Entrevista con William Gordon, autor de ‘Caso abierto’ (Editorial Debolsillo)
XXIX Semana Negra de Gijón
Antiguo astillero de Naval Gijón
Hasta el 17 de julio de 2016
En el marco de la XXIX edición de la Semana Negra de Gijón, henchida de una generosa nómina de autores del género, destaca sobre el plano la figura de un letrado revestido con los céfiros del oeste norteamericano, la corona borsalina y negra y la vírgula mexicana en la inflexión de su lenguaje grave, William Gordon.
Tercera participación en la Semana Negra de Gijón, tras una década de trayectoria literaria y sexto título publicado, ‘Caso abierto’, que solidifica lo que debemos entender como una serie en toda regla.
Ante todo estoy muy contento de haber escrito seis libros de tema policíaco y los mismos personajes. Tras ello reside una cuestión muy curiosa: antes de escribir mi primera novela publicada, ‘Duelo en Chinatown’, había escrito ‘El defectuoso’. Mi mujer en esa época (Isabel Allende) me dijo que era impublicable porque había un enano pervertido y nadie en su sano juicio podría acostarse con él. Me preguntó por qué no escribía libros policíacos, siendo abogado y sabiendo mucho de temas forenses.
Los temas de mis libros los saqué de esta primera novela. Cuando llegué a la tercera era consciente de que no podía cesar y debía regresar al personaje del enano, porque éste se parecía mucho emocionalmente a mi padre. En la novela (‘El enano’) había una dominatrix que se asemejaba a la amante de mi padre, a quien odiaba porque se quedó con el poco dinero que él recaudaba en su iglesia, como predicador. Tras la muerte de mi padre, ella se hizo cargo de la familia y nos trasladamos a vivir a un apartamento de su propiedad en un gueto mexicano de Los Ángeles. Tras la publicación de ‘El enano’ todos me decían, para mi desgracia, que la dominatrix era un personaje fascinante.
Cuando llegué al sexto libro, ‘Caso abierto’, yo tenía una historia de amor entre un abogado americano y Enma, una mujer francesa. Sin embargo, mi ex exposa me exhortó a incluir una trama diferente. Finalmente, me di cuenta de que era una historia sobre la pérdida, pérdidas mías escondidas tras la ficción. Entonces, introduje unos crímenes y un secuestro en el argumento. Me quedé satisfecho porque había cumplido con todos los temas que me afectaban y quería publicar en los libros anteriores.
Por este motivo, ahora estoy preparando una nueva serie de diez relatos cortos, de los que tengo escritos cuatro hasta el momento.
El personaje protagonista, Samuel Hamilton -un periodista de investigación- claramente se transforma a lo largo de sus novelas, sin embargo otras cuestiones y elementos comunes en todas ellas son estáticos, como el personaje de Melba y la ciudad de San Francisco.
Eso es exactamente porque sitúo mis novelas en los años 60. No quería que cambiara San Francisco porque era una época fantástica. La ciudad era una mezcla de razas, costumbres y gastronomía que era perfecta para la novela. Sin embargo, ahora se ha transformado mucho, tras el crecimiento de Silicon Valley. Los ricos están destruyendo el ambiente de la ciudad, que era tan lindo.
Diversos autores, como Tennessee Williams o Jack Kerouac, han volcado su narrativa sobre la ciudad en esa época. ¿Qué elementos contiene su mirada sobre la San Francisco de los años 60?
