Alien. Ripley

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‘Alien, el octavo pasajero’, de Ridley Scott
Guion: Dan O’Bannon, Ronald Shusett
Música original: Jerry Goldsmith
Con Sigourney Weaver, Tom Skerritt y John Hurt, entre otros
117′, Estados Unidos, 1979

¿A qué llamamos personaje histórico? Depende de qué entendamos por tal, Juana de Arco lo fue, Napoleón lo fue, Benito Mussolini lo fue, etcétera. Esos sujetos tuvieron existencia real, nacieron, vivieron y finalmente murieron. De ellos quedan restos y vestigios documentales y sus figuras han sido rememoradas por una colectividad posterior.

Ahora bien, ¿es Madame Bovary un personaje histórico? No tuvo existencia material si por tal cosa entendemos un ser vivo. Pero es un personaje histórico en el sentido de que fue alumbrado: vivió en el mundo sublunar hasta su temprano fallecimiento como consecuencia de su suicido. Que el mundo al que perteneció fuera el novelesco, un espacio de ficción narrativa, luego multiplicado en otras artes, no le resta presencia.

Bovary es, por decirlo con Georges Steiner, una presencia real: una figura que ha tenido enorme influencia entre seres humanos que fueron sus contemporáneos del siglo XIX y entre otros de sucesivas generaciones que leyeron y aún leen ‘Madame Bovary’ (1857), de Gustave Flaubert. Somos sus epígonos…

Dice Mario Vargas Llosa en ‘La orgía perpetua‘ (1975):

“Un puñado de personajes literarios han marcado mi vida de manera más durable que buena parte de los seres de carne y hueso que he conocido. Aunque es verdad que cuando personajes de ficción y seres humanos son presente, contacto directo, la realidad de estos últimos prevalece sobre la de aquéllos –nada tiene tanta vida como el cuerpo que se puede ver, palpar–, la diferencia desaparece cuando ambos tornan a ser pasado, recuerdo, y con ventaja considerable para los primeros sobre los segundos, cuya delicuescencia en la memoria es sin remedio, en tanto que el personaje literario puede ser resucitado indefinidamente, con el mínimo esfuerzo de abrir las páginas del libro y detenerse en las líneas adecuadas”.

“En ese círculo heterogéneo y cosmopolita –prosigue–, pandilla de fantasmas amigos que se renueva según las épocas y el humor (…), ninguno más persistente y con el cual haya tenido una relación más claramente pasional que Emma Bovary”.

Podría parafrasear a Vargas Llosa. Un puñado de personajes literarios, cinematográficos, etcétera, han marcado mi vida de manera más perdurable que buena parte de los seres de carne y hueso que he conocido. ¿Por qué razón? Porque la vida de cada uno de nosotros se ve afectada no solo por las relaciones que mantenemos con otros seres humanos que nos son contemporáneos. Se ve hondamente afectada también por antepasados a quienes nos hemos conocido y de los que poco o nada sabemos. Y se ve marcadamente condicionada por seres de ficción con los que hemos convivido y sobre los que hemos hecho inversiones pasionales, según decía Umberto Eco.

Entre estos personajes de ficción que me han afectado hondamente y con los que he convivido fantasiosamente están Emma Bovary, sin duda, y también Ellen Ripley. Devolvámosle a Ripley su presencia real, su carnalidad, a partir de lo que de ella sabemos por los cuatro filmes que ha protagonizado: ‘Alien’ (1979), de Ridley Scott; ‘Aliens’ (1986), de James Cameron; ‘Alien 3’ (1992), David Fincher; y ‘Alien. Resurrection’ (1997), Jean-Pierre Jeunet.

Sigourney Weaver como Ripley en 'Alien, el octavo pasajero'.
Sigourney Weaver como Ripley en ‘Alien, el octavo pasajero’.

