Tigres de cristal, de Toni Hill
Editorial Grijalbo
Mayo de 2018
El bullying es la médula espinal de la última novela de Toni Hill, Tigres de cristal, título que hace referencia a la fragilidad de cierta fiereza. Pero Hill va mucho más allá para hacer un fiel retrato de los habitantes de un barrio obrero en las postrimerías del franquismo, los setenta, el cinturón rojo de Barcelona, donde transcurren los avatares de tres familias marcadas por un trágico suceso. Dos niños que sufren abuso y un tercero que los vigila se ven involucrados en un trágico incidente, y casi 40 años después el destino los reúne de nuevo. La novela habla de la familia, de la amistad y del amor pero sobre todo de la necesidad de responsabilizarnos de nuestros actos y de cómo éstos determinan el futuro. El relato avanza a un ritmo sostenido y firme y, al final da un doble giro que deja al lector sin aliento. También el autor da un giro con esta obra pasando de la novela negra y gótica a la psicológica sin por ello renunciar a la intriga. “Tigres de cristal se ciñe menos a un género concreto, es más híbrida, pero creo que mis novelas negras tampoco fueron nunca exactamente canónicas”, dice Hill.
En este libro se habla de muchas cosas entre ellas de la buena y mala suerte. ¿Somos juguetes del destino?
Un poco sí, aunque también creo que el destino puede alterarse si uno posee la fuerza necesaria para ello. El problema es que a un personaje como Juanpe, la vida lo ha golpeado demasiado pronto y demasiado fuerte, y él está casi convencido de que a lo único que puede aspirar es a sobrevivir.
¿Influye más la familia que el medio social en el desarrollo de la personalidad?
Somos fruto de todo ello sin olvidar los rasgos genéticos de personalidad. La familia es nuestro primer referente y si este falla en su labor de educarnos, querernos y protegernos sin duda tendremos que hacer un esfuerzo mayor para llevar una vida mentalmente sana. El entorno condiciona también nuestra educación y las oportunidades, incluso ahora, cuando vivimos tiempos más igualitarios que en el siglo pasado. Pero somos seres únicos, y por ello encontramos gente que ha salido adelante en condiciones que a priori eran muy adversas y gente que se hunde pese a haber tenido un entorno acomodado y una familia ‘normal’.
¿Le preocupa especialmente el bullying? ¿Cómo ha cambiado en las últimas décadas?
En la novela hay dos casos, uno que se cuenta a posteriori, el de los años setenta, y otro que se vive en directo. Me preocupa porque hasta hace poco era algo que se vivía en la infancia o adolescencia y a lo que nadie hacía demasiado caso. El ‘cosas de críos’ eran expresiones habituales, como si fuera la víctima del bullying la que tenía que cambiar de aspecto, de maneras, de lo que sea, en lugar de corregir a los agresores. La evolución del acoso escolar es muy evidente: de un acoso cara a cara, físico y de contacto hemos pasado al virtual, que no tiene por qué renunciar a lo anterior, y que amplifica la amenaza y aumenta la difusión. Es más sofisticado y más humillante porque consigue congregar a más público, y el afectado o afectada se siente más indefenso, a pesar de que las políticas han cambiado y ahora se ve como un problema real. En cualquier caso, los efectos a largo plazo son bastante graves: desconfianza, dificultad de relacionarse, soledad, depresión…
El narrador muestra un gran amor hacia los personajes. ¿Se debe a que usted conociera el escenario que describe?
Supongo que si abordas un tema en serio y creas unos personajes que son de carne y hueso acabas tomándoles cariño. Yo intento siempre empatizar con todos ellos, incluso con los más negativos: ponerme en su lugar y comprender, que no justificar por qué hacen lo que hacen. No me gusta juzgar a los personajes ni las novelas que intentan enviar un mensaje que esté exento de dudas. Es el lector quien debe sacar conclusiones, no el autor imponer sus tesis. El escenario era muy importante, pero no necesariamente me inspiraba amor hacia los personajes o los hechos, quizá sí cierta nostalgia y el deseo de contar una vida de barrio que ya no existe tal y como la vivimos en los setenta.
¿Para trazar el retrato de los adolescentes se ha basado en sus recuerdos o en los chicos de hoy?
Ambos. Es evidente lo mucho que han cambiado los adolescentes, sobre todo en su relación con sus padres, pero hay algunos elementos que se mantienen porque forman parte de esa edad: la inseguridad, la necesidad de ser aceptado, arrebatos que pasan del desafío a las reglas a la búsqueda de consejo y protección. En eso no son tan distintos a los adolescentes del siglo pasado.
¿La intriga es esencial para enganchar al lector?
Ayuda mucho, aunque el lector puede engancharse también a una manera de contar, a un estilo, a una historia… Pero toda novela debe proponer un conflicto, y la resolución de ese conflicto genera necesariamente una cierta cantidad de intriga. En Tigres de cristal el misterio no pivota tanto en ‘quién lo hizo’ sino en los detalles que rodearon al crimen, cuyos autores conocemos desde casi el inicio de la novela. Nos interesa eso y también lo que harán luego, treinta y siete años después, cuando sus destinos vuelven a cruzarse. En realidad, mi objetivo era que nos interesaran ellos, los personajes, sus actos y sus decisiones, buenas o malas, y a los hechos que provocan en las vidas ajenas.
Bel Carrasco
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