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‘La infiltrada’, de Arantxa Echevarría
Guion: Arantxa Echevarría, Amèlia Mora
Reparto: Carolina Yuste, Luis Tosar, Víctor Clavijo, Nausicaa Bonnín, Iñigo Gastesi, Diego Anido, Pepe Ocio, Jorge Rueda, Carlos Troya y Pedro Casablanc
Música: Fernando Velázquez
Fotografía: Javier y Daniel Salmones
118, España, 2024
Estreno: viernes 11 de octubre de 2024
El tiempo y la urgencia interesada de la política pasan tan deprisa que, lo que hoy constituye nuestra dramática realidad, mañana se convierte en un recuerdo vago para los libros de historia. Pero eso no quiere decir que tengamos que conformarnos. Para la directora vasca Arantxa Echevarría, la historia reciente de España no tiene por qué olvidarse tan fácilmente. Esta fue una de las muchas razones por las que se embarcó en su último proyecto.
‘La infiltrada’ cuenta la historia de Aranzazu Berradre, pseudónimo con el que una joven policía nacional de 22 años acabaría infiltrada en las filas de la banda terrorista ETA. Aranzazu sería la única mujer policía que lograría adentrarse en el corazón de la organización a fin de servir de enlace para encarcelar a algunos de sus dirigentes. Por aquellos años –estamos en 1998–, la tregua definitiva que acabaría con las actividades criminales de la banda estaba próxima, pero aún no había llegado.
Fueron ocho años en los que Aranzazu tuvo que renunciar a todo para preservar su anonimato. Renunció a su familia, a sus amigos y a su propia identidad para fingir que era alguien que no era entre aquellos que, de saberlo, habrían acabado con su vida sin pensarlo un segundo. El sacrificio dio sus frutos y su trabajo ayudó a desarticular el llamado Comando Donosti, liderado por Sergio Polo y Kepa Etxebarria.
‘La infiltrada’ relata esta historia, desde que Aranzazu deja el cuerpo de policía, recién licenciada en la academia, y se adentra en los entornos abertzales hasta cumplir su misión. Cada día de la vida de Aranzazu es un día en el que se jugaba la vida. Y no podía recurrir a nadie. Un trepidante thriller de acción y psicológico llevado con pulso muy coherente por Echevarría, en su quinto trabajo largo para la gran pantalla.
¿Cómo una directora como tú pasa de ‘Carmen y Lola’ o ‘Chinas’ a ‘La infiltrada’?
[Risas] Pues yo creo que cuando la historia es potente, cuando te preguntan “¿quieres hacer esto?”, y piensas en la historia de una chica que, con 20 años, lo deja todo, deja de hablar con su familia, deja a sus amigos y sacrifica ocho años de su vida fingiendo ser otra persona, puedes hacer ‘Carmen y Lola’, pero puedes hacer también este tipo de películas, ¿por qué no?
Además, es un thriller y tampoco estamos muy acostumbrados a que lo hagan mujeres. O, por lo menos, el público no está acostumbrado, mejor dicho, a ver estas películas dirigidas por mujeres.
En ese sentido, me pareció un reto emocional y personal decir: “Pues yo soy capaz de hacer un thriller al estilo Calpasoro sin ningún problema, y soy chica y no tengo mediatizaciones por el medio”. Creo que es eso, el demostrar que somos capaces de hacer de todo. Y que siempre me ha gustado el thriller, además [risas].
Hay varios hitos en la historia reciente de España que, de alguna manera, siguen marcando la política contemporánea. Uno sería la Transición, otro la Guerra Civil, evidentemente, y otro hito importante es la cuestión de ETA. ¿Qué significa para ti?
Para mí es complicado porque soy vasca; y, como vasca, todos hemos tenido conocidos abertzales. También hemos vivido todo el proceso de ETA en la época de Franco; yo soy mayor y lo he vivido. De alguna manera, para nosotros significaban los únicos que luchaban contra el franquismo. Y, después, en la época de la democracia, donde para nosotros carecía de sentido que existiera la ETA militar.