Como espectador, he podido constatar que Ripley ha ido sumando distintas edades, ha ido madurando. Sigourney Weaver, que es quien la interpreta en esas películas, pasará de ser una joven de 30 años a presentarse como una persona madura de 48. De ser una muchacha con la cara rellena y aún aniñada a resultar finalmente una mujer de rostro anguloso, afilado, de belleza definitiva.

No son solo esa belleza y el metro ochenta y tantos de estatura aquello que me ha cautivado. Son también su habilidad corporal y su encarnadura humana. Y, en fin, el coraje y la compasión que demuestra y los miedos a los que se sobrepone, su empuje de madre coraje y su inteligencia táctica y estratégica.

Ellen Louise Ripley nace el 7 de enero de 2092. En Estados Unidos. Tendrá dos maridos, tempranamente muertos, y dos hijas igualmente fallecidas: una biológica, Amanda Ripley MacClaren; y otra adoptada, Rebecca Newt Jorden.

Hacia 2122, Ripley será contratada como suboficial de vuelo de la nave comercial USCSS Nostromo, un carguero por la Corporación Weyland-Yutani. La Nostromo acarrea en su viaje de vuelta hacia la tierra unos veinte millones de toneladas de mineral. La Corporación Weyland-Yutani, también denominada La Compañía, es una de las distintas entidades encargadas de establecer colonias humanas fuera del Sistema Solar, así como de abastecerse con materias primas y minerales extraídos de los planetas que explota.

Como suele ocurrir con las grandes corporaciones, la Weyland-Yutani no se anda con chiquitas a la hora de obtener las ganancias más ventajosas. Y todo ello al margen de consideraciones humanas, compasivas o morales. Es más, si la carga supone un riesgo para la vida en la Tierra, eso no implica reparo alguno.

Antes al contrario, la historia pública de Ellen Ripley, la que nosotros empezamos a conocer por ‘Alien’ (1979), es entre otras cosas un litigio, un choque, entre el peligroso representante alienígena alojado en la Nostromo (Alien) y el resto de la tripulación, singularmente con Ripley. Pero sobre todo es el choque entre la misión secreta de La Compañía, (traer a la Tierra a Alien) y los oficiales suboficiales de la nave, que rechazarán tal posibilidad: a excepción de la Computadora de abordo, MADRE, y el oficial científico, el androide Ash.

Hacia 1979, un joven director, Ridley Scott, filma y firma una de las películas más sobresalientes de las últimas décadas. Me refiero obviamente a ‘Alien’. En España: ‘Alien, el octavo pasajero’.

Leemos en la Wikipedia:

«La Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la incluyó en el Registro Nacional de Cine en 2002 para su preservación histórica, al considerarlo un film ‘cultural, histórico y estéticamente significativo’ en 2008. Por otra parte el American Film Institute la eligió como la séptima mejor película en el género de la ciencia ficción y la revista británica Empire la consideró como la trigésimo tercera mejor película de todos los tiempos».

No importa. El cine tiene festivales, pero en sí mismo no es un certamen. El cine es creación e industria. Y es o puede ser original. En ‘Alien’ es la originalidad lo que cuenta: una originalidad lograda con materiales ya gastados, con ingredientes reconocibles.

El filme es un reciclaje de restos y de desechos. Es una reconstrucción posmoderna de historias mil veces contadas y de elementos ya empleados: corredores tenebrosos, grupo humano en peligro de muerte y amenaza exterior de un ser de monstruosa deformidad. Ahora bien, la reelaboración es original, insólita.

Estas líneas que ahora escribo son un apunte de algunos de los asuntos básicos o primordiales que están en la película de 1979. Pongo el énfasis en ciertas cuestiones sin tratar otras que podría haber abordado. Y digo algo de mi condición de espectador, de joven espectador, precisamente cuando la veo por primera vez. No será en 1979, fecha de su estreno, sino tiempo después.

Si no estoy equivocado, veo ‘Alien’ en 1983, en alguna reposición, inmediatamente antes o después de asistir al estreno de ‘Blade Runner’ (1982), también de Ridley Scott. Por esas fechas, acabo de cumplir veinticuatro años.

