#MAKMAEntrevistas | Carlos Marzal
Autor de ‘Nunca fuimos más felices’
Tusquets, 2021 (Colección Andanzas)
Seducir al lector abordando un tema que en principio ni le gusta ni le interesa es uno de los mayores desafíos al que se enfrenta un escritor. Piedra de toque de su talento y sensibilidad. Un reto que supera gozosamente Carlos Marzal con su última e inclasificable obra, ‘Nunca fuimos más felices‘ (Tusquets), pues su visión personal de ese deporte engancha hasta a los más ajenos y reticentes al balompié. Podría ser una novela, ¿por qué no?, pero él la define como «un diario, un ensayo, unas memorias, una narración de narraciones». Literatura en palabras mayores.
A lo largo de 531 páginas desfilan entrenamientos de fútbol juvenil, partidos imaginarios que enfrentan a poetas muertos y un sinfín de evocaciones, anécdotas y sucedidos, como la pelea en la discoteca 69 Monos, que enfrentó a Marzal y sus colegas Vicente Gallego y Miguel Ángel Velasco con una pandilla algo simiesca, que se saldó con una pierna rota (y pudo acabar mucho peor).
Los dos grandes amores de Carlos Marzal, el fútbol y la literatura, son los rieles sobre los que recorre temas esenciales de la existencia: la paternidad, la amistad, la memoria, las comidas compartidas y tertulias, los pequeños y grandes goces de la vida. Himno y exaltación a la pasión de vivir condensados en 134 entradas que culminan con una nota trágica. El relato del accidente que sufrió su gran amigo, el poeta Antonio Cabrera –precisamente jugando al fútbol–, que desencadenó su precoz fallecimiento.
Carlos Marzal se autodefine como escritor lento, divagante y sin brújula, pero sigue a rajatabla algunos pequeños preceptos: «Haz lo que te dé la gana. Permítete caprichos. Trata de ser claro y profundo a la vez. Si te aburres al leerte, aburrirás a todo hijo de vecino. Al final, los escritores están solos, trabajando a tientas, frente al gran misterio de la tradición y el lenguaje».
Entonas un canto de amor al fútbol, pero sin eludir sus miserias. ¿Eres un creyente del Dios Gol crítico con su Iglesia? ¿Cuáles son las zonas más oscuras que vislumbras en el deporte rey?
En cualquier forma de amor conviene practicar la ceguera (incluido el amor propio o, sobre todo, en él). En cualquier ámbito existen zonas sombrías, y el fútbol no es una excepción, como tampoco lo es la literatura. El problema es de naturaleza eclesiástica: canonizar el fútbol. No hay que levantar iglesias de ningún género. Hay que entender el fútbol como un juego de infancia que se ha profesionalizado (a veces, hasta la locura). Los problemas del fútbol son los de la sociedad que lo promueve: la desmesura mercantilista, la violencia ocasional, el abandono de las raíces románticas originarias.
Los padres inician a sus hijos en actividades diversas, pero los del fútbol forman una casta aparte. ¿Es el balón un cordón umbilical paternofilial? ¿El siglo XXI ha aflorado un nuevo concepto de paternidad?
Creo que los padres andamos siempre buscando asuntos que nos permitan la complicidad con nuestros hijos, pasiones comunes. O ese es mi caso, al menos. El fútbol me ha regalado, y me regala, mucho tiempo compartido con mi hijo, y por eso tengo una deuda con él. No sé si hay un nuevo modelo de paternidad. Lo que sí puedo decir es que tengo la impresión de que antes los niños crecíamos más selváticos, menos protegidos, menos acompañados. Creo que nuestro proteccionismo sentimental es positivo: el mundo y la caída en el tiempo siempre llegan. Me niego a practicar la escuela de la dureza como preparación para la vida.
¿Que significa el fútbol para ti? ¿Cómo crees que te ayuda a enfrentarte a la realidad?
