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Entrevista con el director Bruno Podalydès
‘El barco del amor’ (‘Le petit vadrouille’)
Reparto: Daniel Auteuil, Sandrine Kiberlain, Denis Podalydès, Isabelle Candelier, Bruno Podalydès, Florence Muller, Eric Viellard
Francia, 2024, 96 min.
En ‘El barco del amor’ (título algo distinto del original ‘Le petit vadrouille’), de Bruno Podalydès, conocemos a Justine, la bella ayudante de Frank, un empresario millonario para el que organiza todo tipo de eventos. Dadas sus dotes para la planificación, Frank le pide a Justine que le monte un fin de semana especial con el que pretende conquistar a una mujer de la que afirma que se ha enamorado.
Esa mujer, dice Frank, tiene unos gustos muy exquisitos por lo que el programa tendrá que llevarse a cabo en un entorno que responda a ciertas condiciones de buen gusto y sofisticación.
Para resolver este encargo, Justine recurre a su pareja, Albin, un hombre de mediana edad en paro al que se le ocurre una idea: organizar un romántico viaje en un pequeño remolcador por los canales de la campiña francesa.
Para ahorrar algunos costes, Albin le propone a Justine que implique en la operación a un grupo de amigos, también en dificultades económicas, y ganarse, con ello, la mayor parte posible del dinero que Frank le ha entregado para que cumpla con sus deseos.
Comienza así este extraño viaje, donde la mentira se convierte en vehículo para una sátira sobre el amor, los celos, la amistad y las diferencias sociales. En el reparto encontramos a actores de la talla de Daniel Auteuil (‘Caché’), Sandrine Kiberlain (‘Un nuevo mundo’), Denis Podalydès (‘Fantasías de un escritor’) y el propio director, con el que teníamos esta pequeña charla con motivo del estreno en España de su película.
Parece que la comedia francesa está viviendo un buen momento. ¿Cómo lo ves?
Bufff (risas). Puede que aquí dé esa impresión, pero no me doy cuenta de eso. Es verdad que hay una comedia que aún no se ha estrenado todavía en España que se llama ‘Una pequeña cosa de más’ (‘Un petit truc en plus’) que ha arrasado (creo que llevan ocho millones de espectadores), pero yo tengo la sensación de que cada vez es más duro hacer comedia porque parece que no es serio.
Y bueno, como estamos viviendo estos últimos años unos tiempos tan duros… Yo sí que creo que es necesario hacer comedia, pero no sé si es tan fácil hacerla actualmente.
Es verdad que la comedia es un género que está infravalorado, aunque, por otro lado, quizá sea el género más difícil de realizar. ¿Por qué escoger esta forma de ficción en estos tiempos que corren?
Yo lo resumiría de una forma muy sencilla. Y es que creo que, cuando consigues hacer reír, es porque tu inteligencia muestra que entiendes algo de lo que pasa, y en esta época en la que hay tantas cosas que nos oprimen, el hecho de reírte te permite liberarte de todo eso, por eso es tan saludable.
Como director, ¿qué crees que es lo más difícil a la hora de abordar una comedia?
Yo creo que una de las dificultades de la comedia es la de no sacrificar toda la risa. Es decir, se suele pensar que una comedia es la cara del actor muy iluminada y sus gags.
Pero yo siempre trato de buscar mi propia estética, el uso de los decorados, la ropa, el propio montaje, la luz; todo esto es muy importante y se tiene que ver. Y, de alguna manera, también hay que buscar la elegancia. Combinar esas cosas, creo que es lo más complejo.
Una comedia suele tener un ritmo muy acelerado. Aquí, sin embargo, las cosas suceden con un tempo mucho más tranquilo de lo habitual. ¿Cómo afrontaste este reto? ¿Por qué tomaste la decisión de que tuviera este tempo tan particular?
Bueno, yo creo que, cuando asumes algo, es muy difícil reprochártelo (risas). Yo asumo totalmente este ritmo. Es algo que he hecho de manera totalmente voluntaria.