Aliens
Sigourney Weaver en ‘Aliens: el regreso’ (1986), de James Cameron.

Si no recuerdo mal, acudo a las salas de cine acompañado de un amigo, aficionadísimo a la ciencia-ficción literaria y cinematográfica. Es una persona que, por entonces, me asesora y me condiciona en este ramo, pero alguien con quien no siempre coincido y con quien, además, suelo discrepar enérgicamente.

Pero, sobre todo, acudo a ver ‘Alien’ influido por mis propias experiencias y querencias: especialmente determinado por la impresión, por el recuerdo imborrable y por la frecuente revisión de ‘2001. Una odisea del espacio’ (1968), vista por vez primera a los 9 años. También accedo a la sala con el recuerdo reciente y la sorpresa de ‘La guerra de las galaxias’ (1977). Y, en fin, acudo a ver ‘Alien’ y ‘Blade Runner’ con el sesgo y el disgusto que me ha provocado ‘E.T. El extraterrestre’ (1982): con la soberbia de la juventud la juzgo infantil y condescendiente.

Punto y aparte.

‘Alien’, como no podía ser de otra manera, empieza in medias res. De regreso a la Tierra, la nave de carga Nostromo interrumpe su viaje. MADRE, la computadora de abordo, despierta a sus siete tripulantes. El ordenador ha detectado una misteriosa transmisión, una señal que revela alguna forma de vida desconocida, procedente de un planeta cercano. La tripulación organiza un descenso expedicionario para investigar, para averiguar, el origen de la comunicación.

Precisemos algo más.

Alien 3
Sigourney Weaver en ‘Alien 3’ (1992), de David Fincher.

La nave espacial de transporte U. S. C. S. S. Nostromo regresa a la Tierra procedente del espacio exterior. Acarrea y remolca varios millones de toneladas de mena, como antes adelantaba. Los siete miembros de la tripulación se encuentran en un estado de estasis o hipersueño. MADRE, el ordenador central, los despertará al recibir una señal desconocida.

En un principio, los tripulantes creen estar cerca de la Tierra. Pronto descubrirán que se encuentran en una zona externa al sistema solar.

El capitán Dallas, que es quien comanda la nave, informa de que la computadora ha cambiado el rumbo de la Nostromo para responder y acudir a una señal que MADRE identifica como una petición de auxilio. Dallas toma la decisión de investigar el origen de dicha transmisión. Para ello cuenta con la asistencia del oficial científico Ash. Aunque la misión de la Nostromo es exclusivamente comercial, Dallas y Ash convencen a sus compañeros: hay que averiguar el origen de la señal.

No se hallan en el sistema solar. Están en el sistema extrasolar Zeta II Reticuli. Hasta ese momento lo ignoran, pero ahora descubren que se dirigen hacia un destino desconocido.

La Nostromo llega al lugar del que procede la señal. Para ello, para obrar, la tripulación desengancha el remolque de la nave. La Nostromo desciende hacia donde se origina la transmisión; en su descenso, la nave sufre diversos desperfectos. La suboficial Ellen Ripley, Ash y los ingenieros Brett y Parker permanecen en la Nostromo para hacer las debidas reparaciones.

Mientras tanto, un grupo de expedicionarios, formado por el capitán Dallas, el oficial ejecutivo Kane y la navegante Lambert, salen al exterior, a la superficie del planeta (o mejor, planetoide), con el objeto de investigar el origen de la señal. Dallas, Kane y Lambert descubren que la transmisión procede de una nave espacial alienígena, con toda la apariencia de haber sido abandonada desde tiempo atrás. Dentro de dicho artefacto, en el puesto de piloto, hallarán los restos fósiles de un gigantesco extraterrestre. El muerto tiene el abdomen perforado.

