Carlos Aimeur

#MAKMALibros
‘Cuando fallan las fuerzas’, de Carlos Aimeur
Colección Cum Sideris
Olé Libros
2025, 244 páginas

La última religión. El opio del pueblo que congrega a millones de personas en torno al hecho irrefutable del gol. Más que deporte rey, un ente casi divino que maneja fortunas incalculables y determina la felicidad de una legión de acólitos que lo veneran.

En su tercera novela, ‘Cuando fallan las fuerzas‘ (Olé Libros), Carlos Aimeur se adentra en ese híbrido de nebulosa resplandeciente y agujero negro que es hoy el mundo del fútbol para desnudar sus entrañas en clave de thriller.

Un relato que denuncia cómo la codicia y la corrupción han contaminado la competitividad honesta y la deportividad sana, la cultura del esfuerzo, pero que es también canto de amor a un deporte que despierta pasiones más allá del campo donde se juega.

El secuestro del delantero estrella de un club de fútbol centenario propiedad de un magnate asiático desencadena una serie de acontecimientos que involucran a un ex mercenario, a un veterano entrenador y a un poderoso empresario entre otros personajes.

En vez de denunciar lo ocurrido a la policía, la presidenta del club engaña a los medios e intenta resolver la situación con métodos poco ortodoxos que provocan un baño de sangre. A raíz de los acontecimientos, Ismael, un joven abogado al frente de los servicios jurídicos, descubre los engaños y turbios manejos que rodean su mundo profesional y toma una decisión que da un giro a su vida.

Cubierta de la novela ‘Cuando fallan las fuerzas’, de Carlos Aimeur.

¿Cuál fue el detonante de esta historia?

La semilla de esta historia se plantó hace casi 25 años, cuando acudí con mi hermana y un amigo, Vicente, a ver un entrenamiento de Luis Aragonés con el Valencia C. F. No era solo un simple entrenamiento; para nosotros fue como asistir a un espectáculo, a una obra de teatro en vivo. Fue ahí donde comprendí que el fútbol trasciende lo meramente deportivo.

Ver a personas que acudían cada semana con la misma devoción que un feligrés a la iglesia me llevó a pensar en su verdadero significado. Años después, cuando fui abonado y me encontré en la Grada del Mar con un invidente y su hermano heavy que jamás faltaban a un partido, comprendí que este fenómeno era mucho más complejo de lo que parecía.

¿Por qué elegiste el mundo del fútbol como metáfora de la codicia, la corrupción y el lado oscuro de la globalización?

La respuesta fácil sería, ‘¿y por qué no?’, pero estaría fingiendo. Mentiría si no admitiera que, de entrada, no parece el tema más serio del mundo, ni el más novelesco. Como se suele decir, el fútbol es la cosa más importante de las cosas que no importan nada.

Simplemente necesitaba escribirla, no tanto como aficionado que soy, más bien mediocre, no soy de los que recuerda las alineaciones de carrerilla, sino como reflejo de una realidad que nos rodea y de la que formo parte. Los deportes de equipo, en general, y el fútbol en particular en el caso español, ocupan un importante espacio en nuestra vida cotidiana.

En principio, parece uno de los principales intereses de la ciudadanía. ¿Cuántas horas dedica la gente a hablar de fútbol? ¿Cuántos chistes y bromas se hacen sobre los resultados de los equipos, las habilidades de los deportistas? Pese a su fugacidad y lo efímero de los dulces triunfos y las amargas derrotas, hay toda una mística inacabable con una legión de seguidores perpetua, en constante renovación. Necesitaba escribirla porque estaba ahí,

¿Qué historia encontrará el lector en ‘Cuando fallan las fuerzas’?

En ‘Cuando fallan las fuerzas’ quería explorar esa dualidad entre la pasión y la corrupción, entre el amor por un equipo y las fuerzas oscuras que lo controlan. La historia sigue a Ismael, un abogado joven que trabaja para un club de fútbol centenario en plena crisis, que es nuestro punto de vista, pero, por ejemplo, no soy yo. No soy joven. No soy abogado. No estoy en ningún personaje.

La paradoja es ésa: en mi libro más personal no estoy. Está Ismael, una imagen, con sus modelos reales, una persona que ve cómo su mundo se tambalea cuando el delantero estrella del equipo es secuestrado y la presidenta del club decide ocultar la situación, desencadenando un entramado de engaños, presiones y dilemas morales.

