Feria Internacional de Arte Contemporáneo
ARCO 2015
No resulta fácil hablar de Arte ¡con alguien! si no fijas primero un concepto definitorio. De lo contrario, como ya sabemos todos, hablar de Arte ¡con alguien! puede convertirse en un diálogo de besugos; o por ser más finos: en un diálogo propio del hall de la Torre de Babel. Ese concepto definitorio, cómo no, sólo puede ser uno: ‘qué es Arte’ (y no tanto ‘qué es el Arte’).
Lógicamente se trata de una cuestión angular en la Historia y en la Historiografía. No hay tiempo para detenernos en este extenso y farragoso asunto, así que después de una elipsis explicativa acerca de la evolución de las posibles respuestas sólo me cabe señalar un asunto que a mí particularmente me sorprende. A saber: que aún hay quien pone en duda el aserto que reza, ‘Arte es lo que la Institución señala como tal’. Y quien dice Institución dice mundo del arte; Sistema Arte.
Es decir, aún hay quien cree que un producto adviene Arte exclusivamente por un tipo de merecimiento propio del producto que lo logra (por señalamiento de la Institución, se entiende), un merecimiento por tanto directamente relacionado con la esencia misma de lo que Arte significa. O dicho de otra forma: aún hay gente que cree (yo diría que todos los ‘afortunados’ componentes del mundo del Arte) que los productos que son Arte lo son con independencia de que la Institución los haya señalado y acogido. Y por tanto esos productos son Arte a partir de un acto de Justicia Suprema.
Hace un par de semanas tuvo lugar ARCO y en esta misma revista y el blog que al final del artículo aparece se dio cuenta de ello. Ahora ha caído en mis manos un magazine que contiene una entrevista a su director, Carlos Urroz. Juan Carlos Rodríguez es quien la realiza. A continuación una de las preguntas con su respectiva respuesta:
Pregunta. ¿Sigue escuchando el típico comentario despectivo ‘esto lo hace mi hijo’ ante una obra supuestamente banal?
Respuesta. Pues qué suerte tienen con su hijo, ¿no? [Risas]. Ya no se escucha tanto. Hay gente que siempre cuestiona el valor pecuniario de algunas obras, pero luego se revenden en subastas por el doble. Los ladrillos de Carl André, por ejemplo, que causaron risa cuando los compró la Tate Gallery en los 70, hoy cuestan una fortuna en subastas. Luego el tiempo da la razón al valor de las obras de arte.
Analicemos fragmentariamente:
«Pregunta. ¿Sigue escuchando el típico comentario despectivo ‘esto lo hace mi hijo’ ante una obra supuestamente banal?»
Como podemos ver el periodista está en el ajo del asunto. De otra forma no habría usado el término «supuestamente». Es decir, no existe la posibilidad real de que algo mostrado desde la Institución Arte pueda ser banal. Y el periodista o lo sabe o hace como que lo sabe. De esta forma, el «supuestamente» no puede ser sino una forma (sumisa o no) de complicidad ante la Institución. No es posible la banalidad en el Arte; por tanto la banalidad sólo puede ser supuesta. Así pues, o se está en el ajo o se está en el hall de la Torre de Babel.
«Respuesta. Pues qué suerte con su hijo, ¿no? [Risas]»
Las risas son lo importante de la respuesta. Y las risas sólo dan cuenta de que la sumisión del periodista resulta absolutamente necesaria. Cuestionar la autoridad de la Institución sólo podría entenderse como una muestra de ignorancia supina. El Arte sólo puede ser banal de forma supuesta, hipotética; es decir, no puede ser realmente banal bajo ningún concepto. Cuestionar un producto señalado por el Arte -señalando su banalidad- es estar contra el Arte, y no se puede estar contra el Arte… desde el Arte. No hay obras de Arte banales, sólo productos que son banales precisamente por no poder ser Arte.
«Hay gente que siempre cuestiona el valor pecuniario de algunas obras, pero luego se revenden en subastas por el doble.»
¿Gente? ¿Qué gente: los que creen en la posible banalidad de algunos productos artísticos? ¿O los que habiéndose interesado por una pieza concreta discuten el precio? Y lo de que «luego se revenden en subastas por el doble» es directamente falso. O mejor, se trata de una afirmación que además de falsa resulta fraudulenta. Sólo un porcentaje increíblemente despreciable de obras cuestionadas por su precio puede llegar a venderse en subasta por el doble. Por lo tanto resulta tan legítimo como higiénico que la gente cuestione el valor pecuniario de algunas obras.
«Los ladrillos de Carl André, por ejemplo, que causaron risa cuando los compró la Tate Gallery en los 70, hoy cuestan una fortuna en subastas.»
Los ladrillos no causaron risa; causaron perplejidad y desconcierto (sobre todo en la gente que cree en la posible banalidad de algunas obras de Arte, es decir en gente ajena a la Institución Arte). La compra de la Tate tampoco causó risa; causó polémica. El motivo por el que el precio de los ladrillos creciera exponencialmente es precisamente ése: que fueran comprados por la Tate Gallery. Así se configura un mundo, el del Arte, que para SER necesita más del asunto pecuniario que del asunto de la excelencia. Cuando los mejores museos y los coleccionistas más ricos comparten producto resulta muy difícil no especular. Pero siempre cabe la posibilidad de una Opa Hostil. Depende de que existan intereses aún mayores y que contengan un ansia de poder más grande todavía. Quien conoce la historia de Sandro Chia con Saatchi and Saatchi lo sabe.
«Luego el tiempo da la razón al valor de las obras de arte.»
Las obras de arte ni llevan razón ni dejan de llevarla, ¡tontaina! Lo único que cuenta aquí son las cantidades de dinero con las que se «juega». ¡Dinero! ¡Arte! ¡Y palabrería a manta!
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