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‘Fernando Savater, la derrrota de un intelectual’, de Justo Serna
Sílex Ediciones, 2024
Justo Serna ha leído a Fernando Savater desde mediados de los años 1970, hace casi medio siglo, y hasta ahora mismo. Ha leído todo o casi todo lo publicado por el donostiarra: sus artículos de prensa, sus ensayos políticos, morales y filosóficos, sus fallidos intentos de novela.
Al principio, el catedrático de Historia valenciano lo hizo con admiración y agradecimiento: Savater era un librepensador, un tipo de ideas originales y rebeldes, de prosa clara, brillante y divertida. Más tarde, Serna empezó a inquietarse por la evolución de Savater, cada vez más vulgar y conservador en sus pensamientos, más barriobajero en sus formas. Por último, Justo Serna terminó arrojando la toalla: Savater se había convertido en un reaccionario gruñón de los muchos que hay en España.
Lo cuenta en ‘Fernando Savater, la derrota del intelectual‘ (Sílex Ediciones, 2024). Y lo cuenta con dolor, el que produce descubrir que un hermano mayor intelectual se ha convertido en un canalla. Aunque debo precisar que Justo Serna no emplea en este libro la palabra canalla ni ninguna otra que pueda ser considerada insultante.
Su largo adiós a Savater está escrito con una ecuanimidad y una buena educación reseñables. En este sentido, el valenciano le da al donostiarra toda una lección de sabiduría, coherencia y urbanidad.
A mí también me apena mucho que el Savater que comenzara levantando la bandera libertaria de Guillermo, el Travieso, haya terminado como Torrente, el brazo tonto de la ley. También para mí las lecturas de ‘La infancia recuperada’, ‘Apóstatas razonables’, ‘Panfleto contra el Todo’ y ‘Contra las patrias’ fueron gozosos aldabonazos que me emanciparon mentalmente tanto de la sórdida España de Franco como de la igualmente sórdida Unión Soviética.
Caramba, se podía ser español sin españolear, se podía ser progresista sin adherirse a los dogmas del Partido, se podía disfrutar leyendo novelas de piratas sin sentirse culpable por no asistir a seminarios sobre Althusser. Aquel primer Savater, que se proclamaba ácrata y reivindicaba el vitalismo de Nietzsche, era liberador.
Así que, como a Justo Serna, me entristece imaginarme al Savater de ahora brindando por la sagrada unidad de la España rojigualda, despotricando de rojos, animalistas y mujeres, pidiendo el voto para Rosa Díez, Ayuso, Abascal o cualquier otro que quiera ahorcar a Pedro Sánchez. ¡Cuánta zafiedad, qué triste envejecimiento mental y moral! Decadencia que afecta, asimismo, a su prosa, que era champán para el espíritu y ahora es puro vinagre.
Como es universitario, un buen universitario, Justo Serna hace un esfuerzo por intentar averiguar cuándo, cómo y por qué se jodió el Perú de Savater. Quizá empezara cuando, de su gallardo alzamiento contra ETA, Savater dedujo que el antídoto contra el nacionalismo periférico de vascos y catalanes era el nacionalismo españolista de Aznar, “un nacionalismo”, escribe Justo Serna, “que idea una unidad de destino desde tiempos prebabélicos”. Es muy posible que los cables empezaran a cruzársele al donostiarra por su incapacidad para “concebir lo español a partir de una pluralidad irrevocable”.
Hablando de España, Justo Serna le da a Savater una lección de lo mejor del primer Savater, el iconoclasta que veneraba el coraje y la aventura como “sinónimos de la libertad, de la disolución del determinismo, un modo de remontar la circunstancia fatal”. La de España, escribe, es “la historia de unas disidencias y de sus persecuciones. Que me dejen ser disidente a mi manera. Que me dejen ser español a mi modo”. Y añade el valenciano: “Más que para el reconocimiento, que es un modo de uniformar, de establecer la fatalidad de unas ataduras, la historia debería emplearse para el conocimiento propio”.
Lo seguro es que, desde aquellos tiempos de ETA, Savater empezó a vivir “en la amargura, en la desazón más profunda, aquella que desmiente la alegría o la felicidad que antaño profesó”. Dejó de ser un librepensador a contracorriente, el Voltaire español, para convertirse en un político que apadrinaba partidos rústicamente derechistas y serviles con los poderes fácticos.
Todo eran lamentos por una unidad de España siempre en peligro, pero jamás se le escuchaban condenas de la corrupción, del desmantelamiento de la sanidad y la educación públicas, de la desigualdad socioeconómica. La politiquería conservadora terminó agriando su pensamiento heterodoxo y su prosa jovial.
Muy agudos son los comentarios de Justo Serna sobre el fracaso de Savater como novelista. El donostiarra había comenzado así su ‘La infancia recuperada’: “Si yo supiera contaros una buena historia, os la contaría. Como no sé, voy a hablaros de las mejores historias que me han contado”.
En efecto, Savater comenzó como un magnífico prescriptor de ficciones maravillosas como las de Stevenson y Borges, pero se empeñó en proponernos las suyas propias. Y nunca consiguió una mínimamente decente, tan solo artificios postizos para transmitir sus ideas. ¿Por qué?, se pregunta Justo Serna.
Y responde: “Para escribir una novela verosímil hay que tener buen oído. Hay que tener buen oído para dejar de ser uno mismo, para hacerse liviano o para hacerse desaparecer. Hay que abandonar la propia voz, ese timbre reconocible, esa sintaxis. ¿Con que objeto? Pues para ser portavoz de seres que no tienen nuestros tics o formulas, para desplegar a individuos que se valen de expresiones que no son las nuestras”.
El ególatra Savater nunca supo dar voz a otros, por eso nunca fue novelista. Y su propia voz intelectual fue olvidándose de que “la alegría de estar vivos es el tesoro”. Se convirtió en el sermoneo y el ultraje a calzón quitado de un viejo rencoroso, de “un Savonarola o un Torquemada que ataca con ira maniquea a sus viejos camaradas”.
La historia de Savater, concluye Justo Serna, es la de un fracaso, una derrota intelectual. Con el cariño de quien tanto le admiró, el valenciano le recomienda al donostiarra que practique lo que decía Borges: “Hay que morirse bien, sin demasiado ahínco de quejumbre, sin pretender que el mundo pierda su savia por eso y con alguna burla linda en los labios”.
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