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Cultura en coma (o punto y aparte) por la DANA (IV)
Obras de arte bajo el fango
Juan Olivares, Regina Quesada, Gemma Alpuente, Hugo Martínez-Tormo, Rubén Tortosa y Álex Villar
Es muy ilustrativo y, diríamos, simbólico de lo acontecido con la DANA, este comentario de Juan Olivares: “Antes de la inundación, esos días, estaba continuando una serie de pinturas titulada ‘Looking for Goya’, un homenaje a Goya, que tenía en el suelo y que han quedado completamente cubiertas de barro y que, ahora, al recuperarlas, he visto partes de pintura que se ven y otras que no se ven. Las he dejado tal cual, como memoria de lo sucedido, con todo ese barro fijado a las obras”.
Recuerden que Goya pintó una serie de obras con el título de ‘Los desastres de la guerra’ para dar cuenta o reflejar el horror de la existencia cuando la violencia, en este caso de la naturaleza humana, pero sin duda asociada a la naturaleza en sí, rompe todos los moldes. Pues bien: esos desastres bélicos tienen su correlato ahora en los desastres causados por la DANA, el brutal temporal que arrasó más de 80 municipios valencianos, siendo alrededor de 15 los que sufrieron la mayor devastación, encuadrados en la denominada Zona 0.
Goya con sus ‘desastres’ ponía el acento en la degradación humana causada por la degradación ética de cuantos convirtieron a otros seres humanos en pasto de su agresividad ilimitada. En el caso de la DANA, su violencia es consustancial al propio fenómeno natural, aunque luego dé pie a una misma falta de ética por parte de quienes niegan su responsabilidad a la hora de afrontar tan terrible devastación.
Los artistas aquí reunidos, como pequeña muestra de cuantos artistas plásticos han sufrido los efectos del temporal, cuentan cómo vivieron ese nefasto día del 29 de noviembre, perdiendo casi toda su producción artística, fruto del trabajo de muchos años. Trabajo que ha quedado anegado bajo las torrenciales aguas, junto al propio estudio donde trabajaban, atisbando un futuro de nuevo asociado metafóricamente a las ‘pinturas negras’ de Goya.
Si nos atenemos a lo sucedido con otra reciente devastación causada por la erupción del volcán de La Palma, ese futuro pinta, desde luego, negro, por cuanto, tres años después de aquel catastrófico suceso, todavía hay 85 familias viviendo en ‘casas contenedor’ y con las ayudas previstas fluyendo al ritmo cansino que impone la burocracia administrativa. Pero esa será otra historia: vayamos con la presente, narrada por quienes la vivieron en sus carnes.
Juan Olivares: “Sin duda, esto va a ser un punto de inflexión en mi trabajo”
“Hemos pasado semanas de pesadilla y seguimos recuperando todo lo que podemos del estudio, viendo cómo ir, poco a poco, reconstruyéndonos. Mi estudio está situado en el barrio de Las Barracas de Catarroja. El agua entró hasta un metro sesenta de altura y también en el almacén, donde guardo aproximadamente unas 50 obras de mis 25 años como artista profesional. Yo me reservo unas dos obras por obra para mi archivo personal”, señala Juan Olivares.
“Ese medio centenar de obras ha sido dañado con barro y algunas de ellas son irrecuperables y, por tanto, las destruiré, pero otro buen número creo que las vamos a poder salvar”, añade quien explica que su estudio quedó “completamente anegado y, cuando se fue el agua, hubo 30 centímetros de lodo en el suelo que tuvimos que sacar con palas y carretillas. Luego, los camiones se lo llevaron, al igual que el resto de trastos y partes de casas que se han derribado en la misma calle Sagasta de Catarroja”.
Dice haber perdido todos los materiales que tenía en el estudio: pinturas, pinceles, ordenadores, cámaras de fotos, bastidores. “La noche de la inundación llegué al estudio, porque me avisaron que el barranco de Catarroja se había desbordado, y cuando llegué ya empezaba a entrar el agua; la tenía aproximadamente por los tobillos”.
Entonces, cuenta que decidió subir a la parte de arriba del estudio, que es vivienda, todas las pinturas de pequeño formato y obras enmarcadas en papel que pudo, hasta que, “pasados unos 40 minutos, el agua me llegó al pecho y decidí parar y subirme a la parte de arriba, porque sentí que mi vida corría peligro, ya que, además, por la calle iba un torrente de agua llevándose los coches golpeando contra las puertas de las casas”.
