Flamenco

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El duende flamenco no suda en verano
Cultos y bronceados (XI)
Verano de 2024

Al duende flamenco no le apetece sudar en verano. O sudará como todos, de una forma incondicional, gaseosa, con las glándulas derretidas, pero más en su faceta de intérprete que en la de compositor. Aunque de julio a agosto se suceden los festivales y los potajes –no dejan de ser citas veraniegas que reúnen y homenajean a un buen puñado de los artistas flamencos más reconocidos y que siguen la tradición de las fiestas en los patios y corrales de la Andalucía del XIX–, el cancionero no dedica demasiadas letras a la época del año con más calor.

Pero dando por hecho que estas cosas suceden, y que el verano es ocioso y amplio, algunos poetas han prestado letras al flamenco para que le hagan sentir a uno vivo, no artificialmente muerto, pegajoso, dando vueltas en un vinilo como un hornillo que incendia canciones de toda la vida.

En ‘Cante hondo’, Antonio Machado ya lo decía: “Llegó a mi oído / por la ventana de mi estancia / abierta a una caliente noche de verano / el plañir de una copla soñolienta / quebrada por los trémolos sombríos/ de las músicas magas de mi tierra”. Shhh, shhh, ¿las oyes? Son las letras algunas de las letras de un género mágico que escuchaba el poeta.

Con el azul eléctrico del mar al fondo, las piscinas invadidas por hinchables con formas de animales, las playas atestadas en las que la única forma posible de tomar el sol es hacerlo de pie y donde se juntan el canon estético de panzas y gomas de bañador estiradas como cuerdas de violoncello y los gymbros que aprovechan para hacer calistenia hasta las varillas de los parasoles, Pepe de la Matrona sabía bien de qué iba un tórrido verano y se quejaba por tarantas.

Se puede incorporar este fraseo a las conversaciones cotidianas para asombrarse de cómo escala el mercurio, con o sin guitarra: “[…] con mi guitarrica en la mano / vaya tela y venga tela / vaya telita de verano”.

El Cigala, en rueda de prensa después de trasladar su residencia a República Dominicana.

En la España de calima el ánimo no remonta en los escaparates y los paseos, sino en las habitaciones del fondo y las persianas bajadas, y aun así no está garantizada una tregua climática. Se lo escribió Rogelio Buendía, de la generación del 27, a una ‘Mujer andaluza’: “Bailando, tienes algo de las siestas / calurosas del estío, y en tu pecho / se amustian los claveles reventones”.

Más suerte tenía Aurelio Verde en su oasis particular. Un hombre (otro) profundamente enamorado en ‘Bandolera del alma’: “A la serrana mía / yo la comparo / con agüita de pozo / cuando es verano”. Y aún más con las luces apagadas y coro de chicharras, en ‘Soleares de alcoba’: “Dulce fruto de verano / redonda y blanca cosecha / que yo tengo entre mis manos”.

Jamás encontraremos amaneceres como los que proliferan en Instagram. Esos cielos serían posibles solo tras una explosión nuclear o una fusión de estrellas. Y, para entonces, mirar arriba perdería algo de encanto. Sin embargo, por debajo de todas las capas de filtros, de la producción técnica y casi industrial de paisajistas, modelos y exhibicionistas de las redes, se encuentra un punto g, una emoción real, una verdad.

Fernanda y Bernarda de Utrera fallecieron cuatro y un año antes del lanzamiento de la aplicación de fotos y vídeos, pero parecieron adivinarlo por bulerías: “Este verano en la playa/ yo me tengo que poner morena/ los niños de los gitanos/ envidia a mí no me tengan”.

Las fotos de viajes son para Instagram y las quejas para Twitter. Con la explosión del turismo, hay quien sale de viaje para estirar las piernas y también quien lo hace para volver cuanto antes y criticar a quien lo hace después.

Por el mismo palo de fiesta, las hermanas de Utrera tuvieron otra premonición con los pisos turísticos. Para pagar la estancia en algunas viviendas cercanas a los festivales más concurridos la gente empieza a acudir con una cicatriz y el órgano que desea la propiedad, metido en una nevera portátil con hielo. “Si usted trae dinero / todita la casa es suya / pero si no lo trae / no hay posada ninguna”.

Nunca estamos a salvo de las tentaciones que más nos quieren. Eso lo sabía y lo cantaba Manuel Agujetas, también por bulerías, en ‘Penas tengo’: “El verano me se pasa / yo no me divertía un día / yo no me divierto un día / viene mi padre Agujetas / y todo se lo gasta en bebida / porque lo gasta en bebida”.

Duende flamenco
Encarna Anillo, Miguel Poveda y David Palomar, en Cádiz.