Redes sociales
Mundo online
Instagram
Nuestra vida gira alrededor de las redes sociales, vivimos por y para ellas. Todo cae en su red, el arte no es una excepción. Millones de creativos, escritores, cantantes, ilustradores y artistas, principiantes o consolidados, publican en ellas sus trabajos. Este aluvión de contenido proveniente de todo el mundo ha cambiado nuestro modo de consumir el arte, de vivirlo y, por supuesto, de sentirlo.
Todos los que entramos en esta revista, ya sea como colaborador o como lector, lo hacemos porque amamos el arte. Puede que nuestro concepto sea diferente, que nuestras perspectivas no encajen y nuestros gustos sean opuestos, pero de un modo u otro nos sentimos cercanos a él.
De todas las definiciones de arte que podemos encontrar en la Real Academia de la Lengua, destaca la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. No nos engañemos, la definición no es importante, porque más que un concepto es un medio de expresión, de emocionar. Arte es sentir, emocionar. Lo demás es secundario.
Paula Bonet (*)
Internet se ha convertido en un medio indispensable en nuestras vidas, un vehículo que nos lleva de un punto a otro con innumerables paradas intermedias. Todo el arte, con su música, sus pinturas, ilustraciones, artículos, letras e imagen, performances realizadas desde cualquier parte del mundo, podemos disfrutarlas aquí y ahora; y las redes sociales, tan criticadas como alabadas, no solo nos ayuda a consumir sino también a que nos consuman.
Este conjunto de magníficas herramientas de exposición, las favoritas de los voyeurs, indispensables para todo creador de contenido, nos lo han puesto aún más fácil. Nunca nos sacia la sed ni la curiosidad, queremos más porque nos ofrecen demasiado como para ignorarlo.
El mundo online ha cambiado nuestra forma de consumir, no importa si es una noticia o un cuadro. En una sociedad en donde el aquí y ahora es lo que importa, profundizar está sobrevalorado y cualquier cosa que necesite más tiempo termina en el saco de “ya lo veré luego”. Y nosotros, que tardamos en darnos cuenta de las cosas, hemos convertido esa rapidez e inmediatez en un estilo de vida.
Si nos descuidamos, el consumo del arte en redes sociales llegará a parecerse a un buffet libre: una amplia variedad de imágenes que nos convierte en patos que engullen sin saborear ni digerir, en donde siempre queremos más, aunque estemos empachados.
Giulia rosa (*)
Esta velocidad afecta a nuestras emociones, porque a nuestro cerebro no le da tiempo a procesar. Ya no sabemos lo que nos sugiere una fotografía, una película o un cuadro, solo sabemos si nos gusta o no nos gusta. Corazón o no corazón, esa es la cuestión. Un vistazo rápido es suficiente para saber si merece nuestra aprobación. Ya no leemos, ojeamos; no prestamos atención a los detalles, no nos paramos a diferenciar los matices, los colores, las texturas… No podemos, tenemos demasiado que ver. Es inviable.
Ojo, que escribe estas líneas una persona que consume redes sociales, que las utiliza como altavoz para sus trabajos y sus pensamientos y que piensa que son una herramienta estupenda para llegar y que te lleguen; pero es fácil dejarse arrastrar por ese oleaje de publicaciones y olvidar para qué está uno ahí: para tener el mundo al alcance de nuestra mano, para conocer lo que de otro modo nos sería imposible.
Juan Tallón (*)
Nuestro uso de Internet ha reducido el todo a un mísero me gusta o no me gusta, sin cuestionarnos nada más, como si nuestra opinión fuera necesaria para quien publica, y puede que no nos equivoquemos.
Hacemos scroll buceando en un sinfín de cuentas, tragando imágenes y palabras sin contemplar ni degustar, un “me gusta” que cae en un saco lleno de aprobaciones y de cuyos autores olvidamos a la misma velocidad con la que pulsamos el corazón de nuestra cuenta de Instagram.
El aquí y ahora en materia de arte no debería ser lo aceptable si ello conlleva una pérdida en la profundidad de nuestras emociones y, como consecuencia, de nuestra humanidad. Ya lo advirtió George Orwell: “Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”. Estaría bien cuestionarnos cuánto hay de vida en nuestras rutinas y de humanidad en nuestros corazones.
(*) Las cuentas de Instagram que he compartido son algunas de las que yo sigo, las que me emocionan y con las que me siento identificada. Si entráis en ellas, por favor, hacedlo lentamente.
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