Esa reconversión de esa ETA que no pasó, que se quedó en unos asesinos, fue algo muy complejo para el mundo vasco porque si tú eras de izquierdas, eras feminista, etcétera; acababas en la izquierda abertzale porque no había otro sitio.
Yo me vine a Madrid de pequeña y no viví todo el proceso que vivieron mis amigos de encontrarte con esa polaridad de ser del PNV o ser de la izquierda abertzale. Es complicado entender todo el proceso vasco si no eres de allí y, sobre todo, la sensación del estigma de ser vasco.
A mí, en Madrid me llamaban etarra porque era vasca. También estaba esa especie de «yo al País Vasco no voy porque ahí solo ponen bombas”; estas cosas que te producía un dolor inconcluso porque era como que te querías explicar, pero nadie quería escucharte. Pues esta película ha sido, para mí, una especie de vacuna para quitarme ese dolor. Y, luego, porque creo que todo el problema del conflicto vasco había que hablarlo.
Ya ha pasado un tiempo, ya ha habido otras películas como ‘Maixabel’ o ‘Patria’, que han demostrado que el público está preparado para ver tanto a las víctimas como a los verdugos. Pero, sobre todo, hay una cosa que nos asustó mucho en las primeras proyecciones de la película, y es que los chavales de 20 años no saben lo que es ETA.
Era como: “Dios mío”. Es decir, yo sé quién es Irene Villa, yo recuerdo lo de Hipercor; recuerdo poner la tele y estaba esa retahíla que siempre escuchabas: “Nuevo atentado…”. Ellos no saben de lo que estamos hablando y es parte de nuestra historia. Para bien o para mal, pero es parte de esta historia.
ETA es un tema en el que siempre ha sido muy difícil definir y señalar el quién es quién. En ese sentido, creo que la película es bastante rompedora. No te quedas en las medias tintas, sino que apuntas claramente con el dedo acusador. ¿Qué dudas has tenido que superar a la hora de construir esta historia?
Hay una secuencia de la película en la que vemos dos clases de etarra: un etarra más ideológico y más de corazón, y un etarra que es más de sangre y de plomo. Y yo creo que, con el viaje que haces con el etarra ideológico, entiendes un poco más cómo fue el conflicto.
La sensación que había de opresión en el País Vasco en la época de Franco, incluso la gente que decía que si metían drogas para cargarse a toda la juventud, el no poder hablar tu idioma, toda esa frustración que se estaba engrandeciendo y creando un polvorín que, en el fondo, era un polvorín de adolescentes, de chavales que, en realidad, no sabían ni por qué estaban allí. Era sacar pecho para decir: “Pues yo soy capaz de ser un bombonero”.
Bomboneros eran los que se cargaban los cajeros o incendiaban cubos de basura. Esa, de pronto, es una dinámica que sigue, sigue, sigue, y un día puedes acabar con una pistola en la mano. Y estamos hablando de algo muy serio.
En la película quería mostrar un poco eso, cómo una estupidez infantil de querer pertenecer a un grupo te lleva a acabar, quizá, con una pistola en la mano. Y, sí, yo creo que está claro quiénes son las víctimas y quiénes son los verdugos. A partir de que ya había una democracia, ya no hay permiso para matar a nadie.
Me gusta que lo digas así de claro porque creo que, en general, esta es una afirmación que no nos hemos atrevido a decir, sobre todo por parte de la izquierda.
Yo soy de izquierdas, completamente de izquierdas, y yo creo que nada merece un disparo, nada. Sobre todo, cuando hay una democracia. O sea, tenemos las herramientas para poder conseguir lo que queramos. Si queremos la autodeterminación, vayamos a las urnas, luchemos por ello, hagamos política para conseguirlo, pero un arma nunca tiene la razón.
La película está basada en un personaje real cuyo trabajo nunca será reconocido. En la película, su superior le dice que nadie sabrá nunca lo que ha hecho. ¿Se podría decir que tu película es un intento de resarcir ese sacrificio, de reconocerlo?
Pues, sinceramente, yo creo que ella no buscaba ningún tipo de medalla ni de palmadita en la espalda por lo que hizo. Incluso, no ha querido saber nada de la película. Sé que le ha llegado el guion a través de vías policiales (no sé dónde está ahora; está en paradero desconocido) y no ha dicho nada. Pero yo creo que para ella eso no era importante.
