‘El Dormitorio. Centennial Bedroom Art’
Sala Ferreres
Centre del Carme Cultura Contemporània
C/ Museo, 2. València
Del 1 de julio al 17 de octubre de 2021
Las camas sobre las que se interrogaron hace unos diez años Maite Ibáñez y Áurea Ortiz, en la Sala Parpalló, nada tienen que ver con la que protagoniza ‘El Dormitorio. Centennial Bedroom Art’, proyecto comisariado por Clara Barral, que se exhibe en la mayúscula Sala Ferreres del Centre del Carme. Entonces, a rebufo de la crisis económica de 2007, Ibáñez y Ortiz propusieron reflexionar plásticamente sobre espacio tan íntimo, echando mano de ilustres artistas como Antoni Tàpies, Louise Bourgeois, Darío Villalba, Eulàlia Valldosera, Alberto García-Alix, Cristina Lucas o el recientemente fallecido Miguel Borrego.
Aquellas camas tuvieron el complemento del cine, para seguir indagando en sus potencialidades como territorio de poder, tálamo del placer, refugio e incluso escenario del dolor. Rainer Werner Fassbinder, Ingmar Bergman o Tsai Ming-liang son algunos de los directores a través de cuya obra se establecieron fructíferas reflexiones sobre el papel de la cama en nuestras vidas.
Aquella crisis económica, que todavía sufrimos, ha dejado paso a otra protagonizada por un virus que ha desencadenado algo nunca visto: el confinamiento masivo de la población. En ese confinamiento, haciendo de la necesidad virtud, muchos jóvenes han decidido explotar las redes sociales, al hilo del encierro, para dejarse ver por medio de sus creaciones, realizadas desde la cama o la intimidad del hogar con ayuda de las nuevas tecnologías.
De manera que aquellas camas de Ibáñez y Ortiz, traducidas al lenguaje plástico y audiovisual, digamos clásico, se han convertido ahora en camas literalmente tomadas como espacios utilizados por estos jóvenes artistas, para mostrar las ligazones entre creación íntima, comunidad social y potencialidad digital, generando interesantes paradojas vinculadas a lo privativo y su exposición pública.
“Es una generación [la centennial] que se comunica a través de las redes sociales, pero utilizadas de otro modo”, señala Clara Barral, comisaria del proyecto que estará en el Centre del Carme hasta el 17 de octubre. “Cada uno es responsable de lo que hace en esas redes. Todo tiene un poso detrás; no es algo superficial”, añade, con respecto a una exposición presidida por una cama central en la Sala Ferreres, alrededor de la cual se suceden las diversas manifestaciones artísticas, dos de ellas dedicadas al mundo TikTok y a los filtros de Instagram.
Sobre esa cama, Dani, representante del denominado bedroom pop español, adelantó alguno de los temas acústicos de su disco ‘Veinte’, realizado precisamente durante el confinamiento, como demostración del potencial creativo vehiculado a través de las redes sociales. “Lo compuse en la habitación de mi casa”, dijo la cantante de Vigo, para después subrayar: “No dependemos de nadie para hacer música y lanzar nuestros proyectos en este momento tan difícil”.
Dani insistió en apuntar esa otra cara menos frívola y cuartelera de las redes sociales: “Están bien aceptadas como medio de comunicación”, si bien puntualizó la dificultad de que lo allí expuesto “se viralice”, en busca de la “máxima rentabilidad”. ¿No provoca demasiada competencia? “Más que competencia, da lugar a un sentimiento de comunidad”, resaltó.
‘El Dormitorio. Centennial Bedroom Art’ pretende poner el foco en esta cara más amable y menos superficial, alejada igualmente de la canallesca declarativa, de las redes sociales, aunque no pueda eludir, claro está, las contradicciones asociadas a la exhibición pública tomando como recinto el ámbito doméstico. Barral lo explica así: “Creaciones íntimas, democratizadas, instantáneas, globales, constantes, transformables, que viajan sin miedos ni prejuicios por la red, generando corrientes artísticas e ideológicas al margen de los medios tradicionales”.
En este caso, la red se postula como vía alternativa a esa otra comunicación pautada por empresas comerciales, si bien TikTok o Instagram no dejan de ser igualmente empresas que cotizan al alza en el fluido medio de Internet. Aquellas camas que, en su día, fueron utilizadas por John Lennon y Yoko Ono como medio de protesta íntima contra la guerra, o Raquel Miserachi para dar a conocer los lechos en los que había dormido durante todo un año y, más recientemente, Tracy Emin, a modo de tálamo deshecho como objeto de museo, ahora son sustituidas por camas como ésta que preside la Sala Ferreres, tan física como evocando la virtualidad de la red.
“Son creaciones íntimas pero compartidas en comunidad”, lo cual implica una cierta concepción solidaria de “ayuda total entre los artistas”, señala Vera Martín, responsable del diseño y concepto expositivo. Belén Cabello, autora de la Sala TikTok, afirma que el mapa de información variada, que acoge la estancia objeto de su trabajo, alude a la cantidad de información ofrecida, tanta “que no llegas a profundizar”.
De nuevo, la dialéctica entre la profusión de datos, que nos mantienen conectados a la red, y la incapacidad para poder procesarlos, digerirlos y profundizar en ellos para dotar de sentido la conmoción resultante. Artistas como Silvia Coca, Esther Merinero (recreando la pared rosa de la tienda de Paul Smith, luego invadida con el grafiti ‘Fuck your selfie’), Jaume Clotet, Paula Urticae y Lola Zoido, Valeria Vegas, Elisabeth Duval, Stephen Please, Weecolors (responsable de la intervención en la cama que preside el conjunto expositivo), Isabella Benshimol (dejando un rastro de ropa alusiva al momento en que te la vas quitando por casa tras un duro día de trabajo) o la propia Dani, dibujan el mapa presencial e incluso onírico, a raíz de lo virtual, de las experiencias creativas realizadas en lo doméstico.
Una amalgama de piezas que vuelven a poner en evidencia otro constante, esta vez entre lo mayúsculo, representado por la Sala Ferres, y lo diminuto de los objetos cotidianos que dan pie a la formulación de un acto comunicativo tan íntimo como el expresado mediante la cama. “Funciona muy bien ese contraste entre lo grande y lo pequeño”, señalan al unísono Barral y Martín. Una exposición, en su conjunto, paradójica, por cuanto aúna la necesidad de buscar otros canales de comunicación alejados de la corriente principal, aprovechando el obligatorio confinamiento, y el uso de canales que ofrecen esa posibilidad, jugando con la privacidad de quienes los utilizan para alcanzar cierta notoriedad.
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