Calpurnio
Galería Pepita Lumier
C / Segorbe, 7. Valencia
Hasta el 7 de julio de 2017
“Fui infógrafo en el Heraldo de Aragón hace 20 años y recuerdo que detrás de mí estaba el cuarto de los teletipos que no paraban de sacar noticias”. Calpurnio, alter ego de Eduardo Pelegrín (Zaragoza, 1959), lo recuerda como el momento en que ya percibió el exceso de información que, aún hoy, considera “igual a la ausencia de información”. Un exceso que extrapola a esos otros excesos que caracterizan la sociedad contemporánea: de producción, de consumo, de asuntos corruptos, de población. Excesos de los que ha ido dando cuenta en su obra, que ahora muestra en la galería Pepita Lumier tras diez años de ausencia expositiva.
Está, cómo no, el bueno de Cuttlas, ese extraño vaquero que el ilustrador dio a luz en una “página gamberra” hace ya muchos años, siendo desde entonces como su segunda piel. Porque Calpurnio y Cuttlas comparten esa fijación por la vida sencilla que se complica a base de torrenciales pensamientos. De hecho, su dibujo es tan despojado como densas sus elucubraciones. “Me gusta la matemática y la física; hice hasta tercero de Arquitectura y también me atrae la geometría descriptiva”. Líneas, espacios y números que atraviesan la exposición dividida en tres grandes apartados: el dedicado a Cuttlas, Mundo Plasma y El Golem.
“Tengo memoria de pez, no recuerdo nombres y situaciones, pero eso me da, por el contrario, una rica visión abstracta”. Visión que, partiendo de Cuttlas, desemboca en los más actuales universos del plasma y el monstruoso Golem. “Antes terminaba en la nada”, se refiere a una serie de tintas numéricas realizadas en 1995, “y ahora hay un monstruo que podemos combatir”. Mejor, pues, el monstruo que la nada. “No dejarnos llevar por la desesperación”. Lo dice después de haber superado el escepticismo teñido de angustia que supone habitar ese mundo de excesos. “Para mí el Golem ha sido como salir de la encerrona; identificar el monstruo que hay detrás de tanto exceso”.
La obra que sirve para ilustrar la exposición, a modo de tarjeta, ya recoge esa saturación de palabras y de cifras, tras la cual se vislumbra el monstruo. “Es el Golem tras la debacle”. Y aunque parezca que pasar del exceso (que como un tsunami de palabras lo arrasa todo) al monstruo demoledor (cuya enorme figura también sobrecoge) lleva al mismo callejón de salida, Calpurnio no lo ve así: “Fragmentar el problema es un modo de abordarlo; como si la solución estuviera en la matemática”.
El neurólogo Oliver Sacks contaba que él tenía colgada en su cuarto de baño la tabla periódica, porque le daba estabilidad. Frente al caótico mundo, el orden numérico. Y así todas las mañanas. Calpurnio, tras constatar la angustia del mundo anegado de excesos, ha encontrado en la tabla parecida de las matemáticas cierta salvación. Por eso las 32 piezas de El Golem que ocupa una de las paredes de la galería, convenientemente fragmentado, supone un alivio. Al igual que sus ilustraciones publicadas en diversos medios. “A mí me gusta la prensa, la tira diaria”. Tiras sencillas que, como dice, “dan sensación de vacío en medio de tanta información”.
Acuarelas, tintas chinas y collages que van dando cuenta del universo de Calpurnio, cuyos limpios y esquemáticos dibujos contrastan con la maraña de pensamientos metafísicos que pone en boca de sus personajes. “Hay un ruido ambiente, pero dentro del pesimismo encuentro ahora un mensaje optimista, reduciéndolo a formas matemáticas”. Cansado de “rendirse ante el desastre”, el historietista aragonés afincado en Valencia encuentra en “las ciencias y el humanismo” la única salida cierta. Por mucho que El Golem se empeñe en demostrar lo contrario. “No es Frankenstein ni Nosferatu, que son personajes de libro, sino que el Golem pertenece a las leyendas judías, a medio construir en su intento de ser Dios; un subproducto del hombre”.
Calpurnio lo utiliza (“me he pasado un año con él”) para ilustrar ese optimismo teñido de ironía que ya caracterizara al vaquero Cuttlas, en medio de un salvaje oeste plagado de extraños compañeros de viaje. En cualquier caso, “no soy opinólogo”, advierte, sino que utiliza el lenguaje del cómic “para explicarme”. También para explicar a cuantos quieran visitar la exposición, que Pepita Lumier tiene el privilegio de acoger dado lo poco que se prodiga, que la vida con monstruos es mejor que nada.
Salva Torres
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