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‘Aún estoy aquí’, de Walter Salles
Reparto: Fernanda Torres, Selton Mello, Fernanda Montenegro y Luiza Kosovski, entre otros
Guion: Murilo Hauser y Hector Lorega. Libro de Marcelo Rubens Paiva
Música: Warren Ellis
Fotografía: Adrian Teijido
137′, Brasil, 2024
Contar lo que ya antes se ha contado y hacerlo de otra manera es uno de los retos a los que se enfrenta, de tanto en tanto, cualquier narrador. Qué inspira a un contador de historias a tratar ciertos sucesos es algo que depende de muchos factores, especialmente cuando se trata de hechos históricos con un trasfondo político de gran incidencia en la actualidad. Puede ser la situación política del momento, alguna deuda personal o ideológica pendiente, o la idea de incitar al espectador a algún tipo de reflexión.
‘Aún estoy aquí’, último trabajo del director Walter Salles, nos sitúa en su Brasil natal, en el año 1971, en plena dictadura militar. En este contexto, la cinta nos introduce en la vida cotidiana de un matrimonio de clase media-alta. Ella es una profesora universitaria convertida en ama de casa; él es un político retirado trocado en modesto editor.
La vida de la pareja transcurre en un ambiente de relativa felicidad hasta que, un día, se presenta en la casa familiar un grupo de hombres que buscan a Rubens, el padre, para llevarlo a hacer unas declaraciones en las dependencias de la Policía.
En principio, todo responde a un proceso protocolario, pero, tras varios días retenido, la familia empieza a sospechar que las cosas no se resolverán tan fácilmente. Eunice, la madre, después de pasar ella misma un tiempo en el calabozo para ser interrogada, empieza por su cuenta una investigación en la que descubrirá que Rubens participaba en un grupo de apoyo para ayudar a activistas disidentes a salir del país.
Empieza así para ella un largo periplo que le llevará, por un lado, a tratar de averiguar el paradero de su marido, mientras, por otro lado, intenta proteger a sus hijos del vacío emocional y económico que deja la ausencia del padre, así como de la derrota que implica la posible pérdida de toda esperanza de que se produzca el deseado reencuentro.
Inspirada en la novela del mismo título escrita por Marcelo Rubens Paiva, hijo menor del matrimonio en la vida real, ‘Aún estoy aquí’ lastra, en un primer acercamiento, un relato que nos depara pocas sorpresas.

Walter Salles quiere dar cuenta de las oscuras maquinaciones de una de las dictaduras que asolaron el sur del continente americano a lo largo del siglo pasado. En este sentido, la cinta nos descubre pocas novedades. Al fin y al cabo, todas las dictaduras se parecen entre sí: represión de la disidencia y mano de hierro contra una sociedad sometida a su voluntad.
Para describirlo, Salles recurre a varias situaciones y personajes arquetipo de esta clase de relatos. Así, frente al color y la luz que rebosan las escenas familiares, nos enfrentamos a un mundo oscuro, de sujetos opacos que actúan en la sombra de manera implacable como piezas de una maquinaria incorpórea, invisible al ojo del ciudadano común.
El director brasileño separa la cinta en dos espacios claramente diferenciados: la casa familiar y el complejo militar en el que será encerrada Eunice junto al resto de víctimas de la represión. Igualmente tópico resulta el diseño de ciertos personajes.
Salles dibuja una autoridad representada en un sujeto mudo, de rostro adusto y ceño apretado, sin nombre, que no responde a otro deber que el de torturar y humillar a todo aquel que intenta desafiarle y que, si bien sirve a su propósito discursivo, tampoco aporta nada particularmente nuevo (reseñar la chaqueta negra de cuero que viste uno de los policías).
Solo la nota disonante de uno de los vigilantes de Eunice cuando se encuentra retenida parece mostrar algo de humanidad (refiriéndonos a la condición de ser humano, no a un sentido humanista ni, desde luego, humanitario), llegando incluso a confesarle que no está de acuerdo con lo que está sucediendo.
Pero lo que bien podría servir de excusa al director brasileño para iniciar una interesante línea argumental que abriría la vía a abordar una serie de matices, de encrucijadas, acaba pasando desapercibida y quedando relegada a una pura anécdota. Salles, como tantos otros directores que han abordado estas cuestiones, se esfuerza por que su discurso quede límpido y, aunque lo sugiera, pronto desecha cualquier posible distracción.

Salles tampoco parece esmerarse en describirnos qué particularidades diferencian el caso brasileño de cualquier otro, ni en el aspecto cultural (salvo por el uso de la lengua y la situación geográfica) ni sociológico, tampoco políticamente.
De este modo, sus personajes no solo funcionan como una recreación, más o menos ejemplarizante, de aquella situación, sino como imagen-espejo de todas las dictaduras que han sido dentro del mismo contexto histórico. Este sabor a producto ya visto, no quiere decir, sin embargo, que la película no nos ofrezca algunas notas de interés.
Salles centra su propuesta en el relato más íntimo de esta familia-arquetipo que ha querido construir para mostrarnos cómo se trunca esa cotidianidad que aborta la violencia ejercida desde un Estado que, de la noche a la mañana, ha transmutado de aliado a enemigo.
De hecho, el brasileño ocupa buena parte del metraje en describirnos esa normalidad hasta ocupar todo el primer cuarto de la cinta, impidiendo deliberadamente que el relato avance. Salles quiere, así, introducirnos en un mundo privado, particular, que describe con todo lujo de detalles de puesta en escena, buscando que intimemos con esta familia, que reconozcamos en ella a nuestro propio entorno, que nos veamos a nosotros mismos y, de este modo, advertirnos: esto te puede pasar a ti.
El otro elemento que juega en esta propuesta es un cuidado manejo del tiempo, tanto narrativo como cinematográfico. Tras esa larga presentación, aparece el primer elemento irruptor del relato en ese grupo de policías que, literalmente, van a invadir lo que, hasta entonces, era un espacio seguro, privado.

