Conflivium Benidormense, de Daniel Tejero
Galería Kessler Battaglia
Pasaje Giner, 2. Valencia
Hasta el 24 de noviembre
“La única manera de ser libres es a través del placer”. Pero un placer “en estado puro”; un placer “sin socializar”. Porque una vez “socializado” el placer, “se convierte en sexualidad”, que es “control social del placer”. He ahí, soldados los fragmentos de un discurso más amplio, lo que Daniel Tejero entiende por placer. Y lo que entiende, lo plasma. Es lo que hace en la galería Kessler Battaglia: trasladar la parte baja del Paseo Poniente de Benidorm, lugar de esporádicos encuentros sexuales o zona cruising, a la sala expositiva. Mediante una instalación de dibujos a grafito y una serie de condones en bronce, Tejero recrea el espacio público donde el placer dejó su huella subversiva.
Su intención no es otra que “naturalizar” esos espacios públicos; despojarlos del aire sórdido que suele conllevar la oscura práctica sexual, para quedarse con el placer libre de ataduras sociales. “El orgasmo es individual: lo vacío y lo lleno, aquello más personal”. Y para que la gente entienda su propuesta, ha dispuesto en Kessler Battaglia seis dibujos minuciosamente trabajados a grafito del muro, las escaleras, la caseta del vigilante de la playa, las tumbonas y el islote que conforman la orografía del placer obtenido en aquel instante y lugar. El conjunto de dibujos viene acompañado de preservativos usados, que la pericia del artista convierte en pequeñas piezas escultóricas realizadas en bronce.
SENSACIONES SUBVERSIVAS
No hay un más allá del principio del placer, por seguir a Freud, porque en la propuesta de Daniel Tejero no hay pulsión de muerte que valga. Lo suyo es el placer puro y duro; el placer como principio y final. Conflivium Benidormense, tal es el título de la exposición, es el trabajo de dos años de estudio y disección del ambiente que propició el orgasmo liberador, que Tejero promueve en su obra y como miembro del grupo de investigación “Figuras del Exceso y Políticas del Cuerpo” de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
“No pretendo moralizar, sino mostrar realidades”. Y las realidades mostradas tienen que ver con cierto rebufo sentimental, cierta huella dejada por el placer como depósito de una vivencia inabarcable. “No me interesa lo directo, sino las sensaciones pos orgasmo: lo subversivo que no se puede controlar”. Y para llegar a ello, Daniel Tejero no duda en volver a la academia, al dibujo, a la “figuración efectista”, con el fin de que su propuesta alcance “al máximo de gente”. Lo cual nos lleva a la paradoja del placer: un instante, un aquí y ahora, cuya manifestación artística requiere de horas, días, años de intenso trabajo.
LO TURBIO Y LO DIÁFANO
Nada entonces que ver con el placer consumista, ése contra el que su citado Pasolini arremetió por considerarlo alienante, fácilmente digerible y ajeno al inclemente mundo. Daniel Tejero, para mostrar el placer inherente a su Conflivium Benidormense, ha tenido que sacrificar horas de su tiempo; dejar la “cochinería” (sic) del placer aparcado y conducirse por los más “limpios” terrenos del arte. Lo turbio y lo diáfano dándose a tientas la mano. Como se dan la mano en la exposición los dibujos “no hiperrealistas”, pero sí “casi fotográficos”, algunos de ellos fragmentados (“como hace la pornografía con el cuerpo”), y el discurso en favor del placer como fin en sí mismo.
El sacrificio artístico de Daniel Tejero se ve así compensado por el placer del que se nutre. Más que sacralización del gozoso instante vivido, la más terrenal percepción de la vida animada por el continuo del flujo orgásmico: “Animar a que cada uno haga lo que le dé la gana”. Sin adoctrinamientos grupales, sociales o políticos. Un placer que campa a sus anchas en la obra de Tejero, aunque, eso sí, contenido en los márgenes de su minucioso trabajo. De nuevo el placer como principio y final, mas un placer cuya socialización última se advierte en la pulcritud de una obra limpiamente expuesta en la galería Kessler Battaglia. Porque el placer, a diferencia del instinto, está finalmente sujeto a los diferentes avatares de la cultura.
Salva Torres
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