Remando en el mismo barco (II) | Testimonios de parejas dedicadas a la cultura
Con los escritores Bárbaro Blasco y Kike Parra
Domingo 17 de mayo de 2020
La literatura es el sustento de esta familia. La formada por los escritores Bárbara Blasco, Kike Parra y sus dos hijos –Bruno, de 14 años, y Pol, de 9–, ambos de anteriores matrimonios. A base de inventar historias y enseñar a contarlas han conseguido salir adelante. Gracias a diversificar sus actividades lograban hasta ahora llegar a fin de mes, pues, como ellos mismos explican, solo un número muy reducido de autores puede sobrevivir de los libros. Por eso, además de publicar obra propia, imparten talleres de escritura creativa en Fuentetaja y otros centros como bibliotecas y universidades, hacen correcciones de textos y escriben artículos para Valencia Plaza y Lletraferit. ¿Será posible mantener esa estrategia a partir de ahora? Es la gran pregunta que se plantean y que inspira sus reflexiones sobre el difícil momento que atraviesa la cultura.
“Tememos que, los que ya pendíamos del hilo de la precariedad, caigamos al vacío”, dicen. “La mitad de los talleres de escritura creativa se mantiene a través de las videoconferencias, pero con un tercio menos de alumnos, la otra mitad se ha pospuesto. Estamos escribiendo un guión para una serie de televisión, tratando de abrirnos a otros sectores donde la ficción no esté tan maltratada económicamente”.
Se conocieron, “como no podía ser de otra manera, gracias a la literatura”, cuenta Blasco. “Yo me enamoré de Kike primero por escrito, al leerlo. Y luego presenté su libro ‘Ninguna mujer ha pisado la luna’. Tenemos un hijo de matrimonios anteriores cada uno, dos chicos que se llevan bien y discuten casi como hermanos”.
Llevan dos años juntos, pero se conocieron varios antes en el IVAM, donde Blasco ofreció una charla. “Cuando Bárbara terminó, pensé, ‘qué peligro tiene esta mujer, de aquí salen todos enamorados de ella'», recuerda Parra. «Yo me creí fuera de ese influjo, supongo que porque, entonces, estaba con mi pareja. Pero el tiempo y Bárbara, en eso, son implacables. Nos casamos hace un año. Meses antes le pedí matrimonio en la Librería Bartleby, durante la presentación de su novela. El presentador fui yo, y creo que me salió más mal que nunca. Le arruiné las ventas pero me dijo que sí”.
Sobre la política que debería aplicar el Gobierno para mitigar los efectos de la crisis en la cultura ambos tienen las ideas muy claras. Blasco sugiere medidas de urgencia como la compra de 300 libros a cada editorial valenciana (que ya ha hecho la Generalitat) u otras actuaciones en la misma dirección. “La cuestión clave es que se debería distinguir la industria cultural de la cultura. Porque estas medidas ayudan a la industria, pero no a los autores que generan la cultura. Se da la paradoja de que los escritores, salvo muy contadas excepciones, están completamente fuera de la industria cultural. Los grandes grupos editoriales sí mueven dinero, también las distribuidoras, mientras las pequeñas editoriales sobreviven a duras penas y las librerías hacen malabarismos para llegar a fin de mes. Pero los autores, a menudo, están fuera de la pirámide industrial o apenas la rozan de forma tangencial. Prácticamente, escriben los libros gratis, o por una cantidad simbólica, los promocionan gratis, con el incierto pago por el ahuecamiento de su ego”.
Aprovechando la pandemia, Blasco cree que las medidas deberían ser más profundas, “no solo torniquetes para detener la hemorragia, sino una reordenación de esta escala para mejorar el sistema. No es cosa solo del Gobierno, sino de toda la sociedad. Por ahí deberían ir los esfuerzos, por cambiar la narración. Resulta algo paradójico que, precisamente, los trabajadores de la ficción literaria no seamos capaces de construir un relato atractivo sobre la cultura y sus increíbles beneficios, sobre cómo los libros nos devuelven mejor equipados para la realidad. Sobre cómo nos hacen más felices”, concluye Blasco.
Parra teme que la actuación de los Gobiernos “va a ser coyuntural e insuficiente”. Alude a datos contundentes como que el 80% de los escritores reciben menos de 1.000 euros al año por derechos de autor, que muchas editoriales o revistas de prestigio no pagan a sus colaboradores, o la gratuidad de numerosas iniciativas culturales difundidas a través de las redes durante el confinamiento.
“Tenemos que ser conscientes de nuestra parte de responsabilidad, pues solo así reconoceremos la realidad tan desastrosa en la que estamos inmersos”, reflexiona Parra. “Estos días hemos puesto sobre la mesa las deficientes condiciones laborales de quienes hacen labores de limpieza o quienes transportan los productos de un lugar a otro. Pero también muchas personas del mundo de la cultura estamos en circunstancias parecidas. Creamos contenidos que nos reportan unos beneficios económicos ínfimos. Con ello se genera la apariencia de que ‘la cultura’ funciona, y esa es la gran mentira: solo les funciona a unos pocos”, concluye Kike Parra.
Bel Carrasco
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