Cherry Pie, de Lorenz Merz
Sección oficial de largometrajes
Festival Internacional de Cine de Valencia – Cinema Jove
Del 20 al 27 de junio
Si Violet, de Bas Devos, nos mostraba el grado de melancolía de un quinceañero abatido por la muerte de un amigo, Cherry Pie, de Lorenz Merz, lleva esa melancolía al extremo. En la primera, la angustia no alcanza el paroxismo porque el joven, aunque a duras penas, siente cierta compañía. Nada de eso le sucede a Zoé (Lolita Chammah), que arranca la película huyendo crispada de un apartamento y su trayecto hacia ningún lugar lo hará en la más absoluta soledad. Ambos directores plasman esa melancolía mediante planos de interiores, paisajes y lugares prácticamente vacíos, fruto del ensimismamiento de sus protagonistas, pero Merz lleva esa poética del alma herida al más hondo desgarro emocional.
“Yo soy este lugar”, escuchamos decir a Zoé. También: “Soy una niña que aún no ha nacido”. Zoé, en su huida crispada, se siente parte del paisaje, porque en el fondo ansía alcanzar, aunque se tome su tiempo, ese vacío existencial que antecede al nacimiento y prolonga definitivamente la muerte. De eso, he ahí la angustia, sabemos igualmente en vida; en esos instantes de impotencia que suelen ir acompañados del sinsentido del lenguaje. Por eso Zoé llega a decir: “Lo que oigo no es lo que oigo”. Las palabras que escucha dejan de tener sentido.
Lorenz Merz acompaña a la protagonista de su película en ese trayecto a la deriva. Se pega a ella, para mostrarnos su crispación, abandono, rabia y apatía, mediante inquietos movimientos de cámara y una mirada enfocada toda ella a ilustrar el sinsentido del viaje hacia ninguna parte emprendido por Zoé. Hay momentos en los que no sabemos si la joven está viva o muerta, lanzando pensamientos deshilvanados que parecen proceder de una criatura venida del más allá. En el fondo se trata de eso: de hacernos ver lo que siente alguien que, sin estarlo, vaga como el muerto que ya prácticamente es.
Tampoco la realidad con la que se va encontrando Zoé ayuda a despejar la incógnita del por qué de su deriva. O sí. Cuando la joven entra de noche en una casa, para sentarse sigilosa junto a un matrimonio que ve la tele sin percatarse de su presencia, sentimos que los fantasmas están por todas partes; que el mundo de los vivos está sospechosamente dormido, alienado, cariacontecido. Lorenz Merz se limita a levantar acta de esa defunción con su cámara, dejando que sea esa cámara la auténtica protagonista de una historia sin relato posible.
Zoé irá de aquí para allá, usurpando incluso el lugar de una mujer desaparecida, dejando que el aire, como a una hoja, la lleve de un sitio a otro. No espera nada de la vida, máxime cuando ésta sólo le va mostrando personajes a los que poco parece importarles esa vida. Personajes abúlicos, suicidas, derrotados, violentos. Sólo el pastel de cerezas (cherry pie) al que alude el título de la película, parece ofrecer cierta tregua en ese trayecto desencantado.
Lo demás es una concatenación de imágenes que, como los pensamientos sueltos y amargos de Zoé, muestran el desgarro existencial de una mujer sin punto de retorno. No hay hogar, ni siquiera casa a la que regresar, porque un tal Toma (al que nunca veremos) ya le advirtió al dejarle que su puerta se cerraba para siempre. A la deriva, sintiendo la intemperie en su cuerpo, Zoé dejará que la cámara de Lorenz Merz la explore en su extrema melancolía.
Salva Torres
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