Baldomero Pestana
Castroverde, Lugo, 1917 – Bascuas, Lugo, 2015
Con motivo del quinto aniversario de su fallecimiento
Baldomero Pestana nació en Pozos, una aldea de Castroverde de la provincia de Lugo (Galicia) el 28 de diciembre de 1917. Hijo de madre soltera, con las dificultades que eso suponía, pronto emigró para Argentina junto a su abuela y sus tíos, pues su madre ya había marchado allí poco después de que él naciera. De aquella pequeña aldeita gallega guardará sus primeros recuerdos infantiles: el río, los mosquitos de colores, los prados verdes… Pestana decía que su infancia había sido como una novela de Dikens, y que todos sus tesoros cabían en una vieja lata que guardaba bajo el colchón. Allí escondía cualquier cosa que le resultara valiosa: ilustraciones de revistas, anuncios de artilugios etc.
A los once años su tío Pedro lo inició en el oficio de sastre; aquello no le gustaba, le resultaba aburrido, una puntada siempre venía después de la otra dejando poco espacio para la imaginación. Cuando tenía algo de tiempo libre acudía a la librería “Fray Mocho” para ayudar; no le pagaban, pero le hacían un pequeño descuento en los libros que compraba; “Me llamaban el sastrecillo valiente; de día cosía y de noche leía, estaba en con gente culta y estudiaba”; y es que los libros siempre serían su salvación, tanto en la infancia como en la vejez.
A los 18 años ya trabajaba para grandes sastrerías, y con su perseverancia y su buen hacer consiguió independizarse de su tío Pedro. Un día, Ricardo Cela Rayan, un poeta amigo suyo, le dijo de apuntarse juntos a un curso de fotografía que impartían en Buenos Aires los mejores profesores; Baldo aceptó encantado. Después de dos año estudiando en aquella Academia resultó ser el alumno más brillante: “supe que mi salvación estaba allí, el artista que estaba escondido en mi pudo salir”.
En 1957 decidió dejar la Argentina peronista y marchar al Perú. En Lima por fin obtuvo el título universitario que lo capacitaba como reportero gráfico. Fue entonces cuando comienza su colección de retratos. En Lima su trabajo, sus relaciones, y su misma preocupación y amor por el arte, la literatura, la música y la política, lo llevó a conocer a esta intelectualidad de la que de algún modo él formaba parte. Casi diez años después, con su traslado a París, continúo su “silenciosa” colección.
Baldo no solo tuvo la intuición de escoger a artistas y escritores que después destacarían dentro de la élite cultural, sino que los retrató con un trabajo sumamente bello y de composición perfecta. Para él, meticuloso y detallista en lo que hacía, todo aquello que apareciera en la imagen tenía suma trascendencia, y no dejaba nada al azar “Yo ganaba en las composiciones. El sitio es parte del retrato, de la composición. La figura es para mi un complemento o al revés, a veces compongo la escena a partir de la figura en el lugar” Es el retrato siempre, un diálogo entre dos, en el que el fotógrafo se expresa a sí mismo a través de la imagen del otro, y al mismo tiempo, captura su esencia y personalidad. Por el contrario, el retratado se somete a una doble intención; la de mostrarse como es y la de mostrar que quiere que vean los demás de él. Como se conjugan todos estos aspectos en la foto es lo que crea ese diálogo, esa comunicación irrepetible entre dos.
El mismo Baldo reconocía como influencia los fotógrafos americanos como Irviang Penn, en el que se aprovechaba aquello que se tenía cerca, un rincón o la luz de una ventana. También manifestaba su admiración por Henri Cartier-Bresson, quien, con sus fotografías de exteriores, mostraban un ojo siempre atento al instante perfecto, el ojo entrenado que todo fotógrafo debía poseer.
En el estudio trabajaba con luz artificial; era fotografía comercial, pero en sus fotos personales prefería la luz natural. Recuerda con cariño la luz limeña, su forma de incidir en los objetos permitía que la cámara captara con precisión los matices de color, mientras que en Paris la luz era más seca, y no tan favorable para el retrato. Baldo llevaba siempre consigo, además de sus negativos, libros y música, sus cámaras Hasselblad, Linhof y Rolleiflex. La Rolleiflex fue una cámara muy popular en los 50, utilizada por Diane Arbus, Vivian Maier o Robert Doisneau además de por muchos otros fotógrafos de estudio, moda y viajes.
Uno de los primeros artista a los que retrató fue a Enrique López Albújar. Baldo aún recordaba entre risas lo primero que dijo el escritor al ver el retrato que le había echo: “si, acá estoy yo esperando la muerte”. Muchos son los retratos que conforman la colección de Baldo, que se fue creando prácticamente sin quererlo, sin la concepción de crear ninguna colección. Entre las más destacables está la de José María Arguedas, escritor, poeta, traductor, profesor, antropólogo y etnólogo peruano, gran estudioso de la cultura indígena. Para Baldo esta era “la foto”. Tan solo un mes después Arguedes se suicidó, y en la fotografía ya se percibe esa melancolía.
