Celia Rico

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‘La buena letra’, de Celia Rico Clavellino
Reparto: Loreto Mauleón, Enric Auquer, Roger Casamajor, Ana Rujas, Teresa Lozano
Fotografía: Sara Gallego
Música: Marina Alcantud
España, 2025, 110 min.
Estreno: miércoles 30 de abril de 2025

Tras un breve paso por el terreno del cortometraje, la carrera de la sevillana Celia Rico Clavellino toma impulso con el que quizá haya sido uno de los mejores debuts de la última década del cine español. En ‘Viaje al cuarto de una madre’, Rico nos contaba las vicisitudes por las que pasa Leonor (Anna Castillo), una joven que siente la necesidad de abandonar su pequeño pueblo natal para emprender una nueva vida lejos del ambiente opresivo de un hogar familiar marcado por la muerte de su padre. Una sombra, la del recuerdo, que enturbiará su relación con su madre (Lola Dueñas), cuyo dolor la arrastra hacia un fondo que tendrá que sortear.

Unas relaciones materno-filiales que tendrán su continuidad en su segundo largometraje, ‘Los pequeños amores’. Aquí los personajes de su primer trabajo han madurado, tanto física, como existencialmente. Teresa, su protagonista (María Vázquez) ya no es esa joven en busca de su lugar en el mundo, sino una mujer con una vida asentada, aunque llena todavía de incertezas, mientras su madre (Adriana Ozores) camina ya hacia una ancianidad que implica una dependencia que se negará a reconocer. Del choque entre ambos caracteres, surgirá un drama que se mueve, como siempre en el cine de Rico, en un terreno sutil, pero profundo.

Celia Rico llega ahora a las salas con su tercera pieza larga, ‘La buena letra’, adaptación de la novela homónima del escritor valenciano Rafael Chirbes. ‘La buena letra’ nos presenta a Ana (Loreto Mauleón), joven esposa de Tomás (Roger Casamajor), un humilde jornalero que trata de sacar adelante a su familia tras los dramáticos sucesos de la Guerra Civil. La vida de este matrimonio transcurre, a orillas del Mediterráneo, con dificultades, pero en cierta armonía.

Un día, aparece en escena Antonio (Enric Auquer), hermano de Tomás y cuñado de Ana, después de pasar varios años en la cárcel, preso por el régimen de Franco. La llegada de Tomás va a perturbar el universo, hasta ahora ordenado, de Ana. Tomás se instala en la casa de su hermano, sin embargo, no aporta nada a la economía familiar.

La posterior e inesperada aparición de la mujer de Tomas, Isabel (Ana Rujas), una mujer de carácter alegre y más inclinada a vivir el día a día que a arrimar el hombro, vendrá a ahondar en el conflicto. Una traición imperdonable pinchará definitivamente el globo de esta frágil relación.

A pesar de las diferencias temáticas y de género, ‘La buena letra’ nos adentra de nuevo en el universo narrativo de Celia Rico. Un universo de espacios cerrados que son mundos en sí mismos, de paredes que asisten, como testigos, a ese difícil drama de la convivencia, como nos desvela en esta entrevista.

Screenshot

Desde ‘Viaje al cuarto de una madre’ a tu segunda película, ‘Los pequeños amores’, pasaron casi seis años. Pero entre esta y ‘La buena letra’, que estrenas ahora, solo ha pasado uno. ¿A qué es debido este acelerón en tu producción?

Bueno, porque entre ‘Viaje al cuarto de una madre’ y ‘Los pequeños amores’ hice una serie de animación para niños. Ahí empecé a trabajar tanto en ‘Los pequeños amores’ como en ‘La buena letra’ que fui escribiendo un poco a fuego lento, por eso se pudieron financiar casi a la vez. Mientras estaba haciendo ‘Los pequeños amores’ ya se pudo financiar ‘La buena letra’.

¿Qué te une a la novela de Chirbes y a este proyecto?

Pues mira, de la novela hay algo que me interesa mucho que es este retrato de interior, eso de contar la historia de un país desde el interior de un hogar y de las relaciones entre los personajes de una familia; contar el mundo doméstico que me parece que es donde la gente se puede ver más reflejada, ese espacio donde surgen esas preguntas que todos nos hacemos sobre cómo convivir o cómo sobrevivir.

Me pareció una forma muy emocionante de adentrarnos en ese capítulo de la historia de nuestro país a través de algo que conocemos menos, ese algo de los objetos, de cómo se vivía en el día a día con los pocos recursos que se tenían, ese algo que yo creo que nos cuenta más de cómo se sentían nuestros antepasados, nuestros abuelos y nuestros bisabuelos.