El fútbol –como la literatura, como la amistad, como el amor, como los viajes– figura en mi repertorio de pasiones: aquello que hace más intensa la vida, más profunda. El fútbol tiene su ética o no es fútbol. Enseña el esfuerzo, la alegría en la victoria, la relativización de la victoria en la derrota, la necesaria solidaridad, el trabajo diario. Quien quiera aprender no tiene más que abrir los ojos.
¿Tu libro conquistará más lectores entre los aficionados al fútbol… o más hinchas para el Valencia?
Mi libro quiere conquistar lectores, a secas. No me importa de dónde provengan: del fútbol, de la universidad, de la literatura, de Vinaroz (un lugar que a Max Aub le bastó para matar a un personaje de sus ‘Crímenes ejemplares’). El propósito de la escritura está claro desde los clásicos: docere et delectare. Enseñar deleitando, o viceversa.
Se nota que has disfrutado con las alineaciones futbolísticas de poetas. ¿Te atreves a montar un equipo con los escritores más mediáticos de la actualidad?
Monto una selección en un instante. No hay nada que me guste más que hacer nóminas, inventarios. Tengo planeado un libro de listas. Aquí va una alineación de escritores vivos que me encantan: de portero, Javier Cercas; en defensa, Antonio Orejudo, Felipe Benítez, Cristina Fernández Cubas y Manolo Vilas; en el centro del campo, Juan José Millás, Manuel Vicent y Manuel Rivas; y en punta, Marta Sanz, Andrés Trapiello y Juan Bonilla. Pero podría hacer diez o doce equipos más.
Dices abominar del griterío. Sin embargo, te sumerges con gusto en la ruidosa celebración de los goles y victorias.
Me gusta que escandalicen ellos, como habría dicho Unamuno en San Mamés. Yo soy un místico del fútbol; es decir, alguien que no conviene demasiado al fútbol como espectador. Con unos miles como yo, ir al fútbol sería un aburrimiento, como cuando nos hacían ir a misa de niños.
Con este libro entras a formar parte del campo donde regatean Camus y Pasolini. Ahora ya no está mal visto, como cuando Brines acudía casi clandestinamente a los partidos.
Ahora se puede salir del armario futbolístico sin miedo a que te linchen, pero sigue habiendo prejuicios en el universo de la literatura. Creo que proviene de quienes no lo han jugado de niños. Si lo has hecho, amas el fútbol para siempre, imprime carácter, porque también es un bautismo. Ver fútbol y jugarlo son actos desesperados para mantener viva nuestra infancia. La izquierda anatematizó el deporte en general. Es el miedo al cuerpo, la desconfianza física de todas las iglesias.
Quevedo es tu poeta favorito e Iniesta tu jugador favorito. ¿A quién más invitarías a comer?
A Lichtemberg, a Joubert, a Flaubert, a Nabokov, a Kempes, a Pirri, a Pelé, a Maradona, a Messi, a Madjer, a Garcilaso, a Valdez. Fletaría un barco de vela y me llevaría a navegar por la costa a muchos. Pessoa vendría a beber. Una orquesta sinfónica amenizaría la travesía. Por la noche habría farolillos y luces de colores en cubierta, durante la cena, y después lanzaríamos melancólicos cohetes de fuegos artificiales.
¿Te consideras un buen anfitrión?
Soy mejor invitado que anfitrión. Da gusto invitarme, soy para comérseme. Siempre elogio la comida, bebo todo lo que me ponen en la copa, piropeo a las damas y, a los postres, canto por Nino Bravo, por Camilo Sexto, por Juan Bau: los grandes clásicos locales.
¿Está comprobado científicamente que las paellas transportadas sobre las columnas de Manuel Vicent adquieren mejor sabor?
Es un hecho científico: la prosa mediterránea y gozosa del maestro añade un sabor inmejorable a los arroces. Lo he podido comprobar en mi laboratorio. La poesía de Brines hace crecer mejor los naranjos y limoneros. Los sonetos de Quevedo disuelven los cálculos renales. Y las novelas de William Faulkner previenen la arterioesclerosis. Es lo que hay.
