#MAKMAArte
‘El gran experimento’, de Miguel Ángel García
Comisaria: Isabel Durán
‘Visiones críticas: arte y antropología’
Exposición coorganizada con la Dirección General de Acción Cultural del Gobierno de Cantabria
Museo Nacional de Antropología
Alfonso XII 68, Madrid
Hasta el 12 de marzo de 2023
No dejaba de darle vueltas a ‘Imperios de crueldad. La antigüedad clásica y la inhumanidad’, de Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña –por su discutible tesis de que la compasión cristiana, empatía para los diabéticos, terminó con la inhumanidad en el mundo antiguo, porque es un sentimiento de clara factura hebrea–, cuando se abre la exposición ‘El gran experimento‘, de Miguel Ángel García, en el Museo Nacional de Antropología de Madrid.
Un título apropiado del programa de inserción laboral realizado por el Gobierno británico entre los años 1835 y 1918 en la isla Mauricio, que transportaba personas de las colonias a esa isla, con un servicio low cost que debían amortizar con cuatro años de trabajos forzados para, una vez ganada su libertad, insertarse en la cadena del resto de asalariados; y así demostrar a los esclavistas que era más rentable el asalariado que el esclavo.
La exposición surge de una residencia obtenida por Miguel Ángel García en aquella isla, y a ella ha dedicado los últimos cuatro años para poder acercarnos al fenómeno de la esclavitud en todas sus dimensiones y tiempos, también el actual, en el que persiste este fenómeno que no queremos ver, tal vez para evitar reconocernos en nuestro pasado.
En el MNA reflexionamos actualmente sobre la lacra esclavista con la exposición ‘El Gran Experimento. ¿El fin de la esclavitud?’ y el programa de actividades que llevaremos a cabo durante la primera quincena de febrero, ‘Un mundo sin cadenas’. Pronto daremos más detalles👉👀 pic.twitter.com/SMkSgsyBzs
— Museo Nacional de Antropología (@MNdAntropologia) January 27, 2023
La muestra se estructura en varios actos: ‘Un dulce sabor’, ‘El viaje’, ‘Bajo los árboles’, ‘Un aire colonial’, ‘Pintada está mi casa’ y ‘La última frontera’; a través de los que este artista, de fuerte impronta fotográfica, nos contagia las atrocidades del fenómeno de la esclavitud.
Solo la lona que recibe al visitante a las puertas del museo, que yuxtapone una embarcación con migrantes del siglo veintiuno a un barco negrero del dieciocho (los que comerciaban con esta mercancía en la ciudad desde la que escribo la anotaban en su contabilidad como “ébano negro”, porque el lector debe saber que España fue la última nación europea en abandonar el comercio de esclavos y continuó haciéndolo de manera ilegal durante mucho tiempo; hoy, por ejemplo, bajo el fenómeno de las pateras, con que nos impacta Miguel Ángel García desde esta lona), como detalla el viaje.
Todo comienza con ‘Un dulce sabor’, uno de los fenómenos que más ofende a la razón, y a nuestra humanidad, porque las tertulias de los cafés europeos se endulzaban con el fruto de la esclavitud, la fuerza del trabajo forzado que ponía en marcha todos los ingenios caribeños, como los de la propia Isla Mauricio, dedicados al refino de la caña con que espolvoreábamos nuestros cafés o tés, al gusto de cada cual.
Y continúa de otra manera, porque toda la industria del entretenimiento de los Estados Unidos de América se asienta sobre la trata de personas, como hemos descubierto a raíz del movimiento #MeToo, y no debe sorprendernos por tratarse de un país cuyo delito de origen es la falta de respeto a la dignidad humana, como nos recuerda #BlackLivesMatter.
‘Bajo los árboles’, tal vez uno de los pasajes más duros, documenta los intercambios de esclavos en el lugar de su subasta, después refugio y descanso tras las agotadoras jornadas de trabajo, antes de conseguir una choza, y en el que podían ser ajusticiados por el capricho supremacista, como se atrevió a cantar Billie Holiday en ‘Strange Fruit’ (1939). Pero aún resulta más desolador que en los propios árboles se llevase la cuenta de los esclavos vendidos clavando sendas puntas por cada uno de ellos, un gráfico palmario de la violencia y el seguro analfabetismo de quien contaba.
Pero si creíamos haber comprendido el fenómeno histórico en su completud, el autor nos enfrenta en ‘La última frontera’ a nuestra realidad, en la que encontramos personas víctimas de la trata, también para el entretenimiento, sobre todo masculino, y que pocas sociedades han sabido atajar con la energía de Suecia, donde el consumidor de prostitución es condenado de manera muy severa; apuntar esta solución en un país como España, tercer abusador de prostitución en el mundo, no parece una prioridad.
Pero no solo eso, a cada poco afloran casos de empleadas del hogar que se han visto secuestradas por sus empleadores, sobre todo para ayudar a ancianos o, estos días en que todo el mundo habla del bot implementado por inteligencia artificial de la empresa OpenAI, no podemos ignorar que su código es depurado por empleados kenianos a 2 dólares la hora, en un trabajo en el que se ven sometidos a todo tipo de vejaciones, que en muchos casos devienen desórdenes psicológicos.
Pero Miguel Ángel García denuncia, sobre todo, el tráfico de órganos que subyace a nivel mundial y sobre el que aporta distintos datos en forma de intercambios postales en Internet; estos días salía a relucir que dos españoles trataron de adquirir órganos en el mercado ilegal. La relación de los titulares que García extrae con preguntas, ofertas, búsquedas de intercambios, consecuencias vitales, nos presenta un comercio ilegal que abusa de la pobreza que siempre empuja a tomar decisiones que no deberían encontrarse entre las acciones posibles, como tampoco puede estarlo la prostitución, por muy libre que se declare la persona que la ejerza.
Porque mientras no abracemos la compasión, como único antídoto contra la cosificación del otro, la esclavitud no será erradicada.
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