El homónimo del galáctico Dean Wareham.
Asumo con dignidad que calificar al neoyorkino DEAN WAREHAM (neozelandés de nacimiento para mayores señas) como uno de los artistas más interesantes de los últimos veinticinco años de la historia del rock puede dar pie a pensar que el que suscribe es un bicho raro, cosa que no voy a negar, aunque todo sea dicho, no creo que sea el único que opine de este modo. Y es que aquí uno siempre tuvo en un altar y fue muy fan, a mucha honra, de Galaxie 500, con aquella gloriosa trilogía cósmica entre 1988 y 1991, y de Luna, especialmente de sus primeros discos entre el 92 y 95, dos grupos de culto que curiosamente en los últimos años, gracias al boom de Internet, han obtenido un mayor y, por qué no decirlo, justo reconocimiento.
La cosa no quedó ahí para el ínclito de Dean. Otros proyectos como Cagney and Lacee con Claudia Silver en el 97 o el duo Dean & Britta, tras el final de Luna, serviría de ensamble artístico junto a su esposa Britta Philips a lo largo de la primera década del S.XXI.
A todo ello vino a sumarse en el pasado 2013 un MiniLp titulado “Emancipated hearts” que, en cierto modo, sin tratar de ser un producto pretencioso, vino a decir que aquí estaba DEAN WAREHAM, en solitario, vivo y coleando, con nuevas aspiraciones, propósitos y planes a sus espaldas.
Y llegamos al presente 2014, y con él un álbum homónimo donde deja bien demostrado el permanente estado de creatividad de esta auténtica institución del pop-rock alternativo. He de declarar sinceramente que con esa injusta tendencia a infravalorar inicialmente aquellos artistas del rock que llevan mucho tiempo en la materia (me autoflagelaré si es preciso algún día), no esperaba que me entusiasmara mucho «Dean Wareham». Error, y de justicia es decirlo. Este disco es una gozada de cabo a rabo, y además apunta fuerte para estar entre lo más selecto del año en curso. Qué buen sabor de boca deja, como la sensación a flúor que se siente después de comer al lavarse los dientes. Es de esos artefactos musicales por los que no entran ganas de dejarlos reposar sino más bien de volverlo a escuchar, como una necesidad vital, una y otra vez más, de forma cíclica.
No se trata de un álbum extenso, ni siquiera en minutaje. Posee nueve cortes donde la morralla brilla por su ausencia y donde ha contado con la producción de Jim James, el líder de My Morning Jacket, cosa que se nota en algunos matices cercanos al country rock americano o en efectos repletos de calidez sonora. También en la parte instrumental y en los arreglos vueve a acompañar su mujer Bretta. Pero lo que destaca por encima de todo es ese distintivo de Mr.Wareham que lo hace tan atractivo y auténtico, hablamos por supuesto de unas bellísimas melodías con un poso melancólico, con un sosegado ritmo de la guitarra y con una voz que en más de una ocasión parece que vaya a resquebrajarse o a emitir un desacertado gorgorito. Una vez más, y van demasiadas, suena moderno, vanguardista como pocos.
Abre el disco un temazo que nos pone en guardia, «The dancer disappears», en la que a mi gusto mejora con creces muchas de las actuales propuestas de caracter neopsicodélico sin dejar de lado ciertas connotaciones del pop o del country. Por su parte «Beat the devil» es de un preciosismo exagerado, donde la solera y el sedimento del mejor Dylan setentero proporcionan un nuevo sentido innovador a un pop-folk de tonalidades sixties. Y si hablamos de «Heartless people» estamos ante una caricia cósmica que se aproxima a la grandeza de un clásico como Nick Drake.
Después, con «My eyes are blue» o con «Holding pattern» nos acercamos a los parámetros más «lunáticos» mientras que una balada como «Love is not a roof against, the rain» posee una entrañable ternura especial y espacial.
El trío de cortes con el que finaliza el disco es de ensueño. «I can only give my all», la más enérgica, con un in crescendo vertiginoso de intensidad sonora.«Babes in the wood» me parece la que más se acerca del disco a las virtudes «galácticas» de los primeros tiempos, con su velvetismo elegante, atemporal y renovador, ese que tanto los singularizaba y distinguía. Todo acaba con la joya de la corona, un broche de oro, unos suspiros en forma de coros, unas atmósferas hipnóticas y allá que va «Happy & free», megatemazo de orfebrería sideral como gran colofón de este magnífico trabajo, ese que guarda otra vez más en la trayectoria de Dean Wareham el secreto y las claves de la herencia de Lou Reed y su Velvet o de Tom Verlaine y su Television.
JJ Mestre
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