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‘Saben aquell’
Entrevista a David Trueba
Reparto: David Verdaguer, Carolina Yuste, Marina Salas, Pedro Casablanc, Ramón Fontserè
Cines Kinépolis
Av. Francisco Tomàs i Valiente s/n, València
Estreno: 1 de noviembre de 2023
No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi a Eugenio en televisión. Lo que sí recordaba, porque sería inolvidable para aquellos niños y jóvenes de la generación de los 70 y 80, era su vestimenta negra, su mirada seria, escrutadora, su porte rígido y aquella voz nasal que se clavó en nuestro recuerdo para el resto de nuestras vidas. Es verdad que, como ha comentado el protagonista de esta entrevista, Eugenio era un humorista diferente al resto de las figuras (Gila, Mariano Ozores, etc.) que, por entonces, reinaban en aquella televisión que solo tenía dos canales.
De alguna manera, quizá engañados por su indumentaria, su humor nos parecía más “inteligente” que el de otros. Quizá no lo fuera tanto, pero lo que sí es cierto es que, por lo menos, era menos burdo, menos soez y, de alguna manera, algo más sofisticado al apelar a un espectador participante que, más allá del giro final de la anécdota, se deslizaba en el propio recorrido del relato, teniendo que completar los huecos entre frases, esforzándose por dar sentido al aparente absurdo.
David Trueba estrena este miércoles ‘Saben aquell’, su último trabajo para la gran pantalla, en el que aborda una etapa de la vida del cómico, desde su anonimato, cuando trabajaba como joyero en la Barcelona de aquel tardo franquismo de mediados de los sesenta, hasta su salto al estrellato en todo el país.
Eugenio es un joven tímido que ensaya, en la iglesia, la ceremonia de su próxima boda. Todo parece encarrilado, pero el encuentro casual con otra chica, Conchita Alcaide, dará al traste con sus planes. De carácter abierto y mucho más empático, Conchita atraerá a Eugenio al mundo de la canción y ambos acabarán fundando un grupo musical, ‘Los dos’, próximo a las tendencias de aquella nova cançó catalana que surgía en la época. Un día, la casualidad, lo llevará a contar algunos chistes en el escenario. Y ahí empieza la leyenda.
¿Por qué te interesas por un personaje como Eugenio precisamente ahora? ¿Qué es lo que te animó a abordar este proyecto?
Es un accidente. Esta es una película que habla mucho de los accidentes. Accidentes que llevaron a Eugenio a pasar de un taller de joyería a hacerse cantante, de cantante a humorista, y todo accidentalmente. Pues bien, el primer accidente de todos es por qué hago yo la película.
A mí me ofrecen la posibilidad de hacer una película sobre Eugenio y digo que no porque no soy muy seguidor de los biopics, entre otras cosas porque me parece que, muchas veces, se cuelgan del personaje conocido, pero no hay una película detrás. Solo cuando insisten y me vuelven a insistir y me dicen, “puedes tirar a la basura todo el trabajo que hay hecho y hacer la propuesta que quieras”, nace el deseo de saber qué hay detrás de ese personaje.
Porque hay algo de enigma en él. Pese a dedicarse al humor, Eugenio era una persona de una cierta oscuridad. El personaje que él inventa para contar los chistes era un personaje en las antípodas del cómico al uso. Y ahí voy descubriendo que eso responde a una peripecia íntima muy curiosa. Entonces, me encuentro con ese personaje de Conchita, que hace que la película tenga sentido porque la convierte en una historia de dos, en una historia de pareja, en una historia de amor, de renuncia y de sacrificio.
Esa idea de enigma queda sugerida desde el principio de la película. Vemos esa imagen de Eugenio de espaldas, esperando para salir a un escenario, como si se resistiera a mostrarse. Luego, aparece la mano misteriosa de Conchita, que lo toca por detrás, para obligarle, precisamente, a dirigirse al espectador. Es casi un interrogante.
