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Centro de Arte Hortensia Herrero
Selección de 100 obras de su colección privada
Mar 31, València
Inauguración: 11 de noviembre de 2023
Javier Molins, director artístico del Centro de Arte Hortensia Herrero (CAHH), describió así el espacio que abría sus puertas al público el pasado sábado 11 de noviembre, aludiendo a unas palabras del escultor vasco Eduardo Chillida, cuando dijo: “Soy como un árbol, con las raíces en su lugar y las ramas abiertas al mundo”. El edificio intervenido y restaurado por ERRE Arquitectura, con un coste de 40 millones de euros, fue presentado como una ventana al mejor arte contemporáneo, radicado en el corazón de la ciudad de València, pero que se va por las ramas de su colección hacia lugares remotos.
El espacio que acoge una selección de la colección privada de Hortensia Herrero, desplegada por los 3.500 metros cuadrados divididos en diferentes salas, contiene más de 100 obras de alrededor de 50 artistas locales, nacionales e internacionales, entre los que destacan Jaume Plensa, Cristina Iglesias, Tomás Saraceno, Sean Scullly, Olafur Eliasson y Mat Collishaw, con las obras realizadas específicamente para el Centro de Arte con motivo de su inauguración.
También figuran, de forma destacada, tres obras de gran formato de Anselm Kiefer, cuyo trabajo se nutre del espíritu de los grandes poetas, entre los que se halla Paul Celan, al que se refiere en distintas ocasiones. Y es Celan quien, en uno de sus poemas, se hace eco de algo que entronca muy particularmente con el propio espíritu del CAHH: “Algo sobrevivió en medio de las ruinas. Algo accesible y cercano: el lenguaje”.
Porque lo cierto es que el Centro de Arte Hortensia Herrero se ubica en el antiguo Palacio de Valeriola, construcción de estilo barroco que viene a resumir, como apuntó Amparo Roig, corresponsable del proyecto de rehabilitación realizado por ERRE Arquitectura, la historia de la ciudad, desde la época romana, la visigoda y la cristiana, incluidos los restos de un antiguo circo romano descubierto durante las excavaciones arqueológicas.
Y es así, en medio de esas ruinas, como se ha ido reconstruyendo un edificio que sobrevive gracias, ahora, al lenguaje artístico que le da nueva vida. De hecho, es sintomático que Jaume Plensa haya intervenido el ábside que comunica el palacio con el jardín mediante una instalación (‘Tempesta’) que inunda sus paredes con letras de diferentes alfabetos del mundo.
Al igual que le sucede a Kiefer -prolongando así sus mutuas conexiones con el lenguaje que sobrevive a las ruinas-, también Plensa dice haber sentido la literatura como fuente de inspiración en su obra. Así lo explicita en un comentario recogido en la propia web del nuevo centro artístico -donde da cuenta de su colección-: “Tengo un grupo de poetas amigos que, aunque no me hayan influido especialmente por el conjunto de su trabajo, sí me han tocado profundamente con algún momento preciso de su obra”.
Como le tocó a la propia Hortensia Herrero sentir la llamada del arte desde muy pequeña: “A los 12 años realicé mi primer dibujo, de la mano de mi profesor Manuel Sigüenza, y a los 16 mi primer óleo”. A partir de ahí, su pasión por el arte fue en aumento: “Le pedí a mi marido -Juan Roig, presidente de Mercadona- un cuadro por nuestro primer aniversario de boda”.
El centro artístico que lleva su nombre ha necesitado “siete años y diez meses”, precisó Herrero, para materializarse. “Es mucho tiempo de mi vida”; tanto, que llegó a reconocer la tentación de abandonar el proyecto: “Alguna vez he tenido ganas de tirar la toalla”. No ha sido así, quizás, de nuevo, gracias al espíritu que anida en su propia colección, donde Anselm Kiefer ocupa un lugar destacado.
“Yo pienso en imágenes. Los poemas me ayudan. Son como boyas en el mar. Nado hacia ellas, de una a la otra, entre ellas; sin ellas, me perdería”, asegura el artista alemán en una frase recogida en la web del CAHH. Imágenes que atraviesan las diversas estancias del centro artístico, ya sea por medio de pinturas, fotografías e instalaciones, para ofrecer a los visitantes un universo caracterizado por el carácter impactante de algunas de sus obras.
Nada más entrar al edificio, el espectador se sentirá cautivado por las nubes de tetraedros y dodecaedros de paneles iridiscentes, realizados por Tomás Saraceno, que cuelgan en el vestíbulo de 16 metros de altura. Y un poco más adelante, por las mencionadas letras del alfabeto creadas por Plensa.
En niveles superiores, serán los trabajos de Olafur Eliasson y Mat Collishaw, preferentemente, los que cautiven la mirada del espectador que se adentre en sus respectivos túneles de rutilante plasticidad. Las 1.035 piezas de cristal -compuestas de acero, vidrio con filtro de color rosa, pintura negra e imanes) de que consta el ‘Tunnel for unfolding time’ de Eliasson son el reflejo mismo de la espectacular puesta en escena con la que arranca el CAHH.
Espectacularidad que alcanza su máxima intensidad calórica en el túnel de Collishaw, donde el artista visual británico emula el fuego de las Fallas mediante dos grandes pantallas rebosantes de llamas. Una obra que, como apuntó en una entrevista (ElleDecor), bien pudiera insertarse en uno de los objetivos de su creación: “[Realizar] obras que cristalicen las incertidumbres y ambigüedades que encuentro cuando intento hacerme camino por la vida”.
Incertidumbres y ambigüedades que salpican el amplio conjunto expositivo, donde tan pronto te asaltan las diminutas multitudes de Juan Genovés, como las sencillas esculturas de Andreu Alfaro, pasando por el diálogo que mantienen, casi de entrada, Antoni Tàpies y el citado Eduardo Chillida. En todo caso, la nómina de ilustres del arte contemporáneo asusta: Georg Baselitz, Tony Cragg, Jean Dubuffet, Anish Kapoor, Roy Lichtenstein, Julian Opie o David Hockney, sin olvidarnos a los más cercanos Juan Uslé, Antonio Saura, Blanca Muñoz, Miquel Barceló, Rafael Canogar, Manolo Valdés o Miquel Navarro.
Un viaje de ida -en busca de la emoción que destilan los artistas más internacionales- y de vuelta -con la proximidad de los artistas que forman parte del ecosistema galerístico valenciano-, siempre alrededor de ese lenguaje lírico que ahora despunta de entre las ruinas. “La poesía es una especie de regreso a casa”, dirá Celan, en sintonía con esas raíces del CAHH, cuanto más hondas, más dadas a irse por las ramas.
“La historia es para mí un material de trabajo, como el paisaje y el color”, apunta Kiefer. Una historia encerrada en el Palacio de Valeriola, donde, efectivamente, a base de diferentes paisajes del alma ha tomado cuerpo el Centro de Arte Hortensia Herrero. Un centro artístico que sirvió de metáfora a Javier Molins para traer a colación la famosa sentencia de Victor Hugo, de la que igualmente se hizo eco la periodista Concepción Arenal: “Cuando se abre la puerta de un colegio, se cierra la de una cárcel”. O, dicho de otra forma: cuando se abre un edificio dedicado al arte, existe la posibilidad de abrir algunas grietas en el lenguaje más carcelario.
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