Tus dos películas anteriores estaban situadas en el presente, digamos, en la actualidad. Aquí, en cambio, das un paso hacia el cine histórico. A nivel artístico, ¿qué desafío ha supuesto para ti retratar ese pasado?

Al principio me pareció un desafío enorme. Comparado con mis películas anteriores, me colocaba en un lugar en el que tenía que pensar muy bien cómo documentarme, cómo ambientar esa época. Y también con mucho temor de que se sintiera como un decorado, que no estuviera viva.

Por un lado, estaba toda esa dificultad, pero, a la vez, había algo muy estimulante que tiene que ver con ciertos referentes pictóricos, con intentar trabajar a partir de ciertas lecturas, de una luz naturalista, de las penumbras, de poder hacer un trabajo, dentro del minimalismo en el que yo me muevo, más expresivo. Para mí ha sido quizás uno de los trabajos más artísticos que he hecho en el sentido pictórico, por decirlo de alguna manera.

Como has comentado, uno de los personajes más relevantes de la película es el espacio, esa casa familiar donde se desarrollan los hechos. Repasando tu filmografía me he dado cuenta de que en todas tus películas la casa familiar es, de alguna manera, el centro donde sucede prácticamente todo. ¿Qué significa para ti la casa, en general, y en esta película, en particular?

Sí, es verdad. Eso algo en lo que vengo trabajando desde hace mucho tiempo. Supongo que tiene que ver con mi forma de abordar la escritura. Cuando me instalo en el modo de escritura narrativa, los objetos me ayudan a contar lo que pasa entre los personajes, pero también me ayuda a ubicarlos en el espacio, como en este caso, en el que, aunque hay más personajes, básicamente todo gira en torno a dos matrimonios, cuatro personajes que conviven dentro de una misma casa.

De ahí nace esta idea de que puedan compartir un techo, pero que no puedan compartir lo que les está pasando, o lo compartan de una manera complicada en la que hay secretos, miradas, hay silencios… Todo eso surge de esta idea de poner a los personajes en relación dentro de un espacio común, pero, a la vez, privado, en el que cada habitación, al final, es el refugio de cada uno de ellos, pero también es el lugar al que se puede sumar el otro, el lugar que quiere ocupar el otro.

Entrar en una habitación, cruzar un pasillo, quedarse en los marcos de las puertas, ante una ventana, me ayuda a construir también la mirada de un personaje sobre otro y a establecer un juego de espejos, de quién se mira en el otro y si se reconoce o no se ve, etc. Y todo eso tiene que ver, para mí, primero, con un trabajo de construcción de personajes, pero también con establecer unas relaciones espaciales, casi de coreografía de los cuerpos dentro de una casa.

Fotograma de ‘La buena letra’, de Celia Rico.

En ‘La buena letra’, el centro del relato es Ana, tu protagonista, hasta un punto en el que, de alguna manera, todo pasa por ella. Ana es un personaje bastante complejo, de emociones contradictorias. ¿Quién es para ti Ana y qué representa?

Ana es ese personaje a través del que mira el espectador. Aparentemente es un personaje pasivo, que está al servicio de los otros, y en función de cómo están los demás, ella se coloca de una manera u otra. En ese sentido, Ana es un personaje-testimonio de esa familia, pero también es testimonio de una época.

Pero no es un testimonio que mira solamente. Ana es una persona que siente, que piensa y que tiene una opinión sobre las cosas. El problema es que no se atreve a decirlas, muchas veces, por mantener el estatus quo de la familia, por sostener el equilibrio, por miedo a las represalias dentro de este rol que se les dio a las mujeres (y, en realidad, también a los hombres), dentro del bando de los vencidos, ese rol en el que tuvieron que callar y sacrificarse.

Para mí Ana representa, por un lado, todo eso, pero también representa la bondad, la compasión, la empatía, algo que está mucho más colocado en su forma de sentir, en sus emociones, aunque luego en su cabeza también están pasando otras cosas.

Digamos que ella tiene muy claro lo que le parece bien y lo que le parece mal, y no quiere claudicar, y ahí es donde establece ese conflicto interno entre lo que siente y lo que piensa, lo que querría hacer, lo que se permite hacer, y eso hace que, al final, el trabajo que ha hecho Loreto Mauleón sea tan complejo porque, aunque nos muestre a una mujer sentada, echando el laurel a un guiso, haciendo la cama o entrando en una habitación para hacer cualquier cosa doméstica, en realidad en su cabeza están pasando muchísimas otras cosas.

Como dices, Ana es un personaje que no dice mucho, pero cuyos silencios son muy expresivos. ¿Cómo trabajasteis Loreto y tú esos silencios tan elocuentes?

