Veladas Vampíricas de negro satén: ‘Los Originales’ y ‘Lo que hacemos en la sombras’
Miércoles 19 de agosto de 2020
Si el sol te exprime los fluidos naturales durante el día es razonable que por la noche te dejes chupar por los vampiros y otras inquietantes criaturas que rondan en la oscuridad. El verano no es una estación propicia para los señores de la noche. Demasiadas horas de luz, el calor les corre el maquillaje, les pega la capa a la espalda y vagan desesperados buscando humanos de sangre fría, a ser posible con sabor a horchata. Pese a tales tribulaciones, invaden las plataformas audiovisuales con series de todo tipo y para todos los gustos.
Organizo mis veladas vampíricas a base de un cóctel variado que, a modo de cubitos de hielo incluye golpes de risa: ‘Los Originales’ (Julie Plec) y ‘Lo que hacemos en la oscuridad’ (Taika Waititi y Jemaine Clement). A la primera me enganché porque los actores y actrices protagonistas están como quesos que dicen «híncame el diente». También porque se sitúa en Nueva Orleans, ciudad mítica, donde los vampiros conviven no muy pacíficamente, todo hay que decirlo, con humanos, brujos y hombres lobos exilados a los pantanos en virtud de su amor a la naturaleza. El argumento no es nada del otro mundo, pero mantiene el interés gracias a su ritmo trepidante.
Todo gira en torno a los hermanos Mikaelson, al principio tres, aunque luego aparecen más, que llevan mil años por la tierra haciendo de las suyas y cosechando infinidad de enemigos. El más maligno y poderoso, Nicklaus, híbrido de vampiro y lobo tiene una hija, Hope a la que hay que proteger por todos los medios. Tanto de los múltiples adversarios como de la propia familia, unos padres realmente poco cariñosos y una tía bruja que está como una cabra.
Lo mejor que se puede decir de esta serie es que, como clásico filme de acción con toque dramáticos, elude el melifluo romanticismo de la saga ‘Crepúsculo’ y las truculencias ‘gore’ tan típicas en el género de terror. Otra ventaja para los fans es que es más larga que un día sin pan o mejor decir sin sangre, con precuelas y secuelas que siguen y persiguen los avatares de los inmortales protagonistas.
Lo que parece signo característico de los descendientes de Nosferatu que habitan el siglo XXI es que les mola el asfalto. Atrás quedaron aquellos siniestros castillos rodeados de bosques mágicos plagados de criaturas terribles. Las ciudades tienen grandes ventajas para los chupasangres. Para empezar, comida de sobra. En la calle la gente se amontona, pero tras los muros de carga, tabiques de ladrillo y planchas de pladur es posible proteger intimidades y rarezas. En el piso de arriba alguien puede estar componiendo una sinfonía o escribiendo una novela, mientras en el de bajo se comete un crimen.
Por eso no sería nada extraño que en la casa del final de la calle, esa de estilo gótico con decorativas vidrieras de colores, resida una comuna de vampiros milenarios. Son los protagonistas de ‘Lo que hacemos en las sombras’ una serie de humor inteligente que viene de las antípodas, obra de los neozelandeses Taika Waititi y Jemaine Clement.
Se trata de una secuela de su filme homónimo de 2014 que plasma las peripecias de un grupo de vampiros que comparten piso, con los consiguientes problemas de convivencia doméstica entre machos. Rodada también como un falso documental, la serie muestra en capítulos de veinte minutos las intimidades de un trío de vampiros que viven en State Island, uno de los distritos más grandes y menos poblados de Nueva York, donde llevan una vida tranquila y nocturna sin llamar la atención de los vecinos, salvo en ciertas ocasiones.
Son Nandor, un gigante de imponente aspecto fisico y pasado sanguinario en su tierra natal; Laszlo, un erotómano que colecciona setos podados con forma de vulvas y Nadja, su esposa, amante secreta de un humano en sus sucesivas reencarnaciones. A estos tres ingredientes básicos se le suma un aliño genial: el vampiro psicológico Colin, el tipico plasta que se alimenta de la energía ajena, y el tierno Guillermo, familiar o sirviente de Nandor, que sueña con que su amo lo convierta en vampiro. A lo largo de los episodios los veremos meterse en líos y lidiar con otras seres sobrenaturales como hombres lobos, zombies, fantasmas y nigromantes. Lógicamente, no todos tienen la misma densidad humorística pero el nivel medio es excelente.
Desde el vestuario y ambientación a la música (magnífico tema ‘You’re Dead’ de Norma Tanega) y el doblaje todo los aspectos están cuidados al máximo. Un dato curioso. El mismo actor que dobla a uno de los Mikaelson (Eliha) pone la voz a Laszlo, aunque con una entonación muy diferente. En resumen, un alivio para noches tropicales y demás aflicciones del alma.
Del grito de terror a la carcajada no hay mas que un paso. Como del amor al desamor. La risa y el llanto, el humor y el miedo son los extremos de una cuerda en la que los buenos creadores de ficción nos hacen saltar para estimular nuestras emociones. La risa siempre es liberadora. Doblemente liberadora cuando, al burlarse de ellos, exorciza nuestros miedos más profundos. Bienvenida la risa, sobre todo en estos tiempos de terrores vagos y difusos que nos mantienen amordazados.
Bel Carrasco
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