No quiero destripar la peli, pero creo que debe de ser muy duro brindar por la muerte de tus compañeros, fingir que eres de una manera que no eres… Y, luego, también rompió muchos corazones. Fueron ocho años de amistad con ciertas personas, con la izquierda abertzale, pero también con gente que no tenía que ver con la izquierda abertzale.
Ella fue gogó de discoteca, bailaba tango, hacía submarinismo, tenía amigos que no tenían que ver con la izquierda, y, de pronto, esos ocho años, jolín… Es complicado no entablar una relación emocional con otro ser humano, ¿no? Y en esos ocho años entabló varias porque era una tía bastante maja.
De pronto, extraerla del mundo, de esa realidad, es volver a empezar de cero con 31 años. Empezó de cero con 22, fingió ocho años, y volvió a empezar de cero. Yo creo que, más que darle palmaditas en la espalda, yo diría: “¿Por qué has hecho esto? [risas]. ¿Qué explicación hay?”. Porque yo sigo sin entenderla. Hay esta cosa del bien común, pero yo creo que no lo entiendo.
¿Qué ha sido lo más difícil a la hora de trasladar esta persona real al personaje de ficción?
Pues, sobre todo, teníamos un problema muy grande con la motivación. Amèlia Mora y yo escribimos el guion, y las dos nos poníamos en la situación de: “Yo no daría mi vida por nada”. O sea, pues vale, que voy de no sé qué, pero poner en riesgo, cercenar mi historia familiar, terminar con mis amigos…
¿Qué es lo que mueve a un ser humano hasta este grado de regalo hacia los demás? En el guion intentábamos buscar algún tipo de explicación que se nos escapaba.
Pero cuando conocimos a los policías de verdad que nos han ayudado a escribir la historia, a los que estuvieron de verdad en las escuchas, y oímos a una de las policías –que en la película es Teresa–, cómo nos dijo, con los ojos temblorosos, “habría matado por ser yo la que se infiltrara”, de pronto, piensas que es algo que está más allá de nosotros. Es algo de pasión por el riesgo, la adrenalina, también, y esto del bien común, que es algo para lo que hay que ser de otra pasta.
Hablabas antes de tu interés como mujer de hacer cine de género (y, dejando de lado la temática, la película no deja de ser un thriller). ¿Cómo te has visto? No parece tu primera película de género. Está muy bien montada, además.
Pues muy cómoda. Yo he sido una gran espectadora de todos los thrillers de los 70 y de los 80. Mientras estaba escribiendo la película, me vi ‘La conversación’ como quince veces. Me veía thrillers de los 70 y 80, que me parecen que eran redondos, no como los de ahora, que son más de acción, de disparos, etcétera.
Nuestra película tiene esa parte, pero no se basa en eso, se basa en el suspense, en esas situaciones que provocan otras situaciones. Las grandes broncas que tiene ella con los etarras son por la convivencia, porque son unos guarros [risas]. Esto es muy del thriller de los 70 y 80: encontrar una cosa que permite que salte una chispa en otro lado.
Y, luego porque, aunque es género, en realidad, si te das cuenta, siempre estamos en el punto de vista de ella. Siempre estamos metidos en su cabeza. Y yo de lo que mejor que sé hablar es de mujeres porque me dedico a eso.
Hay una cosa que me ha gustado de la película y es cómo consigues transmitir esa sensación de completo aislamiento en la que, en un momento dado, se puede encontrar un ser humano. Arantxa, tu protagonista, estaba muy sola.
Es algo que era muy importante para nosotras mientras escribíamos el guion. Luego, narrativamente, me resultó fácil. Una Nochevieja fuera de casa, cuando no quieres estar fuera de casa… Yo, que he sido inmigrante y he estado fuera de casa, esas doce campanadas, saber que tu familia está en otro lado de la línea telefónica… Esto es la tristeza total.
