebra el 25 aniversario de su fallecimiento con esta muestra compuesta por obras de la colección del Museo Reina Sofía, junto a dos piezas más: de la Fundación Caja Rural de Aragón –la titulada ‘Foule’-, y la más reciente adquisición de la propia Fundación Bancaja –‘Las tres Gracias’-, expuesta por primera vez al público.
Saura diríase transitando, como él mismo apuntó, por los excesos del mundo -que colocan al artista ante el abismo- y por la sobriedad –que lo devuelven de una sola pieza a la realidad descoyuntada previamente por aquella pulsión creativa-. Por eso no es de extrañar la ambigüedad con la que vivía su condición de pintor español. “En París me siento muy español y aquí me siento muy francés”, le confesará a Soler Serrano en aquella entrevista en ‘A fondo’.
El comisario Fernando Castro no tuvo, en cambio, ninguna duda: “Es un pintor español, porque si habla mal de España es español”, resaltó irónicamente, para afirmar que Saura lo que pretendía, con esa ambigüedad, era “escapar a esa lectura encasilladora”. Sea como fuere, lo cierto es que la obra de Antonio Saura, por mucho que transitara por los terrenos del surrealismo y después del informalismo -al que llegó tras descubrir con gran sorpresa a los expresionistas abstractos Mark Rothko y Jackson Pollock-, es un canto a la propia vocación artística.
“Viví pintando”, recordó Rafael Alcón, presidente de la Fundación Bancaja, que decía continuamente el artista. “Y pintó lo que quiso, porque era un espíritu libre”, añadió Alcón. Para Castro Flórez, Saura “no buscaba una unidad estilística, sino un espacio de libertad en un contexto cerrado”, para lo cual fue igualmente importante su participación en el grupo El Paso -fundado en 1957, durante el franquismo, y del que formaron igualmente parte Manolo Millares, Rafael Canogar o Juana Francés, entre otros-.
🆕✍🏻Hoy hemos presentado la #exposicion “Antonio Saura. Esencial”. Una retrospectiva a los 50 años de su trayectoria formada por cerca de 90 piezas. La @FundacionBcja afianza así su compromiso con el #artecontemporáneo y estrecha lazos con el @museoreinasofia . pic.twitter.com/SAWfk9pud6
— Fundación Bancaja (@FundacionBcja) September 14, 2023
Lola Durán se refirió a su enfermedad de tuberculosis ósea en su más temprana juventud: “Pudo ser un catalizador de lo que ya llevaba dentro. Esa circunstancia vital marca su creación”, agregó. De nuevo, la monstruosidad siniestra de una enfermedad penosa que lo mantuvo “atado” a la cama con una gran escayola, dando lugar a una obra de gran belleza plástica.
El propio Saura se refirió a su enfermedad como un periodo del que ha llegado a sentir “la nostalgia de volver a aquel momento en que estaba solo en mi habitación, con la radio y mis libros, inmerso en lo onírico”, sin duda previo a su atracción por el surrealismo. Un tiempo otro, distinto al de la propia realidad objetiva, que emerge en su obra provocando la extrañeza de quien se sabe habitado por una energía turbia y, al mismo tiempo, diáfana.
Se trata, dirá Mircea Eliade, del afloramiento de un acto misterioso, “la manifestación de algo ‘completamente diferente’, de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro mundo ‘natural’, ‘profano’”. Antonio Saura diríase, por tanto, que profana la realidad para desvelar ese universo oculto -hecho a partes iguales de monstruosidad y belleza- que constituye la sublimidad de su pintura.
Una pintura, por tanto, que va más allá de la belleza -dada la armonía y justa proporción de las formas puestas en juego-, para incorporar la desproporción, el desorden y el caos que da lugar al goce estético con el que, como dejó escrito el filósofo Immanuel Kant, el espectador -y el propio artista- “se sobrepone al miedo, al horror y al dolor de lo real” contemplándolo a la distancia que promueve su representación.
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