Danzas Románticas. Montdutor. Dansa València

#MAKMAEscena
‘Danzas Románticas’
Montdedutor – Guillem Mont de Palol / Jorge Dutor
Dirección: Guillem Mont de Palol y Jorge Dutor
Interpretación: Guillem Mont de Palol y Pau Caselles
Una coproducción de Antic Teatre Barcelona, Mercat de les Flors y Centro Cultural Condeduque
Espai Inestable
Aparisi y Guijarro 7, València
38º Dansa València
11 de abril de 2025

Dentro de la tercera jornada de Dansa València, nos metemos en estas ‘Danzas Románticas’ dispuestos a convertirnos en corps de ballet. Estamos ante un artefacto escénico que utilizará el intercambio de roles, la cercanía total y los 360 grados del espacio como mecanismo para llevar el ballet al plano de la denuncia: el amor romántico sigue perpetuando relaciones absolutas de dependencia.

Al entrar en la Inestable vemos que la gente está ansiosa, que la sala rebosa de esa sustancia amorfa y hermosa llamada público. Nos dicen que dejemos nuestras pertenencias en la entrada. Pau Caselles nos indica: déjense llevar por esta experiencia inmersiva, ritual, escape room o constelación familiar. Un poco más adelante nos damos cuenta del porqué.

Un voz a mi lado dice: “Nunca había visto la Inestable así…, ni siquiera en Halloween”. Y es que los que nos encontramos tras el inicial discurso es una serie de tarimas con guirnaldas de tela y luz muy al estilo del Día de los Muertos.

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Entre lo kitsch y lo infantil, la verdadera obra comienza cuando Guillem Mont de Palol empieza a colocar a la gente con un gesto mínimo. Reconfortados, buscamos unas tarimas al fondo y tomamos asiento. Pero esto va a durar poco porque, al comenzar la música, los intérpretes y creadores de Montdedutor empiezan a crear extraños coros tomando de la mano a espectadores al azar.

La traslación de roll se produce de una manera automática y natural. El mimo tiende la mano a una persona del público, esta se levanta y, al ocupar el espacio escénico, todo se invierte. Aquí se desarrolla una doble percepción de la persona que queda en la grada: por una parte, ve como el espectáculo lo están formando los propios espectadores, y, por otra parte, comienza a cundir el temor, o el deseo, de ser también víctima de este trasvase.

Todas pasamos por el trance. Ha habido grupos que han desaparecido detrás de las guirnaldas haciendo una coreografía improvisada; de pronto, hay gente que tiene gorros o espadas de cartón amarillo. Algunos se sientan aquí y allá, aguantando una pose de ballet. Es imposible no sonreír, no sentirse un poco ridículo y, también, en el fondo de tu ser, estar deseando ser la elegida.

El teatro debería ser esto: todas las emociones latiendo en la garganta, una experiencia que no pueden sustituir ni Netflix ni un videojuego. Yo mismo, que como creador me considero que hago un teatro de la imagen, reconozco la superioridad de este tipo de experiencias cada vez que las sufro (bueno, solamente cuando están bien hechas). Y, en este caso, es cierto que lo imprevisible está desempeñando un papel con una potencia sin límites. Montdedutor no te permite acostumbrarte a la situación porque vas a estar moviéndote hasta el último segundo.

Pero, un momento, que esto va de Giselle y de los ballets románticos. La ópera ‘Giselle’ narra la historia de una campesina que se enamora de un príncipe disfrazado, quien la engaña. Después de descubrir la verdad, la joven cae en la locura y muere, transformándose en una Willis o espíritu del bosque, que atormenta a los hombres. En el segundo acto, el príncipe busca reconciliación con ella y, gracias a su amor, logra escapar de la maldición de las Willis. Y será Guillem quien ejecute la fábula con ayuda de improvisados intérpretes anónimos que ya so saben qué esperar.

Danzas Románticas. Montdedutor. Dansa València
‘Danzas Románticas’, de Montdedutor. Imagen cortesía de Dansa València.

Durante la obra (por llamarla de alguna manera), hay irreverencia, hay profundidad, el público se mueve por todo el espacio, va buscando sitio a merced de la sutilidad o el atrevimiento de Guillem. Todo el mundo está implicado, cada individuo es protagonista en algún momento con su cuerpo, siempre desde los límites que marca el respeto.

Cuando, como creador escénico, te pones a imaginar cómo se va a comportar un grupo de individuos que forman esa masa llamada público, surgen dudas y casi siempre se falla. Solo a través de la experiencia, la prueba y la corrección se consigue aprender cuál es el comportamiento de este animal de cien culos. Y Montdedutor sabe cómo manejarlo con maestría.

Uno de los momentos más bellos es cuando irrumpe Pau Caselles (que se ha mantenido quieto durante la mayor parte de la pieza) con la flauta travesera. El bosque y los faunos brotan de pronto. La melodía en constante variación me hace pensar en aquel tiempo en el que la música solo podía crearse cuando alguien tocaba un instrumento, cuando el populacho no estaba acostumbrado a oír música en su día a día.

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Esa música emitida por un tubo de metal y unos pulmones parece estar invocando a algo superior, como si, de pronto, tuviéramos contacto directo con la mente que rige el universo. Me encuentro en las noches de Dionisos y me encojo al ver cómo la tierra y el cielo son una columna que se pierde más allá de donde la vista alcanza.

Hubiera sido el final perfecto, pero en esta pieza infinita todavía existe un giro más. En el puente colgante que es el control técnico, hay un trío entre los que está el propio Jorge Dutor, que toca una canción de Amaral. La obra es un animal que trepa a las copas de los árboles y que desciende para chapotear en el barro.

Cuando pienso en hacer una nueva pieza, me pregunto para qué hago teatro, danza, artes vivas u otra manifestación en la que se requiera la presencia de personas. La respuesta que me sirve es la de unir el cielo con el suelo. Es una respuesta que me da paz. Montdedutor lo logra a través de la sencillez y la honestidad. Y el animal público se lleva consigo un pequeño tesoro que, sin saberlo, le acompañará hasta el final sus días.