“Una de las paredes del estudio está muy dañada, de hecho, hemos tenido que arrancar todo el pladur porque está lleno de moho. De manera que calculo que hasta de aquí a un mes, por lo menos, no podré volver a utilizar el estudio para trabajar”, añade Olivares, para concluir: “Sin duda, esto va a ser un punto de inflexión en mi trabajo; todo va a cambiar a partir de ahora”.
Regina Quesada: “Son solo objetos, pero evocan un pasado emocional”
Regina Quesada tiene su estudio en Picanya, en el semisótano de una vivienda que es familiar, donde guarda toda la obra, “no solo la enmarcada, sino la que almaceno en cajas, junto a todo tipo de materiales: tableros, mesas, papeles, libros especializados en arte, vitrinas”.
El estudio y toda la obra contenida en él ha quedado “completamente arrasado, tanto lo material como lo emocional ligado a la memoria de algunos de esos libros, porque el agua llegó hasta arriba del sótano invadiéndolo todo. Tuvieron que entrar militares para habilitar un camino, dándote cuenta que ya no distingues entre lo que deseas preservar y lo que no, porque se convierte todo en un amasijo de papeles triturados y maderas rotas”.
Señala que, ironías de la vida, la única obra que se ha salvado de esta catástrofe es la que realizó en la Casa Velázquez de Madrid, que sigue allí, resultado de la exposición que hizo en septiembre y cuya obra no fue devuelta, en la que habla “de la fragilidad del material, de la memoria, de lo fácil que nos resulta enterrar y olvidar, y cómo esa obra permanece ahora en mi discurso creativo como si fuera una broma de la vida”.
Y lo que es más importante, según Regina Quesada: “Son solo objetos, pero evocan un pasado emocional tanto personal como colectivo, y ese pasado ya no existe, de manera que el único contenedor del mismo es mi propia persona. Y, como yo, hay un montón de personas que han pasado por esto”.
Gemma Alpuente: “Reflejaré de algún modo en mi obra cómo me he sentido”
A esa misma emoción se refiere Gemma Alpuente: “Creo que, de forma consciente o inconsciente, reflejaré de algún modo en mi obra cómo me he sentido y cuál es la realidad que hemos vivido: los artistas somos muy emocionales y solemos trabajar a partir de lo que tenemos dentro para transformarlo en algo artístico”.
“Y del mismo modo que me ocurre a mí”, continúa diciendo, “sé que les pasará a muchos otros artistas. Por eso estoy segura de que la DANA quedará reflejada de alguna forma en el tejido cultural valenciano y nacional, surgiendo obras que queden como testimonio de la memoria colectiva y del patrimonio cultural que representará artísticamente este capítulo de nuestra historia”.
A Gemma Alpuente la DANA le pilló pintando en su estudio: “Volver a casa fue arriesgado, sobre todo porque con agua por la cintura (bueno, fango, mejor dicho), quedarme, aunque hubiese sido unos minutos más, habría sido una decisión muy desafortunada”.
“Como artista, ha sido un shock grande, porque estoy en un momento de mi carrera bastante bueno: ya comenzaba a estar bien encauzada mi trayectoria y ahora mismo llevo con la actividad paralizada varias semanas, con proyectos y exposiciones en stand by. Tras años trabajando de forma muy intensa, hay oportunidades que he tenido que dejar pasar, por no hablar de la incertidumbre, puesto que no sé cuándo voy a poder tener un resquicio de normalidad física y emocional”, subraya.
El 19 de noviembre, día de la catástrofe por el temporal, Alpuente estaba pintando por la tarde hasta las 19:00, aproximadamente, “absorta en mi proceso, sin ser consciente de la situación que se estaba desarrollando fuera de mi estudio. Cuando me dispuse a ir a casa, y ante la imposibilidad de transitar la calle como de costumbre, me asusté bastante. Las calles de mi zona se habían convertido en un río que tenía que transitar a contracorriente, con el agua fangosa casi hasta la cadera”.
Fue al llegar a casa cuando, unos minutos después, empezó a entrar agua “de forma desmesurada y a modo de cascada” en su vivienda “filtrándose por los lados de las puertas”. A pesar de ello, cuenta que no entraron en pánico, “algo que aún nos sorprende”, sino que su reacción fue empezar a subir las cosas del sótano al semisótano.
“Poco a poco, veíamos que el agua no cesaba y que seguramente iba a llegar hasta el techo, por lo que pensamos en salvaguardar lo más valioso”, de manera que lo primero que hicieron fue coger “los álbumes de fotos, cuadros, recuerdos y todas aquellas cosas con más valor personal o singular. Luego, aquello con más valor económico, pero llegó un punto en el que, con el agua por el pecho, nos dimos cuenta de que si la puerta de entrada no aguantaba seguramente nos quedaríamos bajo el agua nosotros también, así que abandonamos”.
