#MAKMAEntrevistas | Carles Sans
‘¡Por fin solo!’
Codirigida por José Corbacho y Carles Sans
Guion e interpretación: Carles Sans
Teatro Olympia
San Vicente Mártir 44, València
Hasta el domingo 13 de febrero de 2022
“La literatura sin anécdotas no tiene ningún valor”, rubricaba en su ‘Cuaderno gris’ el siempre cáustico y diáfano autor ampurdanés Josep Pla. Un modo de vindicar cuanto de sugestivo y fecundo habita en la periferia de la historia, en lo ordinario, y que con relevante esmero trabajó en sus obras un insgine y decimonónico repertorio de escritores franceses a los que Pla recurría en calidad de acreditado epígono.
Una máxima hacia la que Carles Sans –extremidad indisoluble de Tricicle, junto a Joan Gràcia y Paco Mir– dirige el horizonte de su retorno a los teatros, tras la pausa “indefinida” de una de las más longevas compañías de la escena cómica española. Porque cuatro décadas de silente singladura en común deben de ofrecer, extramuros de la ficción gestual, un prolífico repertorio de jacarandosos equívocos, calambures y retruécanos de lo cotidiano.
Y, efectivamente, así se refrenda en ‘¡Por fin solo!’, un descriptivo y mordaz título a partir del que el actor badalonés ofrece, a rienda (e insólita palabra) suelta, un hilarante florilegio de anecdotes (vocablo de origen francés diseminado por estos predios en el siglo XVII y que atesora por condición sine qua non naturaleza de “no publicada”) con la preeminente misión de “entretener” al muy respetable personal –cometido nada fútil y, sin dubitaciones, la más solemne y afanosa razón de ser del teatro–.
Un heteroxo monólogo –asistido por la irrefutables capacidades gráficas de Sans– cuyo repaso a la verídica mundología padecida, en ruta y compañía, por “el guapo de Tricicle” recala en el Teatro Olympia de Valéncia hasta el domingo 13 de febrero, instituido en «un reto que a estas alturas es una sorpresa para mí mismo. Cuando uno lleva tantos años inmerso en una misma dinámica, con una compañía, Tricicle, y unos mismos compañeros, da por sentado que aquello va a ser siempre así».
Y a carta cabal que una de las intrínsecas diferencias postuladas durante esta nueva senda, ajenas a la mirada del público, habita tras el alborozo sobre las tablas. «Ese momento de soledad en los camerinos es cuando más noto que estoy solo durante las giras, porque luego, ya en el escenario, entro en esa burbuja mía y ya está. Pero en ese silencio de esa hora antes, cuando llegas al teatro, entras en el camerino… Nosotros [Tricicle], que compartíamos el camerino, fuera pequeño o grande, siempre estábamos juntos. Aprovechábamos para conversar…».
Una evocación que cobra sólida presencia durante las cuatro funciones que ‘¡Por fin solo!’ ha venido a afrontar en los alrededores de la calle San Vicente. «Es especialmente emotivo el camerino de aquí, del Teatro Olympia, entre otras cosas porque fue remodelado gracias a nosotros. Estaba ya un poquito viejete y le dijimos a mi amigo Enrique [Fayos]: “Si quieres que vengamos, este camerino tiene que estar en otras condiciones”, y nos dejaron un camerino impecable. Además, me unen también otros recuerdos no tan buenos porque, por desgracia, estando en este camerino me anunciaron el fallecimiento de mi madre, que ya era muy mayor y estaba enferma, y tuve que marcharme corriendo».
Es por ello que para Carles Sans «hay en este teatro muchas cosas que, en este caso, no son anécdotas como para contar en el espectáculo, pero con las que he generado una vinculación emocional importante».
Un anímico nexo transmutado ahora en desafío incipiente frente a las expectativas de recibir en escena al cómico catalán «hablando, en un género distinto. Los que nos dedicamos a esta profesión estamos muy expuestos al designio del público soberano». Una exposición que «da mucho miedo, mucha incertidumbre, pero si el resultado, tal y como es mi caso, es bueno, la verdad es que es un subidón impresionante», atestigua un vívido Sans.
Efervescente estado de ánimo justificado por la congratulante respuesta que ‘¡Por fin solo!’, codirigido junto al humorista y cineasta José Corbacho, viene recibiendo desde su estreno el pasado otoño, en el Teatre Borràs de Barcelona, tras un dilatado período de preparación que se remonta a octubre de 2020.
Precisamente, por aquel entonces, Carles Sans encaminaba el verbo con morfología de rúbrica, en un artículo publicado en Economía Digital en el que daba confesa cuenta de que “a cinco minutos [de salir a escena] no hay veteranía que valga; es como si nada de lo hecho valiera para un momento así. Me siento un aprendiz”.
«Cuando escribí este artículo estaba a las puertas de hacer el primer ensayo general con público, que es ese día en el que realmente te das cuenta de si todo lo que has estado preparando a puerta cerrada vale como tú crees que vale. Y eso te genera insomnio… De hecho, en el mismo espectáculo cuento los sueños y pesadillas que tenía preparando esta función».
Desasosiegos febriles y nocturnos en tanto que, «por muchos años que lleves, hay momentos en lo que la experiencia, ya no te vale. Ojo, no digo ya en el caso, por ejemplo, de Tricicle, que es una marca y la gente ya viene, digamos, con una evidente predisposición, en la que como mínimo tiene que haber una cierta calidad, se va a divertir…».
Regocijo asegurado y huérfano de responsabilidades ajenas cuando, en el caso que nos ocupa, el devenir de la comicidad se sustenta en una ingeniosa fiscalización de la memoria, a pesar de que esta «no es precisamente una de mis cualidades más notables. Pero he sido capaz de recoger situaciones vividas a lo largo de estos cuarenta años, seguramente porque me he dedicado a contarlas a mucha gente. Hasta que no la he escrito, ha ido pasando de anécdota en anécdota, de amigos en amigos, hasta el día que me senté y me dije que esto había que compendiarlo de algún modo. Y así lo hice».
Y si los espectadores orientan su tiempo y encaminan su efímera atención sustentados por ciertos «componentes con los que el público cuenta, da igual, si el espectáculo no le hace gracia no se va a reír por compromiso o por educación».
Objetivo mayúsculo en tanto que si, tal y como podemos convenir, el derecho a ser escuchados no implica el derecho a ser tomados en serio, cabría interrogarse, entonces, acerca de la condición de esa formalidad en todo cuanto tiene relación con lo cómico. «En primer lugar, el humor es una cosa que hay que tomársela muy en serio porque si no, no funciona. En segundo término, al público le gusta muchísmo oír historias que puedan ser reconocidas como una posibilidad de que las puedan haber vivido y, especialmente, les hacen más gracia cuando las ha vivido el vecino y no ellos mismos».
Tal vez sea, entonces, aquel ejercicio capital de empatía e identificación con cuanto acontece en escena por lo que «a nosotros, con Tricicle –recuerda Carles Sans–, nos gustaba mucho desmontar todo lo serio. Hicimos un espectáculo en el que representábamos a unos ejecutivos muy importantes en el aeropuerto, y a todos les salían muy mal las cosas. Entonces, cuando a alguien que se toma muy en serio le sale todo mal, a los demás les hace mucha gracia, quizás por aquello de que hay que desdramatizar la vida cotidiana».
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