Es decir, no he querido hacer una película lenta, no creo que la narración sea lenta, pero sí que me interesaba transmitir la lentitud de esa manera de navegar del propio barco en el que van los personajes, la repetición que se imponía a través de esas compuertas que se abren una y otra vez, cuando atraviesan cada tramo del canal, lo que me permitía plantear la idea de capítulos, como si fuesen los actos de una obra de teatro en la que, cada vez que se abre una de esas puertas, es como si se levantase el telón.
Pero también me servía para plantear una metáfora dentro de la película. Como decía, asumo ese ritmo. Como director, pero también como capitán del barco [que interpreta él mismo], en un momento dado le digo a Daniel Auteuil, que interpreta a Frank: ‘Enjoy’ (disfruta). El personaje de Daniel sería como el productor, que siempre quiere que la película vaya a un ritmo más rápido y me pide que acelere y le da al botón para ir más deprisa.
La película plantea dos realidades. Por un lado, tenemos a una compañía de teatro que trata de sobrevivir y se inventa esta especie de timo para conseguir dinero. Y, luego, hay un hombre rico que se puede permitir cualquier lujo sin pestañear. ¿Hay ahí una exaltación de la antigua lucha de clases? ¿O quizá se refiere a la confrontación entre las dificultades del arte frente al mundo financiero?
Oh, sí, sí (risas). Soy perfectamente consciente. Efectivamente, es una constatación de esa lucha de clases que hoy nadie puede contestar. En los últimos años ha habido muchas películas importantes, como ‘Parásitos’ de Bong Joon-ho o la película de Ruben Östlund (‘El triángulo de la tristeza’), donde se ve este choque de clases.
En las películas cada vez se ve más esta resonancia cómica. Con respecto a la confrontación en el arte, de hecho, yo mismo casi me auto referencio porque, cuando hago una película, casi nunca he tenido el presupuesto que esperaba. Pero tampoco me quejo porque esto me ha permitido ser ingenioso y buscar ideas de puesta en escena que igual no hubiese tenido con un presupuesto mayor.
De hecho, esto es algo que sucede desde los inicios del cine. El propio Georges Méliès no solía tener suficiente figuración y a veces se cambiaba de ropa para ahorrar costes, como hace el personaje que abre y cierra las puertas al barco y va corriendo con la bici y se cambia todo el tiempo para disfrazarse para que no se le reconozca.
La película nos refiere todo el tiempo a la Unión Europea. Antes de partir en el barco, los personajes izan la bandera azul de las estrellas mientras se ponen la mano en el pecho, y el himno de la UE se interpreta en varios momentos posteriores de la película. Me gustaría que nos aclararas si esta referencia es una mirada irónica o es una celebración de la UE.
¡Ah! (risas). Sí, en cuanto a la bandera, si hubiese puesto una bandera francesa, me habrían tachado de chovinista. Sobre todo, ahora mismo, en Francia, la bandera francesa es signo de algunos partidos extremos con los cuales no estoy nada de acuerdo y no quería ninguna ambigüedad.
En cambio, sí que soy totalmente pro europeo. No diría totalmente a favor de la Unión Europea tal y como está ahora, sobre todo porque es una unión financiera, pero sí que creo mucho en Europa. En la idea de Europa como mínimo.
Sin desvelar mucho sobre la solución del argumento, te quería preguntar sobre ese plano final en el que los actores miran a cámara y saludan como si estuvieran en una obra de teatro. Aparte del efecto de romper la llamada cuarta pared con el espectador, ¿qué implicaba para ti?
Bueno, más allá de romper la cuarta pared, lo que hay es una celebración feliz de la troupe. Puede ser una troupe de teatro o una troupe de cine, pero, sobre todo, es una forma de decir que nos hemos disfrazado para vosotros y que esperemos que os hayáis divertido.
Yo siempre encuentro conmovedor cuando la gente se despide en un espectáculo. También es una forma de decir: no sé si volveré a trabajar con esta gente. Es una forma de plantearle al espectador si ha disfrutado de lo que ha visto o si le ha pesado su posible inverosimilitud.
Es como volver al mundo de los niños. Cuando los niños ven teatro, saben que los personajes están disfrazados, pero les gusta lo que ven. Es una forma de saludar al espectador y cerrar el espectáculo.
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