Por aquel entonces había un tipo llamado David Talbot, abogado irlandés, que cambió la ciudad por sí solo. Peleaba por la justicia social, la libertad de pensamiento, incluso por el movimento gay. Transformó el ambiente de la ciudad en ese punto de los años 60. Yo era un aspirante a escritor, estudiante de leyes en la Universidad de California. Venía todos los domingos a San Francisco para ver los toros en un bar llamado ‘El Matador’, regentado por un gringo apodado El niño de California, quien retransmitía las corridas y viejas películas sobre Manolete. Cada domingo veníamos y conversábamos. En aquellos días habían cerrado una calle en la que muchos jóvenes acudían a tomar tragos a los bars y eran secuestrados en la zona portuaria. El ambiente se trasladó a la parte norte de Broadway, en North Beach, en la que se encontraba un restaurante irlandés, ‘Vanessi’s, que menciono mucho en mis libros. La zona era una especie de antojo italiano, con un tipo tocando la mandolina. Era fácil enamorarse del ambiente. Cerca había un bar gay, ‘El gato negro’, y diversos bares de lesbianas. Todos ellos eran ilegales, pero la policía lo permitía fruto del soborno. Igualmente, frecuentaba la librería ‘City Lights’, fundada por un poeta bukowskiano. Uno, de joven, se podía sentir parte de algo que efectivamente pasó. Vino la época de los hippies y del movimiento gay. Luego, como he dicho, San Francisco se deshizo, y yo la capto como era entonces.
Era una época sin celular, sin ADN, sin tecnologías. Uno tenía que hacer el trabajo de ir a buscar las claves. Como abogado también tenía que hacer el mismo procedimiento. Me encantaba ese proceso.
Durante medio siglo ha ejercido como abogado de causas civiles, no penales.
A mi me gusta mucho el proceso criminal, pero no quería enviar a nadier a la cárcel. No tenía apetito para ello.
¿Ha podido influir este aspecto de su trayectoria profesional en su obra literaria, sobre todo desde la perspectiva moral, explícita en sus novelas como un posicionamiento?
Sí. Se dice que la novela policíaca es un cuento moral. Un ejemplo muy importante: en México el detective no puede ser policía, porque son tan corruptos que nadie se cree que puedan resolver nada. En esas novelas el bueno siempre gana, pero no necesariamente mendiante el método ortodoxo.
¿Es su obra una forma de hacer justicia a través de sus personajes?
Sí, eso es muy importante. Especialmente para la gente marginal, sobre la recae una especie de venganza si comenten algún tipo de delito. Estos días ha habido en Dallas el asesinato de cinco policías. Una forma de venganza del negro contra el blanco. Es un miedo latente en los Estados Unidos, porque siempre se ha tratado despóticamente a los negros. Yo era abogado de los mexicanos y los extranjeros en el sistema y, efectivamente, puedo corroborar que eran tratados así de mal. Era muy difícil que ellos ganaran en el sistema legal. De todo esto hablo, por ejemplo, en ‘El rey de los bajos fondos’, mi segunda novela, en la que centro la atención en unos mexicanos acusados del asesinato de un armenio. Hay una mezcla de contradicción sobre quién es ‘El rey de los bajos fondos’. Yo, como contador de historias, estoy describiendo una batalla tribal, un conflicto de unos contra otros.
¿Cuál es el origen de este título?
Leí un artículo en Los Ángeles Times acerca de una batalla entre mexicanos y negros por quién iba a limpiar las botas de los ricos, sobre quién sería ‘El rey de los bajos fondos’.
En ‘Duelo en Chinatwon’ parte con un férreo estilo que se mantiene reconocible hasta ‘Caso abierto’.
Mi padre, borracho y mujeriego, era predicador de una iglesia y ganaba dinero convenciendo a sus fieles para que hicieran lo que él decía. Yo lo escuchaba y no lo creía ni por un segundo, pero me encontraba fascinado por él, por su carisma. Aprendí de esta experiencia y la apliqué durante mi ejercicio profesional. Me convencí de que podía convencer a un jurado si disponía de media hora para desarrollar mi discurso, que tenía presentación, nudo y desenlace, con un twist final para resolverlo. Por eso, cuando comencé a escribir, a los 60 años, ya me encontraba preparado, tras mi experiencia previa en la abogacía. De ahí procede mi estilo.
Jose Ramón Alarcón
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