#MAKMAArte
‘Gijón, mar de letras’, de Daniel Mordzinski
Organiza: Fundación Municipal de Cultura de Gijón
Centro de Cultura Antiguo Instituto
Sala 2
Jovellanos 21, Gijón
Hasta el 25 de septiembre de 2022
Impelido, tal vez, por aquella virtud (la felicidad) que para Aristóteles orienta al ser a obrar para la consecución de sus fines, Daniel Mordzinski pasea su verbo cadencioso en consonancia con su estado de ánimo presente: «De la pandemia aprendí a conjugar el verbo disfrutar, el verbo vivir. Estoy menos acelerado, menos angustiado, como que lo importante no es tanto llegar como disfrutar cada momento del camino. Así que me encuentro en un momento dulce –reconoce– fruto de una noche de amor entre Gijón, la Semana Negra, la Feria del Libro, la literatura y la fotografía».
El fotoperiodista argentino, que cumple (casi) siempre con su retorno estival al norte de todas las canículas, sortea, por momentos, la liturgia devenida de la Leica con la que registra el veraneo noir del grupo de escritores, de muy heteróclito pelaje, que transitan –con su novelón sanguinolento bajo las axilas– los antiguos astilleros de la Semana Negra.
Y es que, en el envés urbano de aquellas atarazanas literarias, convulsiona un ‘Gijón, mar de letras‘ con el que el Centro de Cultura Antiguo Instituto sitúa en el epicentro del tiro la mirada angular de uno de los fotógrafos, tan eximios como imprescindibles, del retrato oceánico de la literatura contemporánea, compartiendo razones cualitativas con la obra de colegas (tan solo aventajados en lo cronológico) como Sara Facio, Annie Leibovitz o Vasco Szinetar.
Un trayecto expositivo que “no es tanto un recorrido por su obra, repleta de retratos que atisban la psicología, o la historia, de los protagonistas del encuadre, como una suerte de autobiografía del retratista. Autobiografía que desvela la pasión por la cámara y el amor por los seres humanos del que empuña el aparto”, rubrica el historietista y director de la Semana Negra de Gijón, Ángel de la Calle, en uno de los textos que secundan la narración sobre la que gravita la muestra.
Un fecundo autorretrato cuya orografía, profesional y sentimental, cobra morfología a través de las cuatrocientas instantáneas que configuran «una historia que comienza bajo la sombra de Borges en Buenos Aires, en 1978; una historia que me lleva a Gijón y a mis primeros años en la Semana Negra. Luego, a las catorce ediciones del Salón del Libro Iberoamericano, y que, por supuesto, recorre mis cuarenta y cuatro años de retratista literario para terminar en un homenaje, como no podía ser de otra manera, a Luis Sepúlveda», sintetiza Mordzinski.
Un tributo al escritor chileno –fallecido a causa de la covid-19 durante los albores del pandemia–, con quien habría de compartir, a lo largo y ancho de varias décadas, ubicuos testimonios, expediciones y proyectos, como aquella odisea sucesiva por las apaisadas arterias de la Patagonia que reposan, acaso como ‘Últimas noticias del Sur’, en ese cajón de la memoria en el que “se guardan los retales más valiosos de un luchador: versos de esperanza, libretas con poemas, huellas del compromiso, cartas de amor”.
Misivas henchidas de estrofas, aspiraciones y querencias tras las que descender, con la mirada a cuestas, a ese acerbo escenario de los que ya no están, pero con los que trascender el horizonte de sucesos para interpelar a quienes observamos del otro lado de aquellas hipersuperficies. Epidermis desde las que “Daniel, el Rusito, como lo llamamos los amigos, se mete bajo la piel, ocupa un lugar de honor en la casa, parte el pan en la mesa y prueba el vino que beberemos”, escribía Luis Sepúlveda, al calor insomne de un “extraño viaje por la Vía Cassia entre Roma y Siena, o en Moscú ateridos de frío”.
Insólitos periplos por el orbe de voraces lecturas que vienen a instituir los rasgos esenciales con los que el fotógrafo acomete el oficio y alimenta la ‘técnica Mordzinski’ del retrato, que “parte de la premisa del conocimiento de la obra del autor retratado”, revela el escritor y periodista granadino José Manuel Fajardo.