Al tiempo que todo esto ocurre, Ripley ordena a la computadora que investigue la naturaleza de la señal recibida. Ripley se da cuenta de que la transmisión no es una petición de auxilio, sino de advertencia. MADRE ha errado o les ha engañado.

Dentro de la nave extraterrestre allí abandonada, el oficial Kane descubre lo que parece una plantación o un alojamiento: una cámara gigantesca repleta de abundantes huevos. Mientras observa y examina uno de ellos, de su interior sale una criatura que se adhiere a su casco. Kane queda inconsciente.

El capitán Dallas y Lambert lo llevan a la Nostromo, donde Ash les permitirá entrar. El oficial científico se salta el protocolo, se salta la cuarentena dispuesta y activada por Ripley.

Sigourney Weaver en 'Alien: Resurrección' (1997), de Jean-Pierre Jeunet.
Sigourney Weaver en ‘Alien: Resurrección’ (1997), de Jean-Pierre Jeunet.

En el interior de la Nostromo, Dallas y Ash intentan arrancar la alimaña del rostro de Kane (ya que ha atravesado el casco). Descubren con estupor que la sangre de la criatura es un ácido muy corrosivo. Al final, el bicho se desprende y cae inerte, aunque los tripulantes no ven tal cosa… Todo parece haber concluido. Con la Nostromo ya reparada, la nave despega, la tripulación vuelve a acoplar el remolque, para con alivio de todos iniciar el viaje de regreso a la Tierra. ¿Qué les espera?

Punto y aparte.

En ‘Alien’ tenemos a un grupo humano en un recinto cerrado; tenemos individualidades que vemos y sabemos incompatibles; tenemos violencia inminente, coraje, audacia. Prácticamente todo acontece en una nave claustrofóbica, en el espacio exterior, en el futuro, en misión comercial, pero con instrucciones secretas que se activan tras el incidente de la falsa o equívoca señal de auxilio.

Ya lo sabemos: la nave regresa a la Tierra con una tripulación de siete personas. No es quien comanda la nave pero, tras los incidentes espantosos que van a ocurrir, la suboficial de vuelo Ripley quedará al frente de la expedición. Es, sí, una suboficial que encarna Sigourney Weaver, por entonces una actriz poco conocida. Será la primera vez que una mujer capitanee una misión en el espacio exterior.

En aquella mujer joven, de carrillos aún redondeados, apunta ya un rostro anguloso que luego en ‘Alien 3’ y en ‘Alien. Resurrection’ quedarán definitivamente definidos: un rostro femenino y a la vez rectilíneo. En ‘Alien’ (1979) viste un mono verde, mecánico y militar, que le da un pronto resolutivo y material. En este primer filme y en los restantes, cuando no lleve dicha prenda la veremos en paños menores: con camisetas y braguitas estrictamente funcionales que apenas cubren.

En ‘Alien’, todo se complica cuando ese ser extraño que creíamos muerto sea reemplazado por otro de su especie que ha escogido a Ken como cavidad en la que incubarse. Cuando se revele y salga brutalmente de su huésped biológico, del cuerpo que ha usurpado, destrozando su continente y dejando inerte a Ken, veremos que su aspecto es repulsivo, como un pulpo dentado que babea un pringue constante. Tiene un aspecto fálico, pero también recuerda remotamente a un recién nacido aún sanguinolento.

Quienes forman parte de la tripulación, ahora seis personas, saben que están en peligro. Por supuesto no aceptan la convivencia del octavo pasajero: no pueden compartir nada con quien les hostiga. ¿Dónde? En un espacio limitado, esa nave claustrofóbica, con normas comunes que ese ser no respeta: la Nostromo, homenaje explicito a Joseph Conrad.

Lo ven, lo viven y lo padecen como una amenaza cierta y feroz que puede acabar con todos los presentes y supervivientes. Creían haberse desprendido de él, pero no.

