‘Dolor y gloria’, de Pedro Almodóvar
Con Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Julieta Serrano, Leonardo Sbaraglia, Nora Navas y Cecilia Roth
España, 2019
En 1913, Sigmund Freud, en un breve ensayo titulado ‘El Moisés de Miguel Ángel’, se plantea por qué ciertas creaciones artísticas impresionan tan poderosamente al observador. Una impresión, como el autor señala, que no se trata “tan sólo de una aprehensión meramente intelectual”, sino que suscita aquella “situación afectiva, aquella constelación psíquica, que engendró en el artista la energía impulsora de la creación”.
Pedro Almodóvar desea que ‘Dolor y gloria’, su última película, cause en el espectador esa intensa impresión afectiva y psíquica propia de las obras artísticas, y no una lectura en “la que buscar quién se esconde detrás de cada personaje”. Por eso el director insiste en que ‘Dolor y gloria’ “no es una autoficción”, aunque haya partido “de sentimientos reales”, tal y como aclara el mismo director en el interesante artículo de opinión publicado en el periódico El País, el 24 de marzo de 2019.
Probablemente, el director manchego teme –y de ahí esa urgente necesidad de publicar, dos días después del estreno de la película, ese interesante artículo donde reflexiona sobre el cine–, que el espectador se distraiga interrogándose acerca de si aquello que le ocurre al protagonista, el director de cine Salvador Mallo, es una representación verídica de su vida.
‘Dolor y gloria’ consigue conmocionar al espectador a través de la fuerza emocional de la historia y la belleza estética de la puesta en escena. La película ejerce sobre el espectador la constelación “afectiva y psíquica” de la obra de arte, tal y como señala Freud, impulsándole a evocar, al igual que al protagonista, la relación con la madre, con el deseo, con el amor.
Todo en la película rezuma dolor y gloria. El inmenso dolor físico y moral, que paraliza al protagonista, está acompañado por el reconocimiento público como director de cine.
Paralizado por el dolor, impedido para rodar, el protagonista posee todo el tiempo para recordar. Retroceder al pasado, a modo de flashback, para mirar de manera nostálgica e imaginaria su infancia; una infancia inundada por la presencia de la madre y el cine. Porque ‘Dolor y gloria’ es una oda a la figura materna y a la pantalla cinematográfica.
Una composición poética tanto a la madre joven y jovial, como a la madre anciana cercana a la muerte, interpretadas magníficamente por Penélope Cruz y Julieta Serrano, respectivamente. Una figura materna que está en el centro de todos los recuerdos, relegando la presencia del padre a un fuera de campo o, más exactamente, a una simple escena o a una pequeña imagen fotográfica. En el cine de Almodóvar, al igual que en la obra de otros grandes directores españoles, la figura materna desborda las historias, hasta tal punto que su película más laureada se tituló ‘Todo sobre mi madre’ (1999).
Y ahí, pegoteado a la figura materna, a su recuerdo físico y emocional, como no podía ser de otra manera, surge el primer deseo. El primer deseo, pulsional y arrebatado, es, además, el título de la película que rueda el director protagonista de ‘Dolor y gloria’, tras el recorrido reconciliador y catártico con el pasado.
Almodóvar en ‘Dolor y gloria’, ya lo habíamos dicho, no solo venera a su madre, sino también al cine. A ese cine de la infancia que se proyectaba en una pared y que “olía a jazmín y orines mientras soplaba la brisa…”. Palabras del monólogo titulado ‘Adicción’, declamado apasionadamente por el personaje de Asier Etxeandia delante de una pantalla cinematográfica; tan potente como la fotografiada por Víctor Erice en ‘El Espiritu de la colmena’ (1973). El cine en ‘Dolor y gloria’, todo lo contrario a la inclasificable y turbadora película de Iván Zulueta, ‘Arrebato’ (1980), es una adicción de vida y de creación.
Begoña Siles
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