Y aquí, al contrario que en cualquier otro relato convencional, Salles no se limita a describir lo que sucede, sino que trata de llevarnos por ese recorrido emocional que sufren sus personajes. Tras detener a Rubens, los policías se instalan en la casa. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabemos.
Surge, de esta forma, la incertidumbre, expresada en un tiempo que, de repente, se dilata, no solo en el ritmo interno de cada escena, sino por el hecho mismo de no saber qué está ocurriendo. Esa ceguera vital en la que entran los personajes, refuerza el mensaje de la película.
Sucede lo mismo cuando, más tarde, Eunice es encarcelada. Eunice se enfrenta a un interrogatorio lleno de trampas que tratan de inculparla. Tras cada sesión, regresa a su calabozo donde dibuja en la pared una marca que parece indicar los días que han transcurrido. Pero no es cierto, Eunice no sabe cuantas horas han pasado desde la última vez que la interrogaron.
De hecho, cada vez que se encuentra con su carcelero, le pregunta cuánto tiempo lleva en la prisión. El tiempo no es que pase, es que se ha detenido y, con él, una vida que, a partir de ese momento, se ha quedado congelada o, lo más asolador, quizá no haya más vida para ella.
Esa angustia ante el posible final constituye una de las motivaciones de la película. Es la pérdida de un tiempo que nos es arrebatado, usurpado, un tiempo que ya no se podrá recuperar, un tiempo que, a partir de ese momento, queda inevitablemente encapsulado, emponzoñado, empeñado.

Tiempo que pasa, también, para los personajes. Transcurren los años, los niños crecen y se convierten en adultos. Los adultos, por su parte, envejecen. Llega el fin de la dictadura, pero nada queda resuelto.
Al final, lo obvio se hace presente, pero hacen falta pruebas, documentos que certifiquen oficial y públicamente lo sucedido, que reparen, siquiera moralmente, la falta. Pero esa pequeña victoria íntima, de la memoria, resulta también comprometida.
Al comienzo de la cinta, Eunice se da un baño en la playa. Relajada, se deja mecer por las olas a orillas de la gran ciudad de Rio de Janeiro. Este momento queda interrumpido por el ruido de la hélice de un helicóptero del ejército que sobrevuela la zona. Hace un día soleado y la familia se reúne con un grupo de viejos amigos. El día transcurre en franca camaradería, entre juegos y complicidades.
Al final, todos juntos deciden plasmar el momento en una fotografía. Esa foto marca el principio y un final que se proyecta, sin saberlo todavía, hacia el futuro. En la foto, todos aparecen sonrientes. Ese empeño por mostrar su alegría será una demanda constante de Eunice, su reivindicación, ante la desgracia, de su propia dignidad.
La imagen queda, años después, en manos de la siguiente generación. ¿Qué queda hoy de aquellos rostros?, se preguntan los personajes, se pregunta y nos pregunta el director. ¿Qué hacemos con esta herencia? ¿Cómo hacer pervivir este recuerdo? Salles trata de responder a estas preguntas o, por lo menos, desea plantearlas.
En este sentido, vale la pena preguntarse por el título de esta película. ‘Aún estoy aquí’ se refiere, en primer término, a las víctimas de la dictadura, representadas en la película por una ausencia que se reivindica desde la misma ausencia en sí. Rubens desaparece de la vida de su familia, pero el recuerdo en la memoria de su mujer y sus hijos, en las imágenes que colman ese álbum familiar, serán, para Salles, la derrota del régimen.
Por otro lado, tenemos la propia presencia de los supervivientes, que se reivindica precisamente, también, en la preservación de su memoria, en un recuerdo que es ese estar aquí que les es propio. En la cinta de Walter Salles, la ausencia de los muertos pervive en la presencia de los vivos, se dan sentido entre sí y, de ese modo, se hacen experiencia viva, ineludible. Esa será su victoria.
Para lograr llevar a buen puerto su propuesta, Salles se apoya en un reparto de actores que logran llevar su relato por un terreno de gran veracidad. Cabe destacar, por su puesto, la interpretación de la actriz Fernanda Torres en su papel de Eunice. Torres lleva prácticamente sola el peso de la película (sin duda, merecía el Óscar).
A este refinado trabajo de interpretación hay que sumar una cámara que mira los acontecimientos sin subrayados discursivos, manteniendo una distancia objetiva que concede a la película su mayor virtud y que deja constancia de la pericia del director.
Con ‘Aun estoy aquí’, el brasileño Walter Salles regresa a su país tras la breve aventura que supuso su no muy acertada adaptación de la novela de Jack Kerouac, ‘En la carretera’. Un terreno conocido para el realizador que le permite, sobre todo, construir unos personajes quizá algo idealizados, pero de un cierto peso dramático.
En su tratamiento de la dictadura brasileña, Salles no aporta nada nuevo a un relato articulado de acuerdo con una visión, en cierto modo, maniquea. Sin embargo, sí logra transmitir algunas impresiones duraderas, lo cual ya puede registrarse como un logro reseñable.