#MAKMAOpinión | MAKMA ISSUE #02
Editorial
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2019
Sábado 1 de agosto de 2020
¿Por qué la cultura es una convidada de piedra en los debates electorales? ¿Por qué apenas se la nombra? ¿Será que cultura y política casan mal? La respuesta podría ser afirmativa, si no fuera por que, en muchas ocasiones, se producen matrimonios de conveniencia. Matrimonios, ahora sí, bien avenidos, en tanto en cuanto la cultura se avenga a los planteamientos políticos que anuncian un mundo mejor bajo su férula.
Es en este sentido que, como decía Marx (no Karl, sino Groucho), el matrimonio “es una gran institución, siempre y cuando te guste vivir en una institución”. Por eso el artista comprometido, a rebufo de lo dicho, ha de tener cuidado con las añagazas de tan seductora institución, entendida aquí como cárcel del alma sometida al cuerpo de una ideología.
Ese matrimonio de conveniencia entre cultura y política ha solido tener un color eminentemente rojo. Como apunta el filósofo José Luis Pardo en ‘Estudios del malestar’, es tradición pensar en ese artista comprometido generalmente asociado con el comunismo, “pues cualquier compromiso con otra cosa se consideraba intelectualmente vergonzante”.
Quiere decir que mientras estuvo vigente ese paradigma (“que aún hoy no está del todo desautorizado”), ser reconocido como tal intelectual comprometido, ya sea artista, escritor o literato, “era prácticamente imposible… si no se exhibía en algún grado este compromiso con el comunismo”.
Una vez constatada la existencia de matrimonios de conveniencia entre cultura y política, bueno será volver a la pregunta inicial, tras comprobar las escasas alusiones a la cultura en los debates electorales: ¿será que cultura y política casan mal? Pensamos que sí. Al menos, en los términos en que la política, no toda, pero sí en una gran mayoría, se formula en la era de Internet.
Si la cultura es un espacio de interrogación inmune a las respuestas lapidarias y más próxima a las tentativas por aclararnos en medio de la oscuridad que nos habita, la política del conmigo o contra mí, de la vida concentrada en píldoras que lo resuelven todo de un plumazo, no puede estar más alejada de la cultura. “Hice un curso de lectura rápida y leí ‘Guerra y Paz’ en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia”. Lo que dice Woody Allen encaja con esas prisas por rehacer el mundo que tienen, no todos, muchos políticos en la rabiosa actualidad.
La cultura, he ahí su compromiso de verdad, casa mal con la política, porque su fundamento es otro bien distinto. Su objetivo no es cambiar el mundo, sino hacer que las personas que lo habitan encuentren su lugar. Un lugar donde los relatos, ya sean artísticos, literarios, teatrales o cinematográficos, ofrecen la posibilidad de compartir experiencias ajenas, muchas veces contradictorias, que nos permiten elaborar las nuestras. No hay cultura que se precie sin política que propicie su modus vivendi. Ya saben: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
El divorcio entre cultura y política es necesario, porque la cultura viene a decir las cosas que la política, sometida a las prisas y al cálculo feroz, por definición excluye. La cultura exige paciencia, cabalgar de un personaje a otro, dar forma a lo que se presenta en ocasiones como algo ininteligible, y no caer en la tentación de querer comprenderlo todo al instante. Ni siquiera este editorial, con el que MAKMA apuesta un año más por esa cultura interrogativa en torno a las pasiones que nos habitan.
MAKMA
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #02, revista especial en papel con motivo del sexto aniversario de MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, en junio de 2019.
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