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‘Beau tiene miedo’, de Ari Aster
Con Joaquin Phoenix, Patti LuPone, Nathan Lane y Amy Ryan, entre otros
179, Canadá, Estados Unidos y Finlandia | A24, Square Peg, IPR. VC y Access Industries, 2023
Ari Aster presenta su tercer largometraje, una pesadilla kafkiana que, lejos de inquietar, ofrece un producto soporífero incapaz de solventar con acierto su epopeya a caballo entre el humor negro y lo onírico. 179 minutos de impotencia cinematográfica desconcertante que roza el menosprecio hacia el espectador gracias a sus imágenes exacerbadas que se tambalean sobre su pobre (casi inexistente) mensaje.
Mi admirado crítico Alejandro G. Calvo afirma que ver buenas películas te convierte en buena gente. Bien, corten las calles circundantes a las salas donde se proyecte ‘Beau tiene miedo’ porque los atracos, las atrocidades y los asesinatos están mucho más que servidos después de visualizar el nuevo filme de Aster.
Después de alcanzar el olimpo del panorama cinematográfico –con total mérito– tras su ópera prima ‘Hereditary’ y el infierno diurno y floral de ‘Midsommar’, el director estadounidense retoma la actividad con lo que, según él, es su obra más personal e íntima. Con la productora A24 detrás y el siempre excelente trabajo de Joaquin Phoenix delante de la cámara, todo apuntaba a un nuevo hito en la historia contemporánea del cine de terror. Las expectativas y el hype son tan inevitables como peligrosas. Armas capaces de estrellar con una brusquedad inhóspita las ilusiones de los más creyentes. Demoledoras y crueles.
Beau (Joaquin Phoenix) es un neurótico hombre de avanzada edad que debe enfrentarse a un pasado condicionado por una madre totalitaria (Patti LuPone). Una demoledora llamada de teléfono obliga a Beau a emprender un viaje hasta la casa de su progenitora en el que sus miedos y sus remordimientos lo empujarán a un infierno del que quizá no pueda escapar.
La película se puede diferenciar en tres partes distintas que descienden sin control hacia la desidia. Para ofrecernos una mayor sensación de frustración final, la primera hora de ‘Beau tiene miedo’ funciona a las mil maravillas con su pesadilla urbana, donde el desconcierto ante la sucesión de hechos histriónicos causa un extraño confort del que no puedes ni quieres escapar. Con un Phoenix entregado, una nueva versión de ‘Aquí no hay quien viva’ repleta de yonkis y asesinos circuncidados harán las delicias de los amantes del humor negro.
Estos destellos novedosos que vimos y disfrutamos en ‘Hereditary’ comienzan a diluirse y, como si un nuevo director tomara las riendas del resto del filme, ‘Beau tiene miedo’ se pierde en sí misma mientras exprime sin control lo surrealista y convierte –salvando las distancias– ‘Un perro andaluz’ en un híbrido entre ‘Sharknado’ y ‘Los gemelos golpean dos veces’ puesto de LSD con un carrusel de fotos de Pinterest.
Ante una puesta de escena tan arriesgada y colosal, el objetivo del filme se pierde entre corchopanes de teatro e interminables monólogos frunceceños al más puro estilo ‘El árbol de la vida’. La definición por excelencia de “mucho ruido y pocas nueces”. Un viaje con un inicio prometedor e ilusionante que manda sin decoro alguno al espectador a un destino egoísta donde sólo el director parece haber disfrutado.
Afortunadamente, el corte original de cuatro horas fue acotado –deprisa y sin tacto– en las nada despreciables tres horas de duración. Decía Alfred Hitchcock que la extensión de una película debía ser directamente proporcional y justa con las vejigas del público. Aster no tiene clemencia ni con las necesidades básicas del ser humano ni, por supuesto, con la calidad esperada de su trabajo. Un ejercicio extenuante que debería ser recompensado con la medalla al mérito hacia aquellas personas capaces de aguantar el viaje del pobre Beau.
Busquen en su sala un acompañante ruidoso que devore palomitas como los supervivientes de ‘Viven’ cuando encuentran pasta de dientes y, quizá, así hallen un entretenimiento en la proyección de ‘Beau tiene miedo’, aunque sea discutir entre susurros.
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