Sí, es como entrar en otra dimensión de ese personaje que ya conoces, para atravesarlo.
Por lo que ahora se sabe, la vida de Eugenio fue bastante trágica, sobre todo, tras la muerte de Conchita, su primera mujer. Tú, en cambio, escoges contar justo su etapa anterior, antes de que comience esa caída personal [a pesar de su éxito, Eugenio acabaría con problemas económicos y de drogadicción]
Si te fijas, lo que hago realmente es hacer una película que va desde el día en el que conoce a Conchita, al día que deja de estar a su lado. Es ella la que marca el tiempo de la película. No es que yo haya decidido ir de aquí a aquí, sino que, igual que el dúo de música que montan, se llama ‘Los dos’, la película es sobre ellos dos y, por lo tanto, solo cuando están los dos, hay película.
Como espectador, tienes que intuir todo lo que hay antes, y queda sugerido lo que va a venir después. Para mí, Conchita es la mujer que sujetaba a Eugenio sobre esa agua difícil de esa piscina imposible que es el mundo del espectáculo e, incluso, la vida cotidiana, la vida real. Yo creo que hay un antes y un después en su vida. Ese fragmento de vida que viven juntos es lo más parecido a la felicidad que él va a tener.
La película tiene un cierto tono melancólico, quizá nostálgico. Yo veo en parte de tu cine un algo de nostalgia de una época. Aunque tus personajes no sean directamente generacionales, sí forman parte del paisaje de tu generación.
Melancolía, sí. Nostalgia, no estoy tan seguro. No soy una de esas personas que piensan que antes todo era mejor. Lo que sí pienso es que las personas, cuando avanzan, pierden algo para siempre. Nos hacemos mayores, desaparecen nuestros padres, perdemos nuestro entorno, la protección de nuestra casa, etc. Desde mi primera película, el transcurso del tiempo es el gran tema. También de mis novelas.
Ahí puede haber un elemento de melancolía, en el sentido de que avanzar, es perder. Es decir, ganas cosas nuevas, que aparecen, pero también dejas otras atrás. Pero, nostalgia, no he tenido nunca. No soy una persona que piense que el tiempo de mi infancia fue mejor que el tiempo actual, al revés. Lo que pasa es que es un tiempo irrepetible en el que tenías seis, diez o doce años, o es el tiempo de tu primer amor, de tu primer trabajo, etc. Eso es irrepetible, pero no tanto el contexto.
Es más, creo que lo bonito es decirle a la gente que ahora también es el momento para que hagan cosas, para vivir cosas, que lo peor que les puede pasar es que les convenzan de que hoy es un tiempo de nada, un tiempo de transición. El tiempo de transición no existe.
Yo crecí en tiempo de la Transición. Todo el mundo estaba pendiente de qué iba a pasar, qué iba a ocurrir, hacia dónde iba el país, pero las personas no estábamos en transición, las personas estábamos viviendo nuestra vida. No hay que dejarse arrastrar por el contexto social y político. Creo que todos tenemos que tener nuestro proyecto vital, aunque sea discordante del momento histórico.
¿Por qué escoges a David Verdaguer para el papel Eugenio? Más allá de la imitación pura y dura del personaje, lo difícil supongo que fue rellenar los huecos vitales para construir un personaje que tuviera cuerpo y alma. ¿Cómo fue el trabajo con él en ese sentido?
David llegó a obsesionarse un poco con los chistes y con cogerle el tono al personaje. En ese sentido, en un momento dado, yo le dije: “No te equivoques, eso es una parte mínima de la película”. La parte inescrutable es qué vamos a hacer con este personaje en su vida íntima. Es ahí donde empieza lo que yo llamo el territorio desconocido para el espectador.
Ahí es donde tienes que hacer el personaje, y encontrar ese personaje consiste exactamente en lo mismo que en cualquier otra película de ficción: es encontrar las claves para dar con el alma de ese personaje, cuáles son sus fuerzas internas, cómo es su vida íntima, dentro de sí. Ahí el arte de la imitación no cabe, debe haber un arte de interpretación.