Prácticamente todos los tripulantes de la Nostromo caerán tras las embestidas de Alien. Persiguen al monstruo, al extraño, pero su habilidad mortífera es imbatible. Únicamente se salvarán Ripley y su lindo gatito Jonesy (otro pasajero, otro ser vivo). Ripley: otro homenaje explícito, en este caso a Patricia Highsmith.

¿Qué es ‘Alien’?

En primer lugar, una película de terror, una fantasía que nos muestra las amenazas posibles a las que estamos expuestos. Hay un mal que viene de fuera, que tiene superpoderes (pues su propia sangre, por ejemplo, es un corrosivo potentísimo).

Es un xenomorfo. Su baba aceitosa que mantiene la lubricación gotea permanentemente, una baba a la que imaginamos hedionda. Su cráneo, totalmente apepinado, parece una deformidad humana, algo remotamente semejante a una cabeza o a un monstruoso falo. Y tiene varias bocas con sus respectivas filas de dientes.

Diseñado por H. R. Giger con inspiración, entre otras, en las deidades monstruosas de H. P. Lovecraft, la simple visión del alien sobrecoge. No solo es un ser deforme o informe o con formas irracionales, de repulsiva textura. Es que todo en él, todo lo que lo hace bestial, todo lo que lo hace repugnante, aterroriza: que te roce, que te toque, que finalmente te devore o, mejor, que destroce tu cuerpo dejándolo como un pelele descuartizado e inerte. Ya lo dijo Elias Canetti en otro contexto:

Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que le agarra; le quiere reconocer o, al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño. De noche o a oscuras, el terror ante un contacto inesperado puede llegar a convertirse en pánico. Ni siquiera la ropa ofrece suficiente seguridad: qué fácil es desgarrarla, qué fácil penetrar hasta la carne desnuda, tersa e indefensa del agredido. Todas las distancias que el hombre ha creado a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado.

En ‘Alien’, los elementos casan muy bien entre sí para provocarnos un pánico creciente y sin apenas descanso: el espacio cerrado, la nave tomada, las humedades pestilentes, las goteras eternas, los vapores tóxicos, la oscuridad o semioscuridad. Los pasillos interminables de la Nostromo no facilitan la huida: lo previsible es morir víctima del Alien en un encierro de asfixia y temblor.

Pero una mujer se sobrepone a sus miedos y a sus aprensiones: Ellen Louise Ripley. De ella depende el porvenir de la tripulación, de la misión y, por ende, de la humanidad. La computadora se llama MADRE, ya lo sabemos: un artefacto tan poco fiable y traidor como HAL 9000, su congénere de ‘2001’. Ripley es activa, emprendedora. Tiene instinto maternal, vamos a decirlo así. De ella pende el futuro del mundo, de su atención y cuidado.

Más adelante, en ‘Aliens’ (1986) será literalmente madre. En este caso de una hija huérfana y desamparada y, al final, adoptada. Ya lo sabemos: Rebecca Newt Jorden. En fin, Ripley es una suboficial de mucho empuje, de gran habilidad. Para el cine de Hollywood de los 70 que una mujer se haga cargo de la acción, de la ofensiva, es toda una apuesta.

La historia sirve para averiguar parte de lo sucedido, aquello que puede documentarse, lo que hicieron los antepasados y de lo que quedan restos. Suponemos que de su conocimiento podremos aprender. ‘Alien’ es un resto audiovisual, el testimonio de una época: el final de los años 70 del siglo XX. Recoge la tradición de los monstruos, recupera el legado de la ciencia-ficción, pero sobre todo pregona la angustia de América tras Vietnam. Entre otras amenazas, los comunistas se han infiltrado otra vez….

En 1980, Ronald Reagan gana la nominación por el Partido Republicano para las elecciones, derrotando al entonces presidente Jimmy Carter con una diferencia de más de ocho millones de votos. Gana en cuarenta y cuatro de los cincuenta Estados de la Unión.

