MAKMA ISSUE #01
Opinión | Antonio Ariño (vicerrector de Cultura e Igualdad de la UV)
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2018
Cuando llegué por primera vez al Vicerrectorado de Cultura se me preguntó, desde un medio de comunicación, que cuál era el proyecto que traía para La Nau y en qué medida iba a suplir las carencias de otras administraciones –estoy hablando del año 2011–. No dudé ni un segundo (creo) en la respuesta: la misión cultural de la Universidad viene regulada en la legislación universitaria, por tanto, no entra en competencia con otras administraciones ni debe adoptar una función supletoria.
¿Cuál es el planteamiento que debe seguir la Universidad en relación con la cultura? Al menos hay que remontarse al último cuarto del siglo XIX cuando, entre otros, Rafael Altamira puso en marcha la extensión universitaria, para encontrar un enfoque certero. Su planteamiento era muy claro. En una universidad elitista, había que sacar el saber a las calles, a los barrios obreros, a las clases populares. Por otro lado, decía que toda persona es siempre “más que su profesión”, el químico también se ha de formar como ser humano (y, añadiríamos hoy, como ciudadano).
Así pues, la misión cultural de la Universidad se bifurca en dos dimensiones: la democratización del saber que se genera en sus espacios de investigación y se transmite en sus aulas, y la formación integral para quienes forman parte de la comunidad universitaria y, en especial, para el estudiantado.
Esta misión no ha perdido vigencia, aunque en una sociedad digital y del aprendizaje han cambiado (o deben cambiar) los medios, los programas y las formas de llevarlos a cabo. La cultura que debe transmitir y/o crear la Universidad no es cualquier cultura. Hay muchas formas culturales aborrecibles. El sello “cultura” no es garantía de nada. La cultura que compete a la Universidad ha de ser, en primer lugar y sin género de dudas, una cultura científica y crítica, que se basa en el conocimiento más sólido y se orienta a desmontar prejuicios y mitos de toda clase que proliferan y abundan en cualquier sociedad.
Puede resultar sorprendente, pero hay que afirmarlo con rotundidad: nuestra sociedad da pábulo y crédito a toda clase de prejuicios y mitos. Los estamos viendo apoderarse de gobiernos y gobernantes estos días, en la Europa post-ilustrada, como si retornáramos a épocas nefastas. Miles de millones de personas murieron y mataron en las dos guerras mundiales por mitos y prejuicios. Ahora estos pueden sustentarse en un ropaje científico o incluso revestirse con los argumentos de que se actúa por el bien general y el bien público, pero no hay tal y la función de la Universidad debe seguir siendo la de desenmascarar y la de provocar.
Desenmascarar. Cuando se dice que vivimos en la era de la posverdad se da pábulo a un mito. ¿Ha existido alguna era de la verdad? ¿Cuándo no han intentado todos los poderes existentes legitimarse más allá del cimiento democrático? ¿Cómo defender sin sonrojo que la educación nos hace libres? ¿Qué educación? ¿Qué libertad?
Provocar. Porque es muy fácil acomodarse a clichés explicativos y parece tarea ardua cambiarlos por otros más convincentes si alguien no sacude nuestro sopor. Conviene recordar el poema de Brecht sobre el hombre con muletas que fue a visitar al médico. Este le preguntó: ¿por qué llevas muletas? Porque estoy tullido, respondió el paciente. El médico le invitó a caminar, aunque fuera a cuatro patas; le quitó las muletas y se las rompió en la espalda. “Ahora estoy curado. Ando. Me curó una carcajada. Tan sólo a veces, cuando veo palos, camino algo peor por unas horas”.
La cultura que proponemos en exposiciones, seminarios, conferencias, talleres, debería provocar nuestros modos de pensar y quitarnos las muletas. Cultura crítica, pero también cultura inclusiva y democrática.
Antonio Ariño
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