También retrató a Ciro Alegría, escritor, político y periodista peruano, que junto con Jose María Arguedes es uno de los máximos representantes de la narrativa indigenísta. Fotografío maravillosamente a la poeta peruana Blanca Varela, tan querida en su país, y a la escultora de la misma nacionalidad Cota Caballo. A Carlos Fuentes, escritor, intelectual y diplomático mejicano, uno de los autores más destacados de su país y de las letras hispanoamericanas. Retrató a Yuya de Lima, escritora venezolana y a Carlos Castasgnino, pintor, arquitecto y dibuante argentino.
Entre sus fotografías está también la de Mario Vargas Llosa, escritor peruano y uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, cuya obra ha cosechado numerosos premios, entre ellos el Cervantes de las letras españolas y el Nobel de Literatura. A Pablo Neruda, poeta chileno, considerado entre los mejores y más influyentes artistas del siglo XX o a Severo Sarduy, que fue narrador, poeta, periodista y crítico de literatura y arte.
Junto a ello retrató a personalidades notables en el mundo de la política tales como los diplomáticos peruanos Álvarez Brun y Plascencia. También llegó a retratar al político y fundador del partido Aprista y candidato a la presidencia del Perú Víctor Raul Haya de la Torre, retrato que se ha acabado por convertir en un icono del país, incluso está en la sede del partido Aprista en Lima y cuando hay manifestaciones lo sacan a la calle.
Otra de las facetas de Baldo es la del fotógrafo viajero, atento a la realidad social de su tiempo. Es un fotógrafo capaz de captar la esencia de un instante, con un lenguaje que oscila entre su amor por lo clásico, que se traduce en la composición medida y sopesada, y su admiración por la vanguardia, en la que introduce el juego y la experimentación.
Niños, viajeros y mendigos son constantemente retratados e inmortalizados por la atenta mirada de Pestana. Parece interesarle el tiempo discurriendo a toda velocidad, seres que están de paso. Se muestra siempre atento al pulso de las ciudades, esperando retener en su cámara la imagen precisa que refleje ese ritmo interno.
En la fotografía de Baldo, ese ojo entrenado de Henri Cartier Bresson que tanto admiraba, se manifiesta en unas imágenes que buscan la poesía de lo común, de la cotidianidad, de aquello que se repite en la vida una y otra vez. Se ha dicho que es un fotógrafo de susurros, de susurros que no temen plasmar evidentes denuncias.
Un tema recurrente en la fotografía de Pestana es el de los niños; en ocasiones solos y otras con sus madres, que cargan con ellos en sus espaldas o al brazo. No importaba el tipo de encargo, entre la multitud, Pestana siempre distinguía a los pequeños. Los retrata con ternura, rechazando cualquier tipo de cursilería, mostrando su belleza e inocencia, pero también la dura vida de los niños, que en muchos casos está llena de violencia y de miseria. Al mismo tiempo, busca captar la dignidad de sus rostros, mostrando también su alegría, su cotidianidad, siendo fiel a lo que Cornell Capa pedía al fotoperiodismo: tratar de que el sentimiento humano genuino predomine sobre el cinismo comercial y el formalismo desinteresado. El propio Baldo decía: “Sus ojos (los de los niños) son una fotografía de inocencia pura y la inocencia pura es poesía pura (…) No dejemos de ser niños. Yo soy un poco niño también”
Mostró además un gran interés por retratar el desnudo femenino. Siguiendo la rigurosa estela de Edward Weston, que ya en los años veinte había buscado la belleza que esconde el cuerpo desnudo y parcelado de la mujer y, en otras ocasiones, inspirándose en el trabajo de Man Ray, que había experimentado con la solarización y el desnudo femenino. Ya en Lima realizó algún retrato que posteriormente mostró en la exposición de 1966, sin embargo, el grueso de su estudio del desnudo lo realizó en Paris. Para este tipo de fotografías, la modelo principal, aunque no la única, sería su mujer Velia. Entre sus mejores piezas destaca un desnudo que parece un evidente homenaje a Magritte, en el que el cabello de la modelo le oculta el rostro. Del mismo modo, otra de sus fotografías parece ser un homenaje a la obra de Coubert “El origen del mundo”. Baldo siempre declaró su amor incondicional por las mujeres, especialmente por la mujeres libres que no temen serlo.
En sus fotografías, su ojo sabía introducirse amorosamente por cualquier rendija, también la del alma humana, y entonces retrataba algo que va más allá de la apariencia de las cosas. Se adentraba poco a poco en el otro, en lo otro, y captaba su misma esencia. Su respeto por lo frágil, por lo sencillo, se materializa en el inmenso cariño con el que están tratados sus niños o sus mendigos. Baldo tenía la capacidad de inferir alma a lo inanimado de la imagen, convocaba en sus obras una profundidad difícil de manifestar.
*Conocí a Baldomero Pestana en 2014, cuando a mis 15 años trataba de obtener la conocida beca que otorgaba la Ruta Quetzal. Acudía a nuestra entrevista algo nerviosa, imaginando que aquel artista, ya de avanzada edad, sería un hombre serio, tal vez severo, y con poco interés en lo que una jovencita quisiera preguntarle. La realidad fue muy distinta… me encontré con un rostro amable y sonriente, que hablaba en un melodioso castellano que aunaba su gallego natal, con los tonos sudamericanos de su residencia en Perú y Argentina, y un deje del francés, asumido en su larga estancia en Paris.
Sofía Torró Álvarez
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