#MAKMAArtistas #MAKMAOpinión | La soledad de los artistas
Henry Darger, Edward Hopper y Andy Warhol
¿Qué mueve, en el fondo, a un artista marginado a crear su siguiente obra? ¿Qué defectos posee? ¿Qué tipo de rasgos se esconden detrás de una personalidad “dentro del estándar”?
Inspirada por el ensayo de Olivia Laing, ‘La Ciudad Solitaria‘, me adentré en una investigación exhaustiva sobre la soledad latente que mueve a los artistas marginados. La idea era diseñar una serie de personajes basados en personalidades tratadas en el libro que han sido víctimas de la soledad a lo largo de su vida. Cuidado, por “marginados” nos referimos a personalidades muy famosas, en algunos casos, pero que no encajaban dentro de los estereotipos sociales que imperaban dentro del mundo del arte en ese momento.
Partí de la caracterización de 10 personajes creados para una posterior novela visual y de un análisis previo del ensayo de Laing, que recopila vida y obra de estas importantes personalidades del mundo del arte y realiza un estudio exhaustivo de la soledad, en todos sus ámbitos, y distintas maneras de expresarla y resolverla, basados en las experiencias y personalidad de estas cinco personas.
El proceso fue largo y exhaustivo, pero simple: se recopiló vida y obra de cada uno de ellos en un documento de 40 páginas, aproximadamente. Posteriormente, se realizó una serie de bocetos sobre cómo podría ser el concepto para cada personaje y se les dio un nombre. Por último, se trabajó en el boceto digital, y se estudiaron las distintas posibilidades para la paleta de color de cada uno, entre otras.
A continuación, veremos un análisis de la persona, diseños conclusos y sus referentes (tantos visuales como en la persona que se han inspirado) de tres personajes:
El ensayo de Laing nos habla de la vida de Henry Darger, nacido en Chicago en 1892. Si buscamos su nombre en Internet saltarán dos cosas a la vista: primero, su arte en sí ha sido catalogado como marginal y, segundo, no encontraremos demasiada información personal sobre él. A duras penas conseguimos una foto ya en su estado de vejez. ¿Por qué? En sus 81 años de vida, Darger no tuvo ningún tipo de lazo afectivo, al menos no ninguno duradero. Su vida es un misterio, vivió a la sombra de todo y todos.
Su obra es conocida hoy gracias a su casero, quien, dispuesto a desvalijar el apartamento de Henry luego de su muerte, desenterró un tesoro artístico inconmensurable. Darger había dedicado toda su vida a recrear un mundo de fantasía recopilado en nada más y nada menos que 15.000 páginas, aproximadamente. Libros autobiográficos, cuadros de una calidad exquisita, ilustraciones. Debido a la connotación de su obra, muchos medios y críticos lo tacharon de psicópata, pedófilo, entre otras barbaridades. Pero, si analizamos, hay más detrás. Siempre hay más.
Laing continúa su hilo introduciéndonos a Edward Hopper, el reconocido pintor de la soledad por excelencia. En palabras de la autora, “sus cuadros reproducen una de las experiencias centrales de la soledad: cómo la sensación de separación, de estar rodeado por un muro o encerrado, se mezcla con una sensación de vulnerabilidad casi insoportable”.
Y es que, si tuviéramos que definir al solitario por experiencia, la primera palabra por la que partir sería “vulnerable”. Hopper poseía, por así decirlo, un terror enorme a la palabra. Aspecto que se contradecía con la voluntad de hablar de su pareja, Josephine Nivison. Me es imposible hablar de Edward sin nombrar a Josephine. La dinámica de esta pareja era más bien percibida como una lucha entre dos rivales. Edward dedicó todo su ingenio a suprimir el arte de su esposa, sin embargo, esta tomó las riendas de la carrera de su marido y se convirtió en su manager.
Las entrevistas con Hopper eran incómodas. Sus respuestas eran cortas, secas, poco elaboradas. Ahí es donde entraba Josephine. También servía de modelo a los cuadros de su marido. En el fondo, y a su manera, la pareja funcionaba y se quería. Pero, ¿por qué su comunicación era tan nula, al punto de acabar ambos en el suelo, enredados, como dos gatos, peleando? Según Laing, “la soledad, en su forma más pura, es de tal naturaleza que quien la sufre no puede expresarla. Como sucede con otras experiencias emocionales inefables, puede compartirse a través de la empatía. Podría ocurrir que la empatía del interlocutor se bloquee por la angustia que le causan los efluvios de la soledad de la otra persona”.
El último personaje de mi selección es Andy Warhol. Su biografía me resultó abrumadora, no por sus traumas, que le llevaron a vivir una en el aislamiento, sino más bien por sus mecanismos de defensa. Esa lucha constante y esa fachada milimétricamente calculada que le servía de coraza ante la sociedad.
Warhol, ese muchacho desgarbado, afeminado, de nariz bulbosa, incapaz de mantener una conversación, reticente a la palabra y probablemente disléxico (al menos así es como él se veía), se dedicó a realzar sus defectos, en vez de ocultarlos. Se colocó una peluca y ¿la sociedad creía que sus manierismos eran afeminados? Pues él los acentuaría aún más.
Adoraba las máquinas, y sus métodos artísticos buscaban constantemente asemejarse al proceso de trabajo de una. La llegada al mundo de la videocámara le fascinó. Ahora podría mirar el mundo detrás de una lente, detrás de una pantalla donde nadie le haría preguntas ni le cuestionaría, donde podría permanecer callado, observar y crear sus películas. Un artista que, en un primer vistazo, nos puede parecer extravagante y superficial, pero, sin duda, si miramos un poco más allá, veremos que no es más que otra mente vulnerable y atormentada por los efluvios de la soledad.
- Darger, Hopper, Warhol y la soledad de los artistas - 24 febrero, 2021