Y él lo entendió muy rápido. David es un actor muy inteligente, tenía muchas ganas de trabajar con él. Me habían gustado cosas que había hecho, nos conocíamos muy levemente, pero al trabajar con él me he dado cuenta de que es mejor de lo que pensaba. Es alguien con mi mismo sentido del humor, muy concienzudo a la hora de trabajar; se hizo fácil ir en la misma dirección.
¿Y con Carolina Yuste? El personaje de Conchita aún es menos conocido.
Con Carolina fue más sencillo porque Conchita no es un personaje del que los espectadores tengan una imagen concreta. Conchita era una gran desconocida. Al mismo tiempo, podíamos caer en la tentación de juzgarla desde fuera. Es decir, es una mujer que se ha sacrificado, que ha perdido su lugar en favor del marido, que se ha dedicado más a la casa y a los hijos, perdiendo esa pulsión que tenía de ser cantante.
Lo que yo le decía a Carolina era: juzguémosla en la medida en que es una mujer de su tiempo, una mujer que ha conseguido lo que quería sin hacer ruido, sin llamar la atención. No debemos tener ninguna superioridad sobre ella. A Carolina le decía que estamos homenajeando a su abuela, a mi madre, a esas mujeres que se realizaron a través de sus hijos, a través de sus maridos, y tuvieron que renunciar a todo, simplemente, porque la sociedad que les tocó no les permitía tener, en muchas ocasiones, el protagonismo externo.
¿Cómo crees que se vería hoy, en este presente de la cancelación, el humor de Eugenio? ¿Crees que habría sobrevivido?
Sí, yo creo que habría sobrevivido. De hecho, está bastante vivo. Me sorprende que sus videos tengan muchas visitas, hay mucha gente que lo cita, que usa algún chiste de él para concluir alguna situación conflictiva, por ejemplo. Yo creo que todos los españoles se identifican con ese chiste de aquel tipo que decía aquello de: “Señor, dame paciencia… pero dámela ¡ya!”
Esa es una definición de cualquier época y tiempo. Seguramente, habría habido variaciones, pero, hurgando en sus miles de chistes, una cosa que me llamó la atención es que no encontré muchos que fueran declaradamente machistas. Eugenio no hacía un humor que se burlara de los defectos de las personas, no hacía humor contra los homosexuales, contra la mujer ni contra otras razas. El de Eugenio casi siempre era un humor del ridículo de la dificultad de la convivencia, del absurdo de la sociedad.
A veces era naif, a veces tenía mucha intención, en unas ocasiones era muy blanco, en otras era muy negro… Era un humorista bastante amplio, pero te aseguro que no he encontrado muchos chistes de esos que dijera: este no lo puedo poner. Al revés, si no he puesto algunos chistes es porque eran malos. Y algunos, aun siendo malos, los he incluido porque definen a un humorista. Ese chiste con el que nadie se ríe y tú lo sigues contando. ¿Por qué?
No me había dado cuenta, pero viendo la película y recordando algunos de esos chistes, me he percatado de que era un humor muy surrealista.
Mucho más de lo que se recuerda, ¿verdad? Sí, a veces era completamente surreal, tiene soluciones absurdas. Tiene también mucho juego de palabras. Eugenio jugaba con el doble sentido de muchas palabras. Por eso te digo que es un humorista que habría encontrado el hueco, estoy seguro. Pertenece a esa raza de gente que inventa un personaje y, por lo tanto, en un tiempo distinto habría sabido moldear a ese personaje para que funcionara en ese tiempo distinto.
Viendo la película, me ha llamado la atención la relación que tenía Eugenio con lo popular. Tengo la impresión que en el cine hemos perdido esa relación con lo popular.