Pues todo pasaba, primero, por habitar, por vivir cada momento de la película. Y esto solo se puede hacer gracias a un trabajo previo que tiene que ver con mantener conversaciones muy, muy largas sobre el personaje y, sobre todo, con cómo complementar lo que vendría a ser cada una de las secuencias, no solo desde el peso de lo vivido por ese personaje, que es una información que yo le voy dando a la actriz, sino también con toda una serie de materiales sensibles que pueden ser desde fotografías, libros, música, poemas, que van cargando de sentido cada pequeño gesto o cada cosa que sucede.

Entonces, cuando Loreto tenía que rodar cualquier secuencia, ella ya estaba allí, viviendo lo que le pasa a Ana. Por ejemplo, cuando llega su cuñado y le trae unas flores o cuando aparece con una radio con música, ella está allí, entregándose a lo que sucede en el momento de la secuencia. Pero, previo a eso, hay todo un trabajo de construcción de esa densidad, de esas contradicciones, de los dilemas, de las preguntas…

Hay muchas cosas que están en ebullición, pero, como ya lo hemos trabajado, ella ya lo tiene integrado y se puede dedicar a estar en el presente, que creo que es lo más bonito del trabajo actoral, sintiendo y viviendo cada cosa, pero con el peso de todo lo que hemos trabajado antes, que vendría a ser el peso de toda una vida que Loreto no ha vivido, pero que el material previo le proporciona. Todo forma parte de un trabajo que es también muy intuitivo por su parte, que va poquito a poco, sumando, un trabajo hecho a fuego lento, como los guisos de Ana.

Fotograma de ‘La buena letra’, de Celia Rico.

Una de los temas de la película, a mi entender, es la cuestión de la honradez. La película nos plantea el conflicto entre ser honrado y mantener unos principios frente a la tentación del cinismo y el oportunismo de los demás. Yo diría que de ese choque surge, al menos, un aspecto de la confrontación que hay entre los dos hermanos. ¿Ser honesto tiene un precio? ¿No se premia?

Claro, ahí creo que la película está atravesada por esa mirada, quizás, un poco pesimista que nos diría que el sacrificio, al final, no vale para nada y que guardar silencio tampoco nos salva. Ahí hay algo que me parece interesante y que quizás es donde más he conectado con Chirbes.

Él venía a decir algo así como que el mal siempre va a entrar en tu casa, pero que la dignidad está en no abrirle la puerta, y, aunque sea durante un ratito, se quede fuera, aunque luego vaya a entrar. Me parecía que esos gestos de dignidad tenían que estar en la película y creo que es un poco lo que encarna Ana. Tomás también lo intenta, pero hay algo ahí que le duele tanto, porque es su hermano querido el que le ha decepcionado, que acepta un destino que alguien les ha hecho pensar que es el que les toca.

Mientras, Antonio y Isabel son dos personajes que claudican, que se montan en el coche de alguien que pertenece al otro bando, que tiene esa otra ideología por la que ellos están sufriendo. Esto podría ser interpretado como el lado contrario de Ana, el egoísmo.

Por otro lado, yo no quería juzgarlos, quería que se entendiera que ellos también luchan por sobrevivir, como lo hace cualquiera, y que si ese es el camino que eligen es porque quizás han tocado más fondo. Al fin y al cabo, uno ha estado en prisión y, la otra, ha estado sirviendo en una casa y a saber lo que ha pasado.

Esto es algo propio de muchos personajes de Chirbes, el no ajustarse exactamente a un estereotipo, ni siquiera ideológico. Es decir, puedes estar en un bando ideológico, pero eso no te exime de cometer errores.

Sí, sí, totalmente. Por ejemplo, el personaje de Ana está más cerca de lo que entendemos que es el bien, la bondad, pero hay cosas que ella tampoco entiende.  Por ejemplo, cuando Isabel llega a la casa y quiere hacer las cosas de manera distinta y no replegarse a ese papel de la mujer que tiene que coser, guisar, callar y doblegarse, Ana no la entiende y la juzga, no le gusta su actitud. A mí me parecía interesante mostrar en mi personaje protagonista esta especie de contradicción de cara, sobre todo, al espectador. A mí me pasa.

En el fondo, yo quiero que Ana sea, en un momento dado, como Isabel, no quiero que se quede en casa cocinando y que los hombres se vayan a ver el fútbol, mientras ella no puede hacer nada. Yo no quiero eso. Hay algo que genera el personaje que te dice que no te quieres parecer a él, pero, en el fondo, admiras su forma bondadosa de estar cuidando siempre a los otros.