Una muy digna propedéutica que desvela los fundamentos con los que emprender, a golpe de “luz, sombra y respeto” (aseveraría Sepúlveda), el fecundo diálogo entre imágenes sobre los que departe ‘Gijón, mar de letras’, cuya naturaleza de formatos –fotografías enmarcadas, mosaicos, dameros y vinilos– se asoma, desde el tempo urbano, al desabrigo de cuanto convulsiona su íntimo mapa de afectos. «Creo que, al igual que hay ciudades para cada periodo de tu vida, también hay exposiciones para cada momento de ella. Porque exponer es exponerse, desnudarse, compartir lo que uno lleva dentro».
Un cosmos interior eviscerado por el ejercicio profesional que Daniel Mordzinski ha compartido, a base de recursos técnicos y proximidad confesional, durante el taller de fotografía que ha impartido a una veintena de jóvenes en el marco de la XXXV Semana Negra de Gijón y cuyo resultado forma ya legado expositivo de la muestra en el CCAI.
«Lo primero que les transmití a los chicos es que cuando vayan a retratar a alguien no se olviden de presentarse. La humildad es un rasgo fundamental de un artista. Yo mismo lo aprendí de mi abuelito, que era un inmigrante judío polaco que llegó grande a Argentina, que casi no aprendió español, pero que tenía esa sabiduría de las personas sensibles que habían vivido muchas cosas, y que estaba marcado por los golpes de la vida», rememora Mordzinski.
Contusiones exhumadas de la memoria como un hallazgo artístico con el comunicarse. Quizás porque “en su deambular frenético del lado de acá al de allá ha ido trazando las cartografías invisibles de un territorio que sabe de fronteras y en el que caben todas las lenguas, las historias se entrecruzan y el lenguaje deja de ser un mero código para revelarse como una extensión del alma”, ratifica en su texto el periodista y escritor Miguel Barrero, director de la Fundación Municipal de Cultura de Gijón.
Prolongaciones de la conciencia que emergen, ‘De rayuela en rayuela’, a través de la lúdica mirada de Cortázar. «La primera parte de la exposición reúne o resume (porque toda selección es incompleta, arbitraria, parcial) esa parte de cuarenta y cuatro años de retratos literarios. El día que cambió mi vida fue el día que retraté a Julio Cortázar. Y, en efecto, ‘Rayuela’ me enseñó a jugar con eso».
Por ello, tras los García Márquez, Borges, Sábato, Benedetti, Cela, Cabrera Infante o Claribel Alegría, «hay treinta y dos años de vida y de fotografía, y justo detrás de ese falso muro de García Márquez descubrimos y pintamos dos enormes rayuelas integradas en ochenta y cuatro fotografías. Quería jugar, inclusive, escenográficamente. Así que desde la tierra no se va el cielo (Cortázar sabrá disculparme), si no que se va al mar, en juego con el título de la exposición».
Un mar para cruzar, en comunión, ‘Las dos orillas’ literarias, hasta fundirse en un ‘Gijón en negro’ desde el que dar registro al ingenio hilarante de sus composiciones fotográficas. «El humor es un elemento muy importante en mi trabajo. Creo que el humor es un remedio, un bálsamo que ante situaciones extremas nos puede ayudar a sobrevivir. Y es una constante. Un humor respetuoso. Tal vez es este lado judío que tengo. El humor negro, la ironía”.
Ejercicios de causticidad que habitan en una cenagosa frontera con el ridículo que “a veces es invisible, y yo procuro no caer en él. Nunca he hecho trampas, así que si veo que me paso, obviamente no muestro la foto”, reconoce Mordzinski.
Un acto de contención que no debe ser óbice para proseguir alimentando su grácil universo de fotinskis, con las que ofrecernos un magisterio de encuadres y oportunidad alumbrados por la pericia de un tipo que sigue apelando al periodismo. «Yo reivindico en altavoz que me siento muy periodista. Y al periodismo le debo varias cosas»: la velocidad, esa capacidad adquirida para radiografiar el ambiente, la potencia visual de los espacios y la resolución inmediata de los cometidos («lo que no logras hacer en diez minutos tampoco lo conseguís en una hora»).
Pero, ante todo, la facultad de determinarse sobre aquello que pretende reflejar con su trabajo, sin dejarse «intimidar por nada ni por nadie». Así, sus retratados «pueden tener muchas estrellas, muchos premios o pueden tener muchas coronas, pero yo quiero hacerlo bien. Quiero hacerlo a mi manera».
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