“Esa noche nos costó dormir, por el cansancio, por la ansiedad, por estar escuchando cómo seguía entrando el agua, y por el olor a barro y humedad”, resalta Alpuente, quien comenta cómo los siguientes días “el olor era cada vez más fuerte, debido a que ese barro no era únicamente arcilla y agua, sino que venía de la calle cargado de microorganismos y estancado, hasta que pudimos sacar los miles de litros que teníamos en casa”.
Dice, asimismo, que el trabajo del artista “es muy sacrificado, en el sentido de que trabajas e inviertes muchísimo sin una repercusión económica directa, con lo cual vuelcas todo lo que tienes en tu proyecto, de manera que estar pensando que todo estaba quedando bajo el agua, sin saber qué me iba a encontrar, me hacía sentir un nudo en el estómago”.
“Los daños, además de materiales y de infraestructura, son semanas y meses de incertidumbre, sin poder trabajar y, por tanto, sin producir ni facturar. Mi realidad ahora mismo solo se centra en limpiar, desinfectar y ver qué puedo ir salvando”, apostilla.
Hugo Martínez-Tormo: “Toda la obra de los últimos 25 años quedó reducida a escombro”
Hugo Martínez-Tormo cuenta que el fatídico día del 29 de noviembre se encontraba en su casa, ubicada a escasos 100 metros del barranco del Poio, cuando, hacia las 20:00, “un coche que flotaba por el río en que se había convertido mi calle y el cual ya llevaba casi un caudal de dos metros de altura, chocó violentamente contra mi puerta y la reventó, entrando toda el agua en tromba, como un tsunami, dentro de la casa”.
“Conseguí salvar la vida in extremis subiéndome a un altillo en el trastero que tengo en mi casa, pasando ahí la primera noche sin saber muy bien el alcance de lo ocurrido y las consecuencias que esto traería. La casa quedó completamente destrozada en cuestión de segundos, no pudiéndose salvar nada, ya que el agua alcanzó una altura de 1,80 metros”, agrega Martínez-Tormo.
Cuenta que al día siguiente se desplazó como pudo a su lugar de trabajo, que está a tan solo cuatro manzanas de distancia: una planta baja de 120 metros cuadrados. “Lo que allí me encontré también fue desolador, ya que el agua alcanzó una altura de 2,20 metros y no dejó nada en pie”.
“Toda la obra que tenía realizada y almacenada desde los últimos 25 años quedó reducida a escombro, además de todas las herramientas y materiales de trabajo, dispositivos y material electrónico, documentos y proyectos futuros que estaban en marcha. Además de la casa, el 100 % del taller también despareció en cuestión de segundos”, añade quien destaca su incertidumbre acerca de lo que pasará a corto y medio plazo, “de cuándo podremos retomar medianamente nuestra vida y normalidad y con todas las ganas y energía para rehacer cuanto antes tanto el taller como la casa para poder seguir contribuyendo con mi granito de arena al entramado cultural de nuestro país”.
Rubén Tortosa: “Unas lágrimas limpias llenaron durante todo el día el estudio”
Rubén Tortosa reside en una alquería del sur de València que ha quedado igualmente destrozada por la DANA. “Toda la obra que vengo produciendo desde 1986 ha quedado destruida, al igual que mi biblioteca de catálogos y libros”, apunta el artista y profesor de la Universitat Politècnica de València, quien agrega, con cierto triste lirismo: “Unas lágrimas limpias llenaron durante todo el día el estudio, mientras intentaba quitar el agua con lodo que lo ha ocupado todo”.
Álex Villar: “El patrimonio y la cultura son los pulmones espirituales de los lugares y de la identidad”
Álex Villar aporta la única nota positiva del extenso y lamentable glosario de pérdidas: “Todas las obras que tengo de la colección en Algemesí están salvadas, porque salieron en un vehículo que nos mandó la Universitat de València y que fueron a la Facultat de Geografía e Historia donde se pusieron en un espacio a secar, en un ambiente fuera de humedades”.
“El Museo Valenciano de la Festa, que yo dirijo, ya estamos vaciándolo, para llevarlo a otros lugares, y que ahora se convierta en un centro de la memoria de la Ribera para recoger materiales, fotografías antiguas, álbumes y diferentes objetos, que den testimonio de lo ocurrido”, concluyendo con este recordatorio a modo de aviso a navegantes: “El patrimonio y la cultura son los pulmones espirituales de los lugares y de la identidad, y en eso estamos trabajando para preservarlos”.
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