el arte de los analfabetos

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‘El arte de los analfabetos’, de Kevin Castellano y Edu Hirschfeld
Con Antonio Castaño y Kevin Castellano
56′, España, 2024
Producen: Inaudita y Pasarela
Sección ‘Òrbites’
39º Cinema Jove

‘El arte de los analfabetos’, documental dirigido por los cineastas valencianos Kevin Castellano y Edu Hirschfeld, y producido por el dos veces nominado a los Premios Goya 2024 Jorge Acosta, tuvo su estreno en la 39ª edición de Cinema Jove.

A modo de road movie, el documental recrea el viaje a pie que hizo Antonio desde València hasta los Pirineos, con solo 8 años. 75 años después, Kevin acompaña a su abuelo, cámara en mano, para rescatar sus memorias y esculpirlas en el tiempo.

El arte de los analfabetos es, sin duda, el arte de contar historias, y en el caso de Antonio, es también el arte de caminar. En sus ojos trémulos recorriendo el paisaje se ve reflejada una generación: los niños nacidos en la posguerra, la generación del hambre. Como dice Antonio, su vida no sería una película de acción, sino “de hambrión”. Luego, se ríe con su propia ocurrencia y busca miradas cómplices.

El arte de los analfabetos
Kevin Castellano y Antonio Castaño en un instante del documental.

El documental de Castellano y Hirschfeld –quienes ya habían dirigido juntos el corto ‘Cuando haces pop’ ( 2021) y estrenan, igualmente, este 2024 el cortometraje ‘Capitanes’– es un encuentro entre el recuerdo y la reflexión, entre la memoria histórica y la narrativa personal.

La película surge de una doble motivación: por un lado, del deseo de Kevin de continuar las memorias de su abuelo, plasmadas en un diario íntimo; por otro, Castellano, cineasta emergente recién asentado en Madrid, necesitaba un impulso para confiar en su proyecto personal: “Pensaba en mi abuelo, que consiguió aguantar hasta los 24 años viviendo en la calle y, al final, lo consiguió, construyó una familia, montó una empresa y le ha ido muy bien. Necesitaba contar su historia para impulsarme a mí mismo. Si él ha aguantado con menos recursos, yo también”.

Aunque Antonio haya pasado su infancia deambulando y sin escolarización, el hombre aprendió a leer y a escribir de manera autodidacta. “Con 14 años, se compró un libro mixto de cultura general y se lo aprendió él solo”, nos cuenta Kevin. “Transcribimos los diarios de mi abuelo, cogimos un mapa militar donde aparecen pueblos que no aparecen ni en Google Maps y, directamente, nos lanzamos a rodar”.

Antonio se crió solo con su padre, un hombre pobre, sin recursos y sin familia. Vivían en unas cuevas en el lateral del río Turia. Con 8 años, su padre decide ir a buscar trabajo al norte, en Pamplona, y el único medio de transporte accesible eran sus piernas. Recorrieron pueblos remotos de la Comunidad Valenciana, Cataluña y Aragón. “Ahí no iban ni los buitres y fui yo”, declara Antonio en el documental.

En su momento, supuso un episodio traumático, pero ahora le vemos risueño, con el espíritu de un niño que se divierte entre los campos. La narración va alternando imágenes recogidas con una cámara de cine, donde se aprecia la belleza del paisaje, con una videocámara de cinta que recoge el proceso creativo y psicológico del director, así como una basta selección de imágenes familiares de archivo.

Antes, era la oralidad la manera de transmitir el conocimiento; la escritura para quien tenía la suerte de saber leer y escribir. Pero ahora tenemos al alcance de la mano estos dispositivos que congelan el tiempo con un click. En el documental, Antonio dice que el cine sirve para aprender y para entretenerse. Su nieto, Kevin, lo entiende como “el arte de esculpir en el tiempo. Capta el presente, pero a la vez es eterno”.

No sé si estamos obsesionados con la eternidad, obstinados en luchar contra las consecuencias del paso del tiempo (la muerte, la vejez, la deterioración, el olvido). O, tal vez, nos sentimos responsables de conservar, nosotros que podemos, las historias de nuestros mayores. Pero hay una pulsión por mirarnos en sus vidas y saber que su mayor legado somos nosotros mismos.