En ese sentido, en Ana hay unas zonas un poco más oscuras y otras más luminosas, y me parecía interesante que atravesara esos dos lugares. Incluso, cuando Tomás se conecta a una especie de felicidad que Isabel trae a la casa, Ana no lo ve bien.  Ella acabará condenando a esa familia, a ese matrimonio, que no haya alegría en la casa.

Evidentemente, todo eso tiene que ver con un contexto en el que a muchas personas y a muchas mujeres se les arrebató la posibilidad de soñar con momentos de felicidad o de placer o algo tan sencillo como poderse parar, sentarse y tomarse un chocolate.

Fotograma de ‘La buena letra’, de Celia Rico.

Quería preguntarte por la fotografía de Sara Gallego. Ya me lo has comentado, pero me gustaría que ahondaras en cómo la película consigue hacer de ese pasado representado un presente tan vivo. Cuando estás viendo la película no piensas en un trabajo de reconstrucción, sino en un aquí y ahora que está sucediendo mientras transcurre la historia.

Ay, pues eso es muy bonito. Muchas gracias porque era algo importante. Cuando haces una película estás atenta a muchas cosas, pero esto era algo ante lo que no me relajaba, sobre todo, porque es algo que he observado en otras películas de época y no quería que nos pasara a nosotros.

Esto tiene que ver con la fotografía, pero también con la dirección de arte y con mi dirección, ese triángulo creativo entre Sara Gallego, Miguel Ángel Rebollo y yo, en el que nos entendimos muy bien y en el que jugamos con muchos referentes artísticos.

Para nosotros fue muy importante encontrar esa casa y observar muy bien cuáles eran las entradas de luz, cómo se reflejaban las sombras de los personajes sobre las paredes, cómo la película podría retratar la miseria, pero sin abandonar la posibilidad de una cierta belleza.

No todo lo que es pasado, aunque incluya momentos históricos de mucha tristeza y oscuridad, tiene que ser feo. Es una belleza que tiene que ver con la vida. No me refiero a la belleza de lo estético, sino a esa belleza que nos remite al hecho de que ahí hay personas a las que les están pasando cosas que para ellos son importantes. Y darle a eso el valor y la imagen que le corresponde.

Y luego también poder ir abriéndonos hacia los exteriores, hacia ese mar, esa luz, esa fiesta de la comunión en la que pensaba mucho en Sorolla, en el sol de Valencia… Se trataba de hacer una propuesta muy naturalista, pero a la vez muy pensada desde el detalle. Una concepción un poco pictórica de cada plano, de esa textura de las paredes, para que fueran casi como lienzos.

Miramos nuestra historia y nos giramos todo el tiempo hacia la Guerra Civil y sus consecuencias. Pero aquí yo creo que hay otra mirada que es algo más compleja que un simple relato de buenos y malos, de culpables o no. Supongo que ahí está también la mano de Chirbes, pero en la película la guerra aparece más bien como un trasfondo, el decorado, lo que nos sitúa más ante un producto de género, que, ante una película de denuncia, simplemente. Una guerra que no es solo la guerra, sino un escenario que apunta a algo más profundo o consustancial a nuestra naturaleza.

Sí, cuando lo hablaba con el equipo yo les planteaba que estábamos haciendo una película que transcurre en la posguerra, pero no era una película de posguerra, era una película sobre la condición humana, sobre sus contradicciones y los dilemas a los que nos enfrentamos cuando vivimos una situación de crisis en la que es difícil querer al otro dentro del núcleo familiar, pero también como sociedad, cuando el amor o los vínculos se mezclan con la lucha por la supervivencia.

Si ya es difícil que en las relaciones podamos sostenernos y mirarnos de una manera honesta sin hacernos daño, imagínate en un contexto en el que se ha pasado una guerra, en el que todo el mundo tiene miedo, en el que todo el mundo ha sufrido la desaparición o la muerte de un ser querido y la posibilidad de morir. En una situación así, en la que tienes heridas tan profundas, ¿cómo relacionarnos?  ¿Qué decisiones tomar?

Y, sobre todo, qué fácil es juzgar al otro, a este que cambió de chaqueta o a este que cayó en aquello otro, qué fácil es verlo desde fuera y qué difícil cuando estás ahí dentro. Yo creo que eso es lo interesante de la novela y lo que yo quería que estuviera en la película. Que, al final, esto va de la condición humana, de sus contradicciones y de los caminos que uno puede llegar a tomar, incluso compartiendo la misma sangre.

Celia Rico
Celia Rico, de pie, junto a Loreto Mauleón y Enric Auquer, durante el rodaje de ‘La buena letra’.