#MAKMALibros #MAKMAEntrevistas | Benjamín Prado
‘Todo lo carga el diablo’
Editorial Alfaguara, 2020
Las actividades deportivas generan un ingente caudal de información que alimenta varios diarios, amén de semanarios y revistas. Negro sobre blanco, un filón en letra impresa. Sin embargo, las hazañas deportivas, sobre todo pretéritas, no suelen inspirar obras de ficción, salvo excepciones que confirman la regla. Como la última novela de Benjamín Prado, ‘Todo lo carga el diablo‘ (Alfaguara), quinta de la serie protagonizada por Juan Urbano, que recrea la trayectoria de varias atletas españolas de los años treinta cuya memoria por motivos diversos fue borrada por la dictadura.
“Quiero que siga su rastro, dé con ella, averigue su historia y después la olvide”. Con estas palabras, un empresario de la industria farmacéutica encarga a Urbano que busque a su madre que, supuestamente, lo abandonó de niño para huir con su amante a América. Ella es Caridad Santafé, una de las tres atletas protagonistas, junto a Margot Moles y Ernestina Maenza. Las dos últimas existieron en la realidad y Santafé es pura ficción, “porque a los novelistas se nos juzga por los personajes que inventamos”, sentencia Prado, “mientras que a los reales debes describirlos según su personalidad y peripecia biográfica”.
Moles y Maenza fueron las primeras atletas españolas que participaron en unos Juegos Olímpicos de Invierno en la Alemania nazi, en 1936 y, aunque no hicieron muy buen papel, lucharon hasta el final –hay que tener en cuenta que tanto sus equipos como entrenamiento previo desmerecía del de sus competidoras–. Estas dos bravas mujeres, que practicaban deportes tan variados como el esquí, el montañismo o el lanzamiento de disco y jabalina (algo común en los deportistas de la época), poseían perfiles sociales opuestos.
Moles era hija de una familia catalana republicana e intelectual, mientras Maenza sufrió el estigma de tener una madre soltera que se ganaba la vida limpiando casas. Su humilde origen no le impidió descollar en varios deportes y casarse con Enrique Herreros, artista polivalente, publicista, cineasta y miembro de la mítica revista de humor La Codorniz. “Me interesó mucho un reportaje de Javier Rioyo sobre la Generación del 27 en el que aparecía Herreros, y cuando me enteré de que la familia puso como condición para hacerlo que no se hablara de su primera esposa (Ernestina), pensé (como solemos hacer los escritores) que ahí había una buena historia. Y acerté”.
Maenza era de derechas y Moles de izquierdas. Ambas fueron tachadas por el régimen, “con más fuerza Ernestina, por motivos morales, que Margot, por cuestiones ideológicas”, resume Prado.
El relato arranca en la actualidad y traza un amplio arco desde las postrimerías de la Segunda República poniendo énfasis en la Guerra Civil y la posguerra. Prado marca, así, un agudo contraste entre el ambiente cosmopolita e intelectual del Madrid de la Residencia de Estudiantes y la Institución Libre de Enseñanza con la sordidez y miseria que vinieron después. Entre los inicios de la liberación de la mujer, frustrados por la guerra, a su absoluto enclaustramiento en el ámbito familiar, bajo el sometimiento al marido y al padre.
Para ello se sirve de Caridad Santafé, su atleta imaginaria. Una chica de Rota, hija de comerciantes de buena posición, que sufre una profunda depresión tras la muerte de su hermano en el Barranco del Lobo durante la guerra de África. Sus padres la mandan a la Residencia de Señoritas a estudiar farmacia y allí, mientras comienza a destacar por sus aptitudes atléticas, compañera de Moles y Maenza, despierta el malsano interés de un hombre poderoso que, obsesionado por ella, consigue seducirla con malas artes y hacerle pasar de un falso paraíso a un infierno.
Las pesquisas de Urbano, que investiga su historia con ayuda de Isabel Escandón, se entremezclan con la amplia erudición de Prada sobre la mujer en la Segunda República y otros asuntos, como los escándalos de la vacuna de la polio o la existencia de las llamadas casas de dementes. Falsos psiquiátricos donde las familias adineradas podían ingresar a sus miembros incómodos sin dar explicaciones. “En toda historia del pasado buscas temas y subtemas que expliquen esa época, y el horror de la polio, que llenó España de niños con hierros en las piernas, es un buen ejemplo de cómo la dictadura trataba a los ciudadanos”.
Tras cinco títulos con Urbano, Prado se siente muy cómodo con él. “Tengo la ventaja de que no me impone nada. No me ata, me libera, porque con él ya tengo al protagonista principal. Lo único que me tiene que preocupar es que se le vea envejecer. En este libro, por ejemplo, cambia por completo su concepto de amor”.
Ser poeta, ensayista y tener publicadas un largo listado de novelas no le quita tiempo para el ejercicio. “Me gusta el balonmano, el ciclismo y practiqué el fútbol juvenil”, cuenta. “Soy un gran espectador de eventos deportivos. Incluso capaz de tragarme una competición de ping-pong entre Corea y Pakistán”, bromea.
Como escritor, es metódico porque “la novela exige una atención exclusiva. Si la dejas, se te escapa. Se van y no vuelven”. Ahora le apetece retornar a la poesía, “pero sin garantizar resultados porque con los poemas no es solo cuestión de esfuerzo y disciplina”, concluye Benjamín Prado.
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