Conectados por la cultura
Maite Ibáñez (concejala de Acción Cultural del Ayuntamiento de València)
MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2020
Desde el mes de marzo estamos viviendo una situación singular, extraordinaria y, en ocasiones, dura de encajar, que afecta a todos los sectores de la sociedad. Pero, sobre todo, implica un cambio en nuestras relaciones y en la forma de comunicarnos con el mundo. Una de las herramientas fundamentales de convivencia se apoya en las actividades culturales. En su gestación, desarrollo, en la forma de compartirlas, agendarlas, convertirlas en parte de nuestra rutina o de nuestros días especiales. Y siempre desde el impulso de sentir algún tipo de respuesta.
La pandemia ha provocado un cambio de escenario que ha convertido a nuestras casas en protagonistas culturales: las pantallas del salón, del ordenador, los móviles y los balcones fueron, durante el confinamiento, los nuevos lugares para programar actividad.
Pero ese complemento temporal parece que ha venido para quedarse y, también, ha generado cambios en todo el tejido profesional. No solo a través de esos espacios cotidianos, sino, igualmente, en los procesos colectivos y en el valor del momento que transita a otra velocidad. Me remito a algunas pinceladas que, quizás, marquen el rumbo de los futuros años veinte, implicados en visibilizar el valor de la cultura como parte de nuestra vida.
Si algo positivo presenta este arranque de ciclo, a pesar del constante recuerdo de nuestra vulnerabilidad, está posado en la complicidad de los agentes culturales. Escuchamos hashtags como ‘#laculturacura’. Y yo añadiría, además, ‘#laculturasuma’. El tejido asociativo de los diferentes sectores (música, artes escénicas, audiovisuales, libreros, galeristas…) se ha unido con más fuerza buscando una respuesta a la situación y, de paso, realizando acciones conjuntas para fortalecer su trabajo.
Recordamos la campaña de Alerta Roja, donde las imágenes de los técnicos recorriendo las calles principales de València bajo el sonido de las ruedas de sus flightcases emocionaron a todos. Los planes de contingencia, protocolos de seguridad, turnos, teletrabajo y las casi infinitas opciones “A, B, C…” han desarrollado herramientas coordinadas desde la colectividad de los sectores culturales (públicos, privados y administraciones).
El sentido de la supervivencia (y la responsabilidad por generar una respuesta rápida ante una crisis diferente) ha permitido que el inicio de esta década también haya motivado redes solidarias que, anteriormente, permanecían como versos sueltos y, consecuentemente, haya impulsado que las políticas culturales establezcan caminos transversales para su ejecución. Desde la concejalía de Acción Cultural hemos iniciado mesas de trabajo con profesionales del sector, junto a responsables de áreas municipales de Economía, Empleo, Turismo o diversos sindicatos, a través de un enfoque en gran parte renovado por estas circunstancias.
Vinculado al grupo de acciones concretas que iniciamos en esta década, subrayamos la labor de la red de las 33 bibliotecas municipales. A través de los escenarios digitales, como la plataforma e-Biblio o los audiolibros –junto a otras actividades online, como los cuentacuentos–, las bibliotecas de la ciudad acercaron el mundo de los libros en momentos donde la lectura se convirtió en una herramienta para llenar los hogares de relatos.
Previo a la pandemia, ya establecimos como objetivo iniciar una serie de proyectos que consolidaran la renovación del concepto tradicional de las bibliotecas, evitando el encorsetamiento unidireccional como servicio de préstamo o sala de estudio. Porque las bibliotecas son elementos generadores de convivencia desde los barrios, de diálogo con la ciudadanía y lugares de interacción y de conocimiento. La pandemia demostraba que su desarrollo implica necesariamente la suma de una realidad (digital, intergeneracional, con diferentes soportes y disciplinas) y, sobre todo, que podía ocurrir dentro o fuera de sus muros.
Por su parte, las artes escénicas inician un camino de reflexión sobre sus lenguajes. Se combina el diseño del propio escenario y la experiencia en directo, con elementos audiovisuales y digitales en portales de nueva creación. De esta forma, surgen debates sobre el propio concepto teatral de la mano de un nuevo género que nos amplía opciones y, también, nos llena de dudas.
El Teatre El Musical (TEM) y La Mutant apostaron por fórmulas espaciales que permitieran la experiencia directa con el público y, con ellos, fuimos los primeros en abrir y comprobar la aplicación de los protocolos sanitarios. No podremos olvidar esa imagen impactante: las luces se encienden y los artistas observan un patio de butacas con el público dispersado en sus asientos, portando mascarillas. Pero las nuevas fórmulas de comunicar deben desarrollar sus mecanismos y, por esta razón, nunca descartaremos el complemento online.
Mientras algunos consideran que aquello que sale en una pantalla no puede ser teatro, sino un documento que almacena un espectáculo, existe otra parte que integra un lenguaje que todavía no tiene nombre, pero tiene expresión y, por lo tanto, vida. La diversidad de escenarios contempla las propuestas por streaming y el formato digital, junto con la sala y el espectáculo de calle. Elena Vozmediano explicaba que la ausencia física nos hizo reflexionar sobre lo que perdimos y ganamos en esa mutación. Pero la experiencia del arte es infinita y, necesariamente, se tiene que vivir sin miedo.
Si algo ha demostrado la cultura en estos difíciles momentos ha sido su capacidad estratégica y de conexión con el público. Al fin y al cabo, tanto el espectador digital como presencial busca el estímulo que ejerce el contador de historias.
La cultura proporciona una fórmula esperanzadora de mirar al futuro o, al menos, de entretenernos mientras el mundo se recompone. Desde esta premisa, iniciamos una nueva década, sabedores del ejercicio de convivencia y creatividad que solo viviremos conectados por ella.
Maite Ibáñez
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