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‘Desde el fondo del alma al papel’, de Eduardo Rosales
Fundación El Secreto de la Filantropía
Casino de Agricultura
Comedias 12, València
Hasta el 24 de septiembre de 2023
“La pintura moderna se termina en un desnudo de Rosales”, llegó a decir Ramón Gaya, quien supo advertir en la obra de Eduardo Rosales (1836-1873) la genialidad de un pintor “honestísimo, consciente de sus dones naturales y que se deja llevar por ellos”, afirma Luis Trigo, presidente de la Fundación El Secreto de la Filantropía que le rinde tributo en el 150 aniversario de su fallecimiento con la exposición ‘Desde el fondo del alma al papel’, en el Casino de Agricultura de València.
Gaya, refiriéndose a Velázquez, pero que puede hacerse extensible a Rosales salvaguardando las distancias, dirá que en la pintura de aquel “no hay, propiamente, colores, pero no se trata de una carencia, sino de una elevación, de una purificación”. Purificación que igualmente atraviesa la obra de quien, como Eduardo Rosales, “se anticipa, con ‘Mujer al salir del baño’ (1869), a los grandes desnudos del impresionismo”, subraya Trigo. “Ramón Gaya dice que le enseñó lo que era la modernidad”, añade el presidente de la entidad cultural.
Precisamente de ese desnudo, Gaya mostrará su estupefacción: “¡Qué exacto compás interior el de Rosales cuando iba midiendo este cuerpo anaranjado, tibio como una rosa de té!”. Bueno, pues a pesar de los elogios, Eduardo Rosales, a juicio de Trigo, “es un artista que mucha gente desconoce, siendo enormemente relevante”. “Estaba en el ostracismo, aunque el Museo del Prado siempre lo ha tenido presente. Junto con [Mariano] Fortuny, es el único que tiene sala en el Prado”, subraya el presidente de El Secreto de la Filantropía.
El Casino de Agricultura acoge un total de 60 obras de sus diversas etapas y objetos vinculados a la propia creación artística de Rosales, ofreciendo una relectura de sus piezas más relevantes, a partir de la colección privada del arquitecto Rafael Gil. La muestra contiene documentos, fotografías y el busto en bronce del artista, reproducción de la escultura de Mateo Inurria ubicada en el Paseo Rosales de Madrid.
“Era un hombre con fino sentido del humor. Se tomaba la vida con alegría, a pesar de sus dificultades”, apunta Trigo, quien recuerda un pensamiento que lo solía acompañar: “No me voy a deprimir, sino que voy a vivir plenamente”. Y apostilla: “Es un pintor vitalista: refleja en su obra el alma humana. No pinta nada grotesco, todo lo que pinta es bello”.
Recuerda, en esto, al poeta José Hierro cuando declama: “Llegué por el dolor a la alegría. Supe por el dolor que el alma existe. Por el dolor, allá en mi reino triste, un misterioso sol amanecía”. Y es así, aprovechando su corta existencia marcada por la enfermedad -murió con 36 años-, como Eduardo Rosales va dejando entrever en su obra ese sol que ilumina los rostros, los cuerpos, los paisajes, incluso en medio de la desolación.
“No es esclavo de ninguna tendencia. Lo pasa mal y prefiere seguir desarrollando sus capacidades con una fe impresionante. ‘Doña Isabel la Católica dictando su testamento’ (1864) no se sale de los cánones, pero es sublime”, resalta Luis Trigo.
“A partir de esta obra, la mayoría de los grandes pintores españoles decimonónicos volvieron los ojos hacia el realismo atmosférico del mundo velazqueño, de paleta reducida y certera, que marcaría de manera especialmente fundamental a los compañeros de generación de Rosales que vivían junto a él en Roma”, explica J.L. Díez, en el texto de la obra en el Museo del Prado.
De nuevo, las referencias a Velázquez y, ahora, en el contexto de Roma, de cuya etapa existen en la exposición obras de copias de los grandes maestros realizadas por Rosales, como la de Carlota, una de las piezas más importantes de la muestra. Se trata de una amante italiana que tenía, vestida de campesina rural y en cuyo rostro femenino se dibuja el éxtasis de quien pinta, igualmente, como fuera de sí.
’La muerte de Lucrecia’ (1871) -otra de las obras insignes de Rosales- dice Trigo que recibió muchas críticas: “Costó digerir el cuadro. Los críticos de entonces respetan el dato histórico, pero en el momento en que alguien fantasea lo llevan mal. Tenía que estar todo como si fuera un cromo y él se rebela haciéndolo abocetado. Pero está terminado, nos guste o no”.
Ese inacabamiento o aspecto abocetado de muchas de sus obras es algo característico de Rosales, como si supiera -siguiendo de nuevo a Gaya con Velázquez- que en la realidad “hay algo muy feroz” y, en lugar de someterse a ello, lo hubiera aplacado, amansado, sin necesidad de mentir, porque en esa superficie abocetada ya se observan los claroscuros de la existencia.
“Lo tenía todo -penurias, dificultades- para haber hecho una obra más desgarrada y, sin embargo, cuando se enfrenta a la pintura lo que busca es la paz”, señala Víctor Segrelles, coordinador artístico de la exposición. “Estaba muy centrado en el humanismo. Pinta más allá de lo físico, aunque la belleza le condiciona mucho en su intento por revelar el ser. Hay un componente psicológico en esos retratos tan profundos”, destaca Trigo.
“El siglo XIX se ha ido dejando en el olvido por el propio devenir de los movimientos artísticos. Desde el impresionismo, toda la pintura académica se obvia, se olvida; hay una reacción contra la academia. Hay pocas tesis de esa época, frente al interés que despiertan las vanguardias”, concluye Luis Trigo, convencido de que ‘Desde el fondo del alma al papel’ contribuirá a ir paliando estas carencias en torno a la obra de Eduardo Rosales y la pintura del XIX.
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