Ismael, atrapado entre la lealtad a su ética profesional y la supervivencia en un entorno hostil, se convierte en testigo y víctima de un sistema donde los intereses económicos han devorado cualquier rastro de nobleza.

Aunque Ismael es el protagonista, el relato es coral, una galería personajes variopintos. ¿Cuáles fueron más complicados a la hora de darles voz y vida?

Todos tuvieron su dificultad. Hubo un momento en el que decidí liberarme y alejarme de modelos reales. Es evidente que miro a la realidad, y que los personajes, los hechos, los espacios, están compuestos de pedazos de verdad, pero pronto comprendí que al final todo era una mentira, como diría Eugene O’Neill, un mundo paralelo, un mundo aparte.

Así que lo que hice fue centrarme en cada personaje con paciencia. Es una obra de largo aliento, cocida a fuego lento, y eso me ha permitido, cada vez que volvía a ella, centrarme en cada uno de ellos.

El mundo del fútbol en la novela de Carlos Aimeur ‘Cuando fallan las fuerzas’.

¿Por qué ocultas el nombre y la procedencia del asesino e incorporas en su trama elementos sobrenaturales?

Realmente no son elementos sobrenaturales; es la visión del mundo del personaje. Él ve así los hechos. Él cree que está viviendo eso. Me parecía una forma interesante de reflejar su desquiciada personalidad.

Tuvo nombre, pero opté por dejarlo así, como un ser anónimo, porque él realmente es un elemento dinamizador ajeno a la realidad, que viene a alterarla; es un monstruo, una leyenda, y las leyendas son más terribles si no tienen un nombre que invocar.

Es el personaje que tuve más claro desde el primer momento. Algunos amigos que leyeron las primeras versiones, a finales de los años noventa, ya le conocieron así. Es, junto al entrenador, el personaje que tuve más claro.

La acción se desarrolla en Valencia y alrededores pero los escenarios se mantienen algo difusos como en segundo plano. ¿Es algo deliberado para acentuar la universalidad de la historia?

Siempre he intentado que los escenarios, el cronotopo, pueden reflejarse de muchas maneras más metafóricas, simbólicas, a partir de elementos que están en segundo plano. Para quienes conocen los espacios, no es necesario más que unos esbozos. Para quienes no los conocen, les da más libertad. Es algo voluntario, como dejar algunos huecos en la trama, para que el lector sea activo y sea el que los rellene.

Esos huecos no existen en la trama interna, tengo respuesta para todas las preguntas, pero me gusta dejar algunas piezas del puzle fuera del texto, y que cada uno complete las preguntas. Lo que más me cuesta y me gusta es conseguir que al final todo encaje, cerrar el círculo, que, al acabar el libro, releas la primera y última página y veas que están conectadas, que estaba todo ahí.

El libro es una crítica feroz de los ‘funcionarios’ del fútbol y al mismo tiempo un canto a la belleza de este deporte y al fervor de su público.

Decimos odio eterno al fútbol moderno, con la certeza de quien ha visto cómo lo que amaba se ha desfigurado, vendido, convertido en algo irreconocible. Nos indignamos con los clubes-empresa, con los fichajes estratosféricos, con los horarios diseñados para la televisión en lugar de para los aficionados.

Nos duele ver estadios llenos de turistas que graban en sus móviles en lugar de cantar, jugadores convertidos en marcas, escudos que cambian de forma como si fueran un logotipo cualquiera. Nos repugna el mercadeo de emociones, la artificialidad de las nuevas competiciones creadas solo para generar más ingresos. Pero, lo que me pregunto, sin embargo, es si ¿realmente odiamos al fútbol moderno o nos duele la pérdida de nuestra propia inocencia?

Porque aquel fútbol que añoramos era también el fútbol de nuestra niñez, cuando todo era más puro, o al menos así lo parecía. Cuando ir al estadio era una ceremonia sagrada, cuando los jugadores eran héroes y no activos financieros, cuando los partidos no estaban diseñados para vender camisetas en mercados lejanos. Cuando el fútbol pertenecía a la gente. O al menos, cuando creíamos que nos pertenecía. Y sí, no hablo sólo de fútbol.

Carlos Aimeur, autor de ‘Cuando fallan las fuerzas’. Foto: Kike Taberner.