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‘Babylon’, de Damien Chazelle
Con Margot Robbie, Brad Pitt, Diego Calva y otros.
189´, Estados Unidos | Paramount Pictures, Material Pictures, Marc Platt Productions, 2022
Damien Challeze escribe y dirige una carta de adoración al cine repleta de frenetismo y cariño, pero con latigazos a la depravación de la industria cinematográfica. Pese a su ambición y su historia desbordante y ardiente, ‘Babylon‘ ha sido la gran olvidada en los Óscar.
El confeti de ilusión y esperanza que dispara ‘Babylon’ se mancha cuando cae al suelo y encuentra un charco de whisky con restos de ceniza. Un engominado largometraje ataviado con un vestido rojo pasión que llora y baila sin desenfreno. Las trompetas de jazz del fondo de la sala agitan una fiesta de fantasmas en la que ya no queda nadie. Cuando los invitados quedan inconscientes debido a los excesos, solo el cine aguanta con entereza hasta el final del after. Su vestido está impoluto. Recoge las botellas que han sobrado, un trozo frío de pizza y fuma un cigarro viendo el amanecer. Se marcha cuando quiere y vuelve cuando le da la gana. La fiesta es suya.
Pese a su corrupción y a su estilo rocknrolla, el filme es un tierno y delicado homenaje al séptimo arte. El turbio retrato reflejado del Hollywood de los años 20 está infectado de egos, ambiciones, vicios y perversiones. No obstante, detrás de esta imagen deleznable y escatológica se esconde un mensaje de pasión, adoración –y esperanza– por el cine. El motor de ‘Babylon’ ruge estrepitosamente y, mientras sacude con violencia sus válvulas y escupe humo contaminado, ofrece un discurso íntimo de amor cinematográfico.
El largometraje narra con vehemencia y placentero ajetreo los ascensos fulgurantes y los derrumbamientos catastróficos de la industria cinematográfica norteamericana incipiente del siglo XX. Con una visión crítica y venenosa, el director denuncia y pone en evidencia los sótanos ocultos y llenos de basura de la meca cinematográfica. En un ejercicio afilado y divertido a la par que solemne, Challeze (‘La La Land’, ‘Whiplash’) ofrece más de tres horas de cine inteligente, potente y, sobre todo, carismático. Hipnótico y desolador. Abominable y atractivo.
El nombre de Justin Hurwitz quizá no sea el foco de atención del filme, mucho menos cuando a su lado se sitúan figuras de renombre y peso titánico como Margot Robbie y Brad Pitt. Pese a ello, la mente de Hurwitz se halla detrás de la salvaje banda oficial de esta criatura. El compositor ha creado con brillantez y sin misericordia un artefacto musical que coge sin permiso de la mano al espectador y lo arrastra por toboganes elípticos llenos de alcohol, elefantes y cine con todas las letras. Obra maestra auditiva.
El tándem formado por Robbie y Pitt sostendría si quisiera otras tres horas más de película con su simple presencia dentro del plano. El público los echa de menos cuando desaparecen de la pantalla y suspiran aliviados cuando vuelven a ella. Ambos crean un hechizo que nos embelesa y nos hace disfrutar, reír y lamentarnos desconsolados con los devenires de estos protagonistas. Soberbios.
‘Babylon’ logra un efecto que pocos largometrajes consiguen: reencontrar al gran público con el séptimo arte y que este salga de la sala de proyección con ilusiones renovadas, con ansia de más películas. Abraza y premia a los que quedaron atrás. Otorga el sitio que se merecen los fracasos, que no son otra cosa que intentos valientes de mejorar este arte.
La ausencia absoluta de estatuillas y las escasas nominaciones que ha recibido ‘Babylon’ de cara a los pasados Oscars es un atentado contra todo aquel que respete lo más mínimo el cine y el arte en general. Injustificable y bochornoso.
Billy Wilder, Penélope Cruz, un filme independiente noruego sin pena ni gloria o Akira Kurosawa. Todos y cada uno de los actores que han participado -o participarán- con mayor o menor repercusión en la historia de la gran pantalla poseen un elemento en común: amparar y cuidar al cine. Este se halla por encima de todos y de todo. Como esclavos que deseen serlo, aquellos que se dignen en participar en sus designios deben acatar sus normas y su jerarquía. Es invencible. Eterno.
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