Ciru(g///)ías Transepidérmicas, de Marie-Lou Desmeules
Comisarios: Jose Ramón Alarcón y Merche Medina
Sala Manuela Ballester
Facultad de Ciencias Sociales
Avda. dels Tarongers, 4b. Valencia
Hasta el 3 de abril de 2017
El escritor Oscar Wilde era de la opinión de que una máscara nos dice más que una cara. Todos llevamos alguna, por la sencilla razón de que habitamos un mundo revestido de lenguaje. Pero la necesaria máscara no es lo mismo que la impostada mascarada, que viene a poner el foco en la mentira que soporta toda máscara. De manera que, caídas todas, afloraría la verdad desnuda que todas ellas ocultan. La artista canadiense afincada en Valencia, Marie-Lou Desmeules, opera a la inversa: coloca sucesivas capas de cremas y vendajes para que sean las diferentes máscaras de los personajes representados las que muestren cierta verdad.
Y la verdad de tan trabajada cirugía plástica linda con lo grotesco, la caricatura y lo bizarro en su sentido de rareza o extrañeza. De esta manera, Desmeules opera en dos direcciones: la de enmascarar a la gente anónima cuyos rostros interviene en su estudio de la calle Cuba de Russafa en Valencia, para desenmascarar a las celebridades que toma como referencia mostrando su faz más áspera y siniestra. “Me interesa más la fuerza que la belleza”, dice. Una fuerza energética atraída por lo deforme como vehículo de catarsis o, más bien, descarga emocional.
La tarde que visitamos su estudio estaba dando forma a Rossy de Palma, tras la cual se iba difuminando el rostro anónimo que en esos momentos se prestaba a su transfiguración. Sonaba ‘Memorial’ de Michael Nyman y Desmeules, poseída por la fiebre que creativa que parece iluminarla por dentro, tocaba y retocaba al hombre que tranquilamente se dejaba hacer. Sobresalía la dislocada boca, el abultado pelo negro y un solo zapato rojo, primero en uno de los pies y luego coronando la cabeza, culmen del arrebato grotesco.
“Hago crítica social, pero sin reírme de la gente a la que retrato de forma sarcástica”, explica la artista, cuyas explicaciones van acompañadas de gestos que parecen continuación de su impetuosa actividad plástica. “No me interesa el glamour o la belleza de ese mundo de los famosos, sino mostrar el engaño que supone tanta imagen perfecta”. Y para mostrarlo no duda en irse a sus antípodas: allí donde lo grotesco impone la cruda realidad de un espectáculo menos amable y más fiero, más ácido.
Cuando Rossy de Palma había tomado definitivamente cuerpo, tras diversas probaturas, amagos y tentativas, Desmeules procedió a fotografiar su creación, la cual adoptaba a su vez diversas posturas sobre el sillón de peluquero igualmente intervenido para la ocasión. En las paredes, destacaban algunos de sus personajes ya recreados: Francis Bacon, Obama, Iggy Pop, Amy Winehouse, Al Pacino, Silvester Stallone ‘Rambo’, Gadafi, Yasir Arafat o David Bowie, entre otros. Armarios llenos de ropa de segunda mano y objetos de todo tipo convierten su estudio en otra pieza rebosante de alocada energía. Ella, entretanto, cuidaba todos y cada uno de los detalles de su obra, se movía arriba y abajo dibujando el perfil del cómico que se toma las cosas muy serio.
Precisamente ahora, la Sala Manuela Ballester de la Facultad de Ciencias Sociales de Valencia se hace cargo de su trabajo en la exposición Ciru(g///)ías Transepidérmicas. La muestra está compuesta por ocho piezas y un video que concitan toda la fuerza expresiva de su autora, mediante una explosión de color y unos rostros desmedidos, abruptos y homéricos, entre los que destacan los de David Lynch, John Waters, David Bowie o Karl Lagerfeld (también Donald Trump, éste recogido en el audiovisual), junto al de otras personas anónimas igualmente expresivas y mordaces. Una de ellas, muy parecida a Belén Esteban: “Todo el mundo se lo dice”, resaltan Jose Ramón Alarcón y Merche Medina, comisarios de tan hiperbólica muestra.
Marie-Lou Desmeules seguía fotografiando esa tarde a Rossy de Palma tras haber pulido su rostro a base de sucesivos añadidos plásticos y al ritmo de la música, convertida en elemento fundamental de su obra, puesto que ella ejerce también de Dj. “La música, que yo misma mezclo, me permite cargarme de todo tipo de emociones que voy soltando a medida que realizo la obra”. Durante cuatro enfervorizadas horas, la artista canadiense transforma a una persona anónima en otra famosa o, cuando menos, difícil de olvidar, mediante una técnica que los comisarios destacan como “especialmente singular y novedosa”.
De esta forma, las cirugías de Desmeules terminan combinando pintura, fotografía, esculturas vivientes, performances y video. “Juego con los colores, el pop art, lo cómico, el arte y la actualidad”. Todo ello para derivar en unas piezas que aglutinan sarcasmo y escepticismo hacia esas otras imágenes glamurosas de las que huye espantada. De manera que salta del imaginario seductor, cuya obra sacude inmisericorde, al otro extremo de la imagen cargada de abrupta materialidad cuasi volcánica. Y es así que el aludido “estudio sobre la máscara” se convierte en un alegato a favor de ella, pero en su vertiente desgarrada por la que se precipita la imagen, toda ella, ya sea por defecto (criticable glamour) o exceso de autenticidad.
Desmeules tan sólo quita el pie del acelerador cuanto se trata de la serie de directores de culto que le infunden cierto respeto. Como es el caso de David Lynch: “¡Uf, me parece un director fascinante! Su rostro es el de alguien melancólico y que piensa mucho”. Del resto dice que pretende “sacar lo bonito de lo feo”, siempre considerando lo bonito en términos de fuerza no de proporcionalidad: lo exagerado, en su caso, es bello. Una belleza fuera de lugar que, una vez transformada en su radicalidad, descansa en paz. La descarga emocional ha concluido.
Salva Torres
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