Ah, eso me encanta. El otro día un amigo salió de ver la película, me llamó y me dijo: has hecho una película de cine popular, de esas que ya no se hacen, que no se pueden hacer. Es decir, ahora se hace un cine que busca descaradamente al público de una manera casi vergonzosa, y otro completamente alejado, que solo lo puede entender o disfrutar los entendidos.
Yo no he sido una persona especialmente elitista en mis gustos. Siempre he pensado que, si había algo que me gustaba del cine y de la literatura, es que eran artes populares. Eso sí, cuando acertabas. Cuando Billy Wilder hace ‘El apartamento’ o ‘Con faldas y a lo loco’, acierta porque conmueve a mucha gente, hace reír a mucha gente. El intento de salida es ir a buscarlos, pero no a cualquier precio, sin renunciar a una cierta categoría artística, y contando, además, una historia que te llene, que te intrigue, que te interese contar. Ahí, en ese sitio, es donde he aprendido de mis maestros.
Yo siempre digo que a mí la persona que me abrió los ojos al cine fue Buster Keaton. Y Buster Keaton es un cineasta totalmente popular. En el tiempo del cine mudo, lo que buscaba era un público popular, pero nunca renunció a ser un inventor del cine, un creador tan sofisticado que, a día de hoy, sigue siendo recordado.
Yo soy una persona popular, me gusta la gente, tengo curiosidad por la gente y quiero hacer películas para la gente. Unas veces no vienen porque no hay espacio para ellos, porque la película no tiene distribución, pero, en todas mis películas, siempre hay una pulsión popular de hablarle a la gente. De hablarle igual a un catedrático de universidad que al bedel de esa misma universidad. Para mí, esos dos espectadores, son lo mismo.
Tengo la impresión de que hubo un momento en el que había una conexión entre un espectador de un tiempo, y el tiempo anterior, el de sus padres.
Un vínculo, sí.
Yo creo que esa conexión se ha perdido. Recuperar este tipo de personajes, ¿podría ayudar a recuperar, a su vez, ese vínculo o conexión?
Es muy interesante. Una cosa que le preocupa a la gente es esa sensación de que en la época actual no hay espacio para el pasado. Es una época que tiene un presente tan apabullante y tan masivo que la mirada al pasado se ha perdido con respecto a las generaciones anteriores que, pese a estar viviendo su presente, tenían una mirada muy generosa hacia el pasado. Yo creo que ese vínculo no está perdido del todo, pero está en peligro, sí.
Es como si viviéramos en un tiempo que no existió antes, simplemente, porque la tecnología que tenemos actualmente nos hace creer que todo lo anterior es inválido porque no estaba hecho al servicio de esa misma tecnología. Pero algo cambiará, porque la tecnología es todavía novedosa, tiene muy poco tiempo. Todas las entradas de nuevas tecnologías, incluido el cine, el automóvil, el avión, etc., generaron esa sensación de que “esto acaba con todo lo anterior”. Pero la verdad es que no.
El teatro sobrevivió al cine, la música sobrevivió al gramófono, el viaje a pie sobrevivió al avión y al coche… Esto de ahora tampoco va a ser una ruptura. Cuando todo esto se asiente, veremos cómo el pasado vuelve a aflorar porque el vínculo no se pierde. Yo creo que, aunque las cosas no se hayan hecho para esa tecnología, llegará un momento en el que nos demos cuenta de que la tecnología es solo la carcasa de un tiempo, y que hay cosas mucho más esenciales y que son el contenido de ese tiempo.
Me refería también a la parte cultural. A eso de arrastrar elementos del pasado en la siguiente generación.
Eso es una cosa que me planteo mucho. Creo que hay muy pocos iconos del pasado presentes para los jóvenes. Pero están ahí y, al final, acaban por reaparecer. Al final, la vida es un filtro y solo va pasando lo que deja más poso. Obviamente, se sacrifican muchas cosas del pasado, pero algunas sí que calan, sí que pasan.
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