#MAKMAMúsica #MAKMAEntrevistas | Dani Cardona (músico, productor, escritor y artista plástico)
Lunes 25 de mayo de 2020
Quizás porque en ese cuerpo delgado y ágil no cabe mucho ego, tal vez porque mirar tan azul y reconocerse desde la ironía da pie a que su personalidad asome lúcida entre resquicios de talento, autenticidad y preste más atención a estéticas razones. El nombre de Dani Cardona aparece en muchísimos de los discos que se han editado en nuestra ciudad en las últimas décadas, su trabajo exquisito en el estudio de grabación es siempre valorado por las bandas, pero no lleva bien los halagos. Cuando se habla mucho de él coge su moto y se va.
Estudió Bellas Artes, es músico –ha formado parte de grupos ya míticos como Los Flacos, Doctor Divago o Una Sonrisa Terrible–, productor, artista plástico y desde hace unos años escribe relatos en los que cuenta retazos de infancia, andanzas de juventud roquera, pasajes sorprendentes en los que a veces la casualidad o el destino juegan bazas inesperadas en garitos nocturnos, locales de ensayo, estudios de pintura, sótanos y escenarios.
¿Cómo estás llevando este tiempo de confinamiento, Dani?
Pues, en general, es el tiempo el que me ha llevado a mí. Yo he sido obediente y me he quedado quieto, pero a él no le ha dado por ahí. Tiene muy mala idea.
La última vez que la vida te hizo parar y quedarte en casa unos meses escribiste el libro ‘Fractura de tibia y peroné’. ¿Saldrá una nueva publicación de este enclaustramiento?
El libro está en marcha, lo estaba antes del encierro, ahora lo complicado es reunir fuerzas para promocionarlo –una vez más– por un circuito independiente (y angosto). Mi único modo de promoción siempre han sido pequeñas fiestas. Tengo que inventar algo nuevo. Además, no sé en qué fase permitirán sonreír y firmar libros a la vez.
Además de escribir, eres músico, eres artista plástico… Tú lo tienes más fácil para soportar la monotonía de los días.
Pues no creas, primero porque la monotonía no me disgusta. Y no soy un tío muy prolífico; a veces, el sentido de culpa de no estar haciendo nada no me deja hacer nada; no sé cómo lo llevarán otros, pero no ha sido un ambiente favorable para mí. Aun así, lo he peleado.
¿Qué has descubierto de bueno durante estos meses tan distintos?
Durante casi dos meses he estado casi convencido de que el mundo podía cambiar (para bien); que las personas seríamos capaces de sacudirnos la rabia que veníamos arrastrando y empujaríamos, a partir de ahora, en la misma dirección. Pero esta idea se va desintegrando conforme las fases avanzan hacia la normalidad.
También he descubierto libros en mi estantería que no sabía que tenía y que me han encantado. Ah, y he descubierto que tenía vecinos en la puerta de enfrente de mi rellano –¡los descubrí un día por el balcón!–.
¿Qué te da más miedo de lo que nos espera?
Precisamente que tengamos miedo unos de otros. Y tener miedo a la enfermedad. Vivir con miedo.
¿Sacaremos algún aprendizaje o todo seguirá igual?
Me hubiera encantado nacer optimista (son un tipo de personas a las que envidio terriblemente).
¿Por qué en tus dibujos y en tus cuadros aparecen tantos aviones?
Pues, en primer lugar, tengo que confesar que tengo muchísimo vértigo, y que en las pocas ocasiones en que he subido en avión lo he pasado fatal… Mi hobby es el patinaje artístico sobre ruedas. Lo descubrí gracias a mi hija –tarde…, me hubiera encantado patinar en serio–. En el parque donde practico, observo, casi a diario, enormes atardeceres, como los de los grandes cuadros del Museo del Prado, pero atravesados por líneas de aviones que los convierten en arte pop. Me hacen pensar… Sé que es una extraña relación, pero los aviones tienen que ver con el patinaje artístico.
Y te parecerá una locura, pero después del confinamiento, patinar tiene algo de diferente, y me desconcertaba no saber el qué. Y gracias a tu pregunta lo he descubierto: ¡no hay aviones!
Formas parte de las bandas Desguace Café y Ramonets. Este parón os afecta muchísimo porque aún tardaréis en subiros a un escenario. ¿Cómo lo sobrelleváis?