Lo que llaman ‘Cultura de la cancelación’ somete tanto a los deportistas como a los artistas a un corsé de moralidad. ¿Dónde puede llevarnos esta involución del pensamiento alentada por un puritanismo laico de nuevo cuño?
Se nos está viniendo encima una época de oscurantismo biempensante. Corre por el mundo desde hace mucho el jinete apocalíptico de la corrección política. Tengo la impresión de que hay mucha gente infeliz que quiere que seamos infelices todos, gente que necesita culpar a algo o a alguien de sus carencias, de sus frustraciones, de sus errores, y necesita buscar culpables. Son los curas y monjas inquisitoriales de siempre. La culpa es de la ‘Herencia recibida’, del ‘Sistema’, del ‘Heteropatriarcado’, de la ‘Colonia’, del’ Bloqueo’, de la España que nos roba, y tururú.
Hay una literatura europea actual del rencor, de la queja, de la lectura psicopática del pasado. Qué malos han sido mis padres, qué malo mi marido, qué arpía mi mujer, qué malos los curas del cole, qué malos mis profes de la uni, qué malos mis amigos de discoteca: y qué bueno soy yo, qué buena. El victimismo es la nueva formulación del narcisismo de toda la vida, pero con el coro fecal de las redes sociales.
El hedonismo es patrimonio histórico de estas tierras, pero se ha degradado en botellones, drogas a porrillo y músicas vesánicas. ¿Ves posible el retorno a un hedonismo ilustrado y humanista?
La juventud siempre es dionisiaca, y reza a dioses oscuros. No es la primera vez ni será la única. El problema es que, cuando se juntan el descerebramiento generalizado propio de esa edad con las pandemias, el resultado puede ser catastrófico. No tengo fe general en el hombre, sino particular, en personas concretas. La humanidad es un caso perdido. Sobrevivimos de chiripa. Una carambola cósmica. Siempre habrá hedonistas fetén, humanistas de pata negra. Hacemos lo que podemos, eso es todo.
Valencia fue reservorio poético durante unos años dorados con César Simón, Guillermo Carnero, José Luis Parra, José Luis Falcón, Vicente Gallego y tú, entre otros. ¿Qué puedes decir de la poesía que se hace ahora? ¿Y de la literatura en general?
Creo que la ciudad sigue teniendo estupendos escritores. Vicente Gallego, Lola Mascarell, Bárbara Blasco, Elisa Ferrer, Emilio Martín Vargas, José Saborit, Susana Benet, Pepe Cervera, por hacer una lista apresurada. Se escribe y se publica mucho, y creo que eso es bueno. De la cantidad, es más fácil que surja la calidad. La literatura es siempre un fenómeno de excepciones. El siglo XX, y lo que llevamos del XXI, son ‘Edades de Oro’ en las literaturas universales. Donde mires hay magníficos escritores. Como sigamos así, solo podremos leer obras maestras, lo que será un poco tostón.
Tu libro rezuma alegría y amor a la vida, sin embargo, concluye en tono trágico con el accidente de Antonio Cabrera ocurrido en tu casa de Serra. ¿Qué te decidió a incluir ese relato?
He tardado bastante en escribir y hablar de ese asunto. No lo voy a encajar nunca. No lo voy a aceptar nunca. Sabemos que la vida puede cambia en un instante, pero cuando cambia siempre nos sobrecoge. Lo real, lo esperable, siempre es inconcebible. He querido que un libro de entusiasmo tuviese ese final trágico, para intensificar la importancia de la alegría, de la amistad, de la felicidad. Sin el contraste de la amargura, nuestra euforia no tendría sentido. Amamos el mundo, a pesar de que el mundo no nos ame del todo.
- ‘El Funeral’, un divertido ‘adiós’ al abuelo Dimitri - 22 noviembre, 2024
- Daniel Tormo: “’El agua de Valencia’ es la historia de unos jóvenes que tratan de hacerse un hueco en un mundo que no siempre les favorece” - 21 noviembre, 2024
- Luis Luque: “Doy a Poncia la oportunidad de expresar sus ambivalentes sentimientos” - 15 noviembre, 2024