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‘Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo’
En colaboración con el Centre d’Art Georges Pompidou
CaixaForum València
Eduardo Primo Yúfera 1A, València
Del 28 de noviembre de 2024 al 30 de marzo de 2025
Eugenio Trías abre su imprescindible ensayo ‘Lo bello y lo siniestro’ con estas dos citas: “Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar”, de Rainer Maria Rilke, y “Lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado”, de Schelling. Citas que pueden resumir lo que acontece en CaixaForum València, donde hasta marzo del próximo año se puede contemplar la exposición ‘Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo’.
En ella, se recogen las diferentes visiones que sobre esa naturaleza han tenido diversos artistas a lo largo del siglo XX e inicios del XXI; visiones que, ya desde su propia formulación en cuatro elocuentes apartados, aluden al ambivalente rostro, tan bello y atrayente como siniestro e inquietante, de la naturaleza: metamorfosis, mimetismo, creación y amenaza.
De manera que a lo largo del recorrido expositivo vamos observando lo bello y lo siniestro sin solución de continuidad, ya sea en una misma obra o a través de las miradas cambiantes de los artistas a lo largo del tiempo. Podríamos decir que tan pronto congeniamos con Van Gogh, al decir que “si realmente amas la naturaleza, encontrarás la belleza en todas partes”, como con el arquitecto Charles Moore, cuando proclama: “Solo nosotros los humanos producimos basura que la naturaleza no puede digerir”.
Así, lo siniestro se presenta, siguiendo a Trías, como la condición y el límite de lo bello: “En tanto que condición, no puede darse efecto estético sin que lo siniestro esté, de alguna manera, presente en la obra artística”, y, en tanto que límite, “la revelación de lo siniestro destruye ipso facto el efecto estético”.
El biomorfismo, acuñado por Alfred Barr en 1936, vendría a ser la manera que tiene el arte de utilizar las formas orgánicas de la naturaleza a la hora de realizar sus propias obras artísticas. Obras cuya abstracción proviene de las mismas formas orgánicas emuladas. Como decía Eduardo Chillida, “tiene que haber alguna relación entre los ritmos de la corteza de un abeto -por ejemplo- y las direcciones en el espacio según las cuales nacen sus ramas”.
La traducción de esos ritmos y direcciones que ofrece la naturaleza está en la mayoría de obras expuestas en CaixaForum, empezando por aquellas que dan la bienvenida al espectador: la propiamente denominada ‘Metamorfosis’, escultura de Henri Laurens, y ‘El asno podrido’, cuadro de Salvador Dalí.
“En el arte moderno”, se recoge en el texto que acompaña la muestra, “la metamorfosis implica la hibridación de las formas vegetales, animales y humanas en función de la apariencia o la estructura”, mientras que otras veces, esa misma metamorfosis “tiene un aspecto degradante, como en la obra de Dalí”, creando, en cualquiera de los casos, “figuras que no son propiamente ni humanas ni animales”, expresando “dinamismo y transformación”.
He ahí, de nuevo, lo bello y lo siniestro; lo que captura y magnetiza nuestra mirada, ya sea por el embelesamiento de sus formas o por la inquietud que nos provoca aquello que, debiendo permanecer oculto, se revela: en ‘Los tres cipreses’, de Max Ernst, el ser humano aparece transformado en un árbol imposible.
Raoul Haussmann y Jean Arp juegan con el cuerpo femenino para traducirlo plásticamente en belleza erótica o en emulación vegetal, dando lugar, al mismo tiempo, a una suerte de extrañeza por la manipulación de sus formas. “El cuerpo de la mujer, tumbado en la playa, se convierte en una escultura abstracta”, de manera que pasamos “de lo corporal” de Haussmann “a lo inmaterial, espiritual y aéreo” en la obra de Arp, en una nueva vuelta de tuerca al biomorfismo que atraviesa el conjunto expositivo.
La fascinación por las formas naturales, que los artistas incorporan en sus obras (tal y como se recoge en el apartado sobre el mimetismo), da enseguida paso a la creación, en la que destaca la película de Robert Smithson ‘Espigón en espiral’, donde se el “gigantesco espigón creado en 1970 en la orilla del Gran Lago Salado en Utah, cuyas 5.000 toneladas de basalto negro producen admiración, pero también la inquietud de lo que provocará tamaña masa de piedras en el ecosistema donde se asienta la obra”, apunta Muntsa Ciurana, coordinadora de la exposición.
La propia Ciurana, a modo de entrada al último apartado de la muestra, señala la pieza de Tetsumi Kudo como ejemplo de la “amenaza” que procede de la naturaleza misma, mostrando en su trabajo “una visión pesimista del mundo dominado por una tecnología alienante y por la contaminación”, según consta en el vinilo que acompaña la obra del artista japonés.
El verde tóxico de ese ‘Retrato-crisálida en el capullo’, transformado en “monstruo cibernético”, apunta en la dirección de aquello “terrible que todavía podemos soportar” -dictado por Schelling-, aunque se encuentre ya en el límite a punto de ser definitivamente traspasado, que nos conduce al abismo.
‘Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo’ podríamos decir que bascula entre el arte como refugio, por cuya mediación sentimos el atractivo acogedor de lo bello, y el arte como intemperie, a cuyo través sentimos la sobrecogedora aparición de una naturaleza desbocada, ejemplificada en el reciento recuerdo, sin duda siniestro, de la DANA.
La muestra de CaixaForum València pone el acento, por tanto, en lo bello de la naturaleza, tan enraizado en nuestro acerbo estético, al tiempo que recoge “la preocupación por los desafíos actuales sobre el medio ambiente”, según se apunta en la nota de prensa, como prolongación de la belleza codiciosa que esconde en su interior una faz siniestra.
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