Antes de la gran movida, con Ramonets, aparte de los ensayos, todas las semanas nos reuníamos al menos una vez para intentar gestar ideas nuevas, proponer acciones o directrices de trabajo. Desde que estamos confinados hemos tenido ¡una reunión diaria! a través de videoconferencia. No puedo más. No los aguanto. Espero que todo vuelva pronto a la antigua normalidad.
Por otro lado, estoy aprovechando el encierro para aprender a tocar la batería –con carácter retroactivo– en el colchón de la cama. No se puede ser más incoherente; ahora entiendo el porqué de mi desordenada carrera artística. En cualquier caso, tengo una idea para que vuelvan los conciertos: aforos a tope, pero con entrada solo permitida a los que ya hayan pasado por la enfermedad (espero que Simón lo vea tan claro como yo). Si no funciona, la cosa está malita.
Desguace Café es mi proyecto más personal. Eso se dice siempre de los proyectos que no dan dinero. En ese sentido es muy muy personal. Y lo cierto es que hace tiempo que no sacamos a pasear las chaquetas, sobre todo porque nuestro otro proyecto, Ramonets, ha tenido mucha actividad (Roberto –el guitarrista– y yo estamos en los dos proyectos). Isa Terrible ha estado también a tope con la carrera de Bellas Artes. Con la nueva normalidad, los espectáculos de poco aforo parece que tendrán más sentido. Una vez vino una sola persona a vernos, o sea que yo creo que lo vamos a petar. No, ahora en serio, quizás sea un buen momento para ese tipo de propuestas, así que…, ¡a ensayar!
Hace un tiempo, después de más de 20 años grabando y produciendo a infinidad de grupos, decidiste cerrar tu estudio. ¿Echas de menos bajar al sótano, pasar horas escuchando y trabajando en las creaciones de otros músicos?
Lo cierto es que tengo sentimientos encontrados. Después de dos décadas en el estudio había muchas cosas que también empezaban a pesarme. Todo negocio que dependa de un alquiler tiene una parte de esclavitud. Ahora lo estaría pasando muy mal. Además, creo que no supe adaptarme, y los nuevos tiempos me pasaron por encima. La tecnología, los nuevos métodos de grabación…, todo eso me viene un poco grande. Para mí, grabar era un trabajo casi artesanal, preciosista y, en ese sentido, no sé si quiero estar al día. Te contaré una anécdota para que entiendas mi postura: cuando era jovencito, en casa de un amigo, este le preguntó a su padre “¿Papá, cuándo vamos a tener video (se refería al moderno VHS)?”, a lo que su padre le respondió “¿Qué te crees, que yo no lo quiero? Estoy esperando a que lo perfeccionen”. Pues el caso es que yo también he decidido esperar a que todo mejore… Aunque me temo que mi amigo se quedó sin video.
Por otro lado, echo muchísimo de menos estar implicado en el proceso de creación de tantas cosas interesantes. La ilusión con la que alguien entra en un estudio de grabación es una energía brutal, adictiva.
A través de las páginas de tus libros llegan vivencias, relatos, anécdotas de la València underground de los ochenta, de los noventa… Pasaban tantas cosas y se cuentan tan poco. Nuestra ciudad vive ajena, muchas veces, a una historia reciente plagada de nombres imprescindibles, de grupos y sonidos interesantes. ¿Crees que otros lugares han reivindicado más o mejor su cultura musical más alternativa?
En todas las épocas ocurren cosas interesantes, pero en esa época tuve la sensación de ser testigo del nacimiento de una independencia musical y artística, con sus nuevas normas estéticas e ingenuas formas de funcionar. Yo la viví con mucha intensidad, al igual que vivo mi presente. Pero el ejercicio de recordar me hace más risa. Soy capaz de reírme de mi yo pasado porque es como reírse de otro. De otro que no sea yo, nunca lo haría.
En cuanto a nuestra ciudad, creo que València ha sido muchas veces víctima de su extrema modernidad. Lo moderno suele existir a costa del rechazo al pasado reciente, y aquí hemos pecado un poco de reivindicar lo supermoderno riéndonos de lo moderno, y lo ultramoderno chafando a lo super… Yo tengo que confesar que soy megaultrasupermoderno. Mmm, espera… Ya no.
Marisa Giménez Soler
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