Y, luego, está la soledad fingida, que es terrible. Es decir, la alegría fingida porque tienes una gran soledad interna. En eso he tenido suerte de tener a Carolina Yuste, que está soberbia. En la película había un racord emocional muy complicado de llevar porque, como sabes, las pelis no se ruedan del principio a fin, siguiendo el argumento. El problema era situarnos: ¿dónde estoy ahora? ¿Soy Arantxa, la chica, o soy Mónica Marín, la policía? Cuando hablo con el jefe, ¿puedo dejarle ver mi parte humana o tengo que dejarlo?
Se trataba todo el tiempo de trabajar qué Mónica o qué Arantxa estábamos viendo en cada secuencia. Ese era un concepto de soledad muy grande. Para la propia Carolina fue muy pesado. Era: “Finge, pero sonríele. Finge, pero…”. Y ese “pero” creo que es lo que da más soledad.
En esa relación con los actores, siempre que hablo con vosotros, cineastas, contáis que hay una especie de toma y daca, un dar y también un aportar del otro que encarna al personaje. ¿Qué aportó Carolina Yuste a Arantxa?
A mí, Carolina me lo aporta todo. Con Carolina tenemos una conversación muy abierta y muy libre, también es una persona con unos ideales políticos y vitales muy parecidos a los míos. Y, además, iba a retratar a una policía. Ahí hubo mucho trabajo previo en el que siempre hablábamos de eso: “No es una policía, es una chica que se está enfrentando a todo este lío”.
Pero si es que, además, no ha podido ser policía, si acaba de salir de la academia. Luego, Carolina es una mujer muy espléndida, de dar y dar cada vez que le propones algo. Lo capta rápidamente y te da el doble. Y en las secuencias con Luis…
Hace poco, Almodóvar dijo que delante de tus ojos, de pronto, pasa algo mágico y dices: “Aquí está”. Pues a nosotros nos pasaba lo mismo cuando Luis y Carol estaban juntos. Se contaban tantas cosas con los ojos.
Yo le decía a Carol que es una grandísima actriz, muy intuitiva, pero que está madurando. Ahora es capaz de hacer unos registros que a mí me dejan loca. Y con Luis es como saber que tienes una pared detrás que te sostiene. Todo lo hace bien.
Claro, es Luis Tosar, y yo soy una chica que ha hecho unas pocas pelis. Yo le hablaba con un poco de miedo y él me decía: “Qué bonito lo que me has dicho, esto me va a ayudar”. Y yo me decía: “Toma, ¡ya sé dirigir!” [risas]. Es un grande, Luis.
Ya lo has mencionado antes, pero en la película es evidente que hay una reivindicación de la mujer en un contexto determinado muy masculino. Los diálogos están todo el tiempo especificando esta confrontación.
Mira, a mí, si me llegan a decir que es un hombre policía no sé si lo habría hecho, ya te lo digo. Pero, como era una mujer, ya me gustó. El otro personaje de Teresa, que es la otra policía que se queda embarazada, me pareció increíble. El momento en el que se ven las dos hay una conexión inmediata. Se dicen solo una frase, pero hay más conexión que con todos los otros policías que hay en la peli.
Para mí, es importante mostrar figuras de mujeres poderosas, mujeres que han hecho cosas que no ha hecho ningún hombre. “Soy la primera persona infiltrada de la Policía Nacional de España”. Y eso, ¿por qué no vamos a reivindicarlo? No hay personajes femeninos tan potentes. Y, encima, es que es verdad, es un chollo.
Hay en la película una sensación que te acompaña todo el tiempo, una especie de volver a aquello al que te fuerza como espectador. En ese sentido, ¿qué reacción esperas de la platea?
Volver, sí. Creo que es importante volver a aquello. Mira, un ejemplo: cuando fuimos a rodar a Pasaia, yo recordaba Pasaia de cuando era pequeña como un sitio oscuro, negro, lleno de las caras de los etarras. La gente solo hablaba euskera y, si te oían hablar castellano, te miraban raro.
Y miedo. Era estar allí y decir: “Vámonos corriendo, vámonos corriendo”. Ahora, es uno de los sitios más turísticos del País Vasco. Yo creo que no hay que olvidar que fue oscuro. Yo creo que no hay que olvidar que estaban las caras de los etarras y todos los vecinos querían la vuelta de la edad de plomo. Yo creo que no hay que olvidar.
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