Kor'sia

#MAKMAEscena
37º Festival Dansa València
‘Mont Ventoux’, del colectivo Kor’sia
Idea y dirección: Mattia Russo i Antonio de Rosa
Bailarines: Benoît Couchot, Angela Demattè, Samuel Dilkes, Emilie Leriche, Helena Olmedo, Andrew Scott, Dovydas Strimaitis, Ana Van Tendeloo y Edoardo Brovardi
Teatro Principal
Barcas 15, València
17 de abril de 2024

El Teatro Principal acoge al festival Dansa València, que viste sus mejores mudas para presentar ‘Mount Ventoux’, del colectivo Kor’sia, una pieza que llama a repensar nuestro presente como sociedad y plantea un futuro en el que sea posible un cambio que nos ilumine, como en el siglo XIV soñara Petrarca.

“La vida que llamamos bienaventurada está en un lugar elevado; es estrecho, según dicen, el camino que lleva a ella”. Esta frase, sacada de la misma carta que inspira la pieza, escrita por Petrarca en 1336, puede perfectamente resumir la razón por la cual la epístola supuso el arranque del Renacimiento. Para los creadores Mattia Russo y Antonio Rosa, la intención es retomar ese espíritu para que “la búsqueda en el pasado humanista dé respuestas a los conflictos actuales”

La grandeza, la impresión de estar contemplando algo único, el temblor y el miedo de que eso que está a unos pocos metros de ti pueda desbordarse y arrastrarte consigo, es una sensación muy específica que solo la pueden ocasionar las artes escénicas y, me atrevo a decir, las buenas.

Y así sucede en este ‘Mount Ventoux’ cuando sube el telón del Principal. Una sensación extraña, como si en realidad esa cortina escondiera una puerta espaciotemporal y nos encontráramos en un lugar (podría decir futuro, aunque no sé muy bien por qué) en medio de la naturaleza.

Escena de ‘Mont Ventoux’, de colectivo Kor’sia. Imagen cortesía de Dansa València.

La noche cerrada es movida por un intenso viento que mueve la niebla. El público se encuentra, sin embargo, en el interior de una casa y observa el espectáculo guarecido detrás de una gran cristalera. Y el espectáculo no solo es la noche, el viento y la niebla, que es suficientemente sugestivo, sino que el espectáculo son los cuerpos esbeltos de personas que vienen y van, que se adentran en la noche y regresan a observar, a descansar, y vuelven otra vez a sumergirse en la niebla.

Son momentos de paz, idílicos, un sueño reparador en la cumbre del planeta Tierra, aunque por momentos nos parezca estar presenciando un paisaje extraterrestre. La belleza de lo observado y la sensación de estar ante un suceso natural, geológico o meteorológico único, deja pegado a la silla esos primeros diez minutos.

El Mount Ventoux (Monte Ventoso) es un destacado macizo calcáreo de los Alpes provenzales, cumbre despojada, muy blanca, sobre la que sopla el mistral. Es famoso por ser una de las etapas del Tour de Francia y por la carta que Francesco Petrarca le mandó a su amigo Dionisio da Borgo San Sepolcro. En ella describía su subida al monte alrededor del año 1336, lo que supuso el nacimiento del alpinismo y de la literatura sobre paisajismo y a la que muchos atribuyen el arranque del Renacimiento.

Escena de ‘Mont Ventoux’, de colectivo Kor’sia. Imagen cortesía de Dansa València.

Petrarca va acompañado de su hermano, de dos criados y de las ‘Confesiones’ de San Agustín, lo que hace que la mirada que va dirigida en principio al paisaje externo, también se dirijan hacia el paisaje de su interior. En la cima, lee el poeta a su hermano: “Y van los hombres a admirar las cumbres de las montañas y las enormes olas del mar y los amplísimos cursos de los ríos y la inmensidad del océano y las órbitas de las estrellas, y se olvidan de sí mismos”.

Nosotros estábamos contemplando el vaivén de la niebla y los cuerpos juveniles. El espacio sonoro (Alejandro da Rocha) es un sostenido en el que se despuntan unos violines. El tiempo transcurre, pero está detenido. A continuación, sucede algo que nos saca de nuestro complacido aletargamiento. El marco que nos sirve de ventanal comienza a moverse. Tras él, un telón pintado desciende y nos muestra la cima de una montaña.

Todo ha sido una ilusión y, sin saber cómo ni por qué, unas cortinas se cierran al otro lado del cristal y nosotros nos hemos quedado fuera, en la calle de una ciudad. Un operario con una escalera dentro del escaparate (alguien querrá ver la escala de Jacob) y la gente que camina por la calle, la luz de una farola, todo nos hace quedarnos fuera, a la intemperie, expuestos a los peligros que promete la ciudad de madrugada. Los transeúntes ya no son esos cuerpos semidesnudos del principio que se mueven como en una narcosis. Ahora caminan con rapidez, tiene prisa, no les importa lo que hay a su alrededor.

Escena de ‘Mont Ventoux’, de colectivo Kor’sia. Imagen cortesía de Dansa València.

La escenografía, firmada por Amber Vandenhoeck en colaboración con Mattia Russo y Antonio de Rosa/Kor’sia, es un mecanismo que juega con nuestra percepción, que tiende a burlar lo que el ojo ha querido reconocer y que da unas posibilidades a los intérpretes que son explotadas al máximo. El afuera y el adentro es un juego constante, la reduplicación, la apariencia de realidad mezclada con las impresiones psicológicas más subjetivas.

Mattia Russo y Antonio de Rosa, con la dramaturgia de Agnés López-Río, componen el colectivo Kor’sia, premio Fedora-Van Cleef & Arpels 2023. Con esta obra pretenden contar la metáfora a todo el esfuerzo y dedicación que conlleva subir una montaña. Para ello, se nutren de las experiencias más inmediatas de la música, la moda, la arquitectura y el arte vanguardista, los viajes o las exposiciones.

Como asegura la compañía, “para el colectivo Kor’sia, las artes y en concreto las artes del movimiento, como su competencia, son las únicas representaciones que consiguen transmitir al mundo humano, todo lo creado por nuestras sociedades: tradición, sociedad, cultura…, de alguna manera que ninguna otra habilidad cognitiva logra”.

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Al concluir ese segundo acto en el que nos hemos visto de patitas en la calle, vuelve a darse el proceso inverso y el mecanismo vuelve al primer acto. Lo que sucede es que el telón pintado con la montaña, en lugar de subir y desaparecer, baja y deja ver sus cuerdas y poleas. Tras él, vuelve la niebla del principio, pero algo ha cambiado: no se puede seguir siendo tan inocente ni ingenuo, el asunto no es tan sencillo como pasear y contemplar. Hay algo más y ahora es imposible no verlo.

Entonces, por unos instantes, el marco de la cristalera se convierte en los fotogramas de una película. Los cuerpos, ahora solo siluetas, se acompasan. Hay que trabajar al unísono si queremos conseguirlo, hay que encontrar la armonía entre todos si de verdad merece la pena seguir adelante. Y, como colofón, un solo que deshace la grandilocuencia y nos devuelve a lo sencillo, al individuo, a lo mínimo y necesario.

Una puesta de gala para el festival Dansa València que afronta así la segunda mitad de la semana, cargada de experiencias únicas y momentos que quedarán con toda seguridad en algún rincón de la memoria del espectador y le abrirá la puerta a nuevos mundos.

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