#MAKMAArte
‘Charles Ray’
Centro Pompidou – Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou
Place Georges-Pompidou, Paris
Bourse de Commerce – Pinault Collection
Rue de Viarmes 2, Paris
Hasta el 20 de junio de 2022
El cartel de la exposición de Charles Ray, que cuelga en la fachada del Centro Pompidou de París, ya advierte al espectador acerca de lo que le aguarda. En él, un hombre -que resulta ser el propio artista- mira a una mujer con traje rojo de chaqueta que le supera con creces en altura. Luego sabremos que se trata de la escultura ‘Fall 91’, una imponente maniquí de casi dos metros y medio que provoca no solo la perplejidad del artista que la contempla, sino de los propios espectadores que visitan la muestra.
Hay otra mujer en la exposición que el Pompidou dedica a Ray -completada en el Bourse de Commerce con otra serie de piezas-, igualmente grandiosa y, en este caso, desnuda, en actitud provocativa y cubierta de flores, que además resulta ser, para más morbo, su madre. También aquí con el propio artista de por medio, ya que se encuentra él mismo representado y ubicado en el espacio que delimita esta segunda mujer, en inquietante diálogo con la pieza ‘Unpainting sculpture’, un coche Pontiac Grand Am de color gris.
El automóvil ha sido meticulosamente reproducido por Ray, a partir de otro que se estrelló provocando la muerte de una mujer. De manera que tenemos, en la instalación perimetrada dentro de una de las salas del Pompidou, a la mujer tumbada, blanca como la leche y salpicado su cuerpo de llamativas flores, mientras se toca el sexo, frente al Pontiac con el chasis delantero reventado y una prenda de vestir tirada en el suelo. Y a Charles Ray, en medio, completando la escena.
Lo bello de la mujer y lo siniestro del coche dialogando entre sí. Como dialoga el resto de las piezas, en el marco de una exposición que subraya esa dialéctica entre la atractiva naturaleza y su fondo perturbador. Como ya apuntara el poeta Rilke, lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar. Y Charles Ray se aplica a ello con una minuciosidad de orfebre, atraído por esa belleza y ese fondo siniestro que la anima provocando cierto vértigo.
Lo mismo puede decirse de ese otro apartado de la muestra, igualmente delimitado, en el que Ray coloca la obra ‘Family romance’, compuesta por un padre, una madre y sus dos hijos a igual escala de 1,35 metros, todos ellos desnudos y cogidos de la mano, junto a ‘Hinoki’, un gran tronco de roble de 10 metros reproducido al detalle, a partir del que Ray encontró caído y muerto en California.
De nuevo, lo bello y lo siniestro; la naturaleza exultante, objeto de admiración romántica, transmitiendo a su vez la perturbación de lo que escapa al sentido. ‘Family romance’, de hecho, produce la extrañeza que confiere la alterada escala de sus miembros -con los padres a la misma altura que sus hijos prácticamente bebés-, facilitando el acceso a lo que Sigmund Freud denominó ‘Umheimliche’, allí donde lo familiar descubre su cercanía con lo siniestro, una suerte de espanto adherido a las cosas conocidas.
Charles Ray lo que hace es colocar al espectador ante el mismo punto de extrañeza que le producen a él las personas y las cosas, cuando estas, de pronto, revelan el fondo oscuro del que procedemos y al que estamos condenados a regresar. La dialéctica que establece en sus esculturas, y entre sus esculturas, es la sorprendente exaltación, recreada hasta el más mínimo detalle, de la belleza en connivencia con el pasmo de lo asombroso, en tanto fondo oscuro del que emana la vida siempre frágil de nuestra existencia.
Pongamos otro caso, el de ‘Puzzle bottle’: un hombre encerrado en el interior de una botella de cristal. La angustia derivada de tamaña pequeñez encapsulada, sin duda con su punto de ironía, no deja de traslucir, una vez más, la forma en que el artista da cuenta de su visión del mundo. Un mundo extraño, por mucho que tendamos a ignorar su entropía mediante discursos reconfortantes, que Charles Ray reproduce con máxima dedicación.
Del Pontiac gris llegó a decir en su momento, que se trataba de un coche “en el que sentía la presencia de su conductor muerto”. Al igual que de su escultura gris metalizada ‘Atarse los zapatos’ dijo, durante la presentación de una serie de sus obras en el Palacio de Cristal de Madrid en 2019, que venía a reproducir cierto sentimiento suyo caminando por las montañas de California, habitadas por pumas: “Una mañana me vi así, atándome los cordones, y pensé que, si uno me hubiese atacado, me habría convertido en un fantasma que no necesitaría atarse más los zapatos”.
Esa cualidad fantasmal de algunas de sus esculturas metálicas liga a la perfección con estas otras más amables, pero igualmente transidas de asombro. Si el músico de jazz, de nombre al revés que el suyo, Ray Charles, decía que tocaba el piano con los ojos en los dedos, Charles Ray podría decirse que realiza sus esculturas con los dedos en los ojos, porque es mirando con gran profundidad, para captar todos los detalles, como da forma a una obra epidérmica con trasfondo siniestro.
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