Cuarenta y cinco años después y tras una saga de filmes bajo la misma franquicia, en algunas de las cuales regresa Ripley ya como teniente de primera clase, he vuelto a ver ‘Alien’, la película original, la que dirigió Ridley Scott. Son numerosos los aspectos a destacar o de los que hablar, pero prefiero morderme la lengua para no arruinar el disfrute.

Quiero centrarme, para ir acabando, en algo que ha estado implícito en todo lo que he dicho: lo siniestro y su relación con lo sublime.

Alien. Cine y Psicoanálisis

Lo siniestro, decía F. W. J. Schelling, es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado; es aquello que, habiendo desaparecido, regresa alterando el orden actual y previsible de las cosas. Es una referencia mil veces repetida en la que finalmente se inspira Sigmund Freud.

Entre otras cosas, la oscuridad y la nieve, la roca gigantesca y la soledad extrema, la decadencia y la ruina, etcétera, en sombríos e inconmensurables paisajes forman parte de lo sublime.

“La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa, o la pintura del infierno por Milton producen agrado, pero unido a terror”, dice Immanuel Kant en ‘Lo bello y lo sublime’ (1795). “Altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado son sublimes“, añade. “La noche es sublime“, insiste. O también “una soledad profunda”. Etcétera. Es decir, todo aquello que expresa la contingencia humana en medio de una naturaleza desatada, “el escenario en que la imaginación ha visto terribles sombras, duendes y fantasmas”.

No hace falta que haya terror explícito. No es necesario que aparezca un espectro. Basta con lo gigantesco, con lo sencillo. Por ejemplo, una gran altura, añade Kant. Nos produce estremecimiento, un particular pánico y un agrado impreciso. Como nos ocurre cuando descendemos al planetoide LV-426, tan sombrío, con furiosos vientos, con lluvias permanentes y malsanas, justamente donde se han depositado los huevos, las crisálidas de los numerosísimos aliens.

Precisamente el alienígena, el monstruo que es transportado a la nave, es un ser que debería haber seguido en ese campo del que procede, ese campo que tiene mucho de sublime y de siniestro y que solo puede imaginar una fantasía malsana. Es una plantación o eso parece. Es un cultivo de alienígenas o eso parece. ¿Están incubando o hibernando? El espacio del planeta azota el viento, se extienden la bruma, la humedad y la oscuridad. Hay algo profundamente morboso en lo que vemos y lo que los tres expedicionarios ven. El grupo que ha descendido pasea con tiento. Miran con extrañeza, con distancia, con creciente estupor.

La mirada es su perdición. No es lo que sale de tu interior, ese interior siempre convulso, sí. En este caso, es lo que se aloja secuestrando tu cuerpo. Los extraterrestres han venido para quedarse, alojarse, incubar y expandirse. No debieron ser perturbados. Pero una vez ingresan en el mundo humano, la destrucción parece inexcusable y su llegada a la Tierra puede ser la perdición.

El filme de Ridley Scott, ‘Alien’, es una sencilla historia de extraterrestres, pero es también una historia de humanos en situación límite. Y es, sobre todo, la irrupción de la mujer capitaneando un convoy. No hay trampas místicas; hay, por el contrario, un peligrosísimo alienígena que el científico, el falso científico Ash, quiere conservar.

Si nos fijamos bien, en estos contextos, el científico, el mad doctor, no es de fiar. Los locos expertos son capaces de sacrificar a su madre por el hallazgo. Son capaces de arruinar a la humanidad por su descubrimiento. En esta película hay madre, sí: madre… y esa joven Sigourney Weaver que hará esas funciones de salvaguarda y tutela. ‘Alien’ es simplemente una historia de lucha y supervivencia. ¿De quién? De la tripulación del Nostromo y de la suboficial Ripley, en particular. Sí: la que fuera suboficial Ripley.

El personaje que encarna Sigourney Weaver es, lo digo otra vez, una madre coraje, una mujer fuerte que defiende lo poquito que queda de humanidad, ese resto de seres racionales de la que ella misma es representante.