El hombre tranquilo, de John Ford
Sala Luis G. Berlanga del IVAC-La Filmoteca
Plaza del Ayuntamiento, 17. Valencia
Del 12 al 14 de julio
Aprovechando el pase en la Sala Luis G. Berlanga del IVAC-La Filmoteca de la copia recientemente restaurada de la película El hombre tranquilo (1952), de John Ford, parece oportuno recordar algunos de sus momentos más celebrados. Escenas, muchas de ellas duras, que siguen levantando ampollas ideológicas en un espectador que, sin embargo, las disfruta subjetivamente. Para seguirle el rastro a esa contradicción nos valdremos del artículo de Luis Martín Arias, profesor de la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid, en el último número de la revista Trama y Fondo, que lleva por título La violencia y lo simbólico.
Uno de esos momentos duros, revelador de la contradicción entre el pensar y el sentir del espectador que acude a ver El hombre tranquilo, es aquel en el que Sean Thornton (John Wayne) arrastra por el suelo contra su voluntad a Mary Kate Danaher (Maureen O’Hara) desde la estación de tren hasta el pueblo, Innisfree, para entregársela con violencia al hermano de ésta, “Red” Will (Victor McLaglen). Lo inasumible de la situación, incluidos sus “machistas” diálogos, ya lo fueron en el momento de su estreno, como lo demuestra el hecho de que uno de los carteles de la película transformara el violento arrastramiento de Mary Kate a manos de Sean Thornton, por el más amable traslado en brazos, que hiciera soportable la cruda situación recreada en el filme.
Para intentar dar cuenta de esta contradicción, entre lo que pensamos (ideología) y lo que sentimos (subjetividad), Martín Arias recurre a la gnoseología, es decir, “un pensamiento lo más certero posible, que permita dar cuenta de la realidad y verdad de nuestra experiencia; que no la niegue ni se coloque de espaldas a ella”. Y para alcanzar este logro, lo primero que hace es preguntarse por la violencia que nos constituye en tanto seres humanos habitados por ella. Interrogación que viene a centrar el debate en torno a la cuestión de si tal violencia “puede (y debe) llegar a eliminarse totalmente”; fantasear con el hecho de su completa eliminación en las relaciones sociales y personales. Porque si es así, advierte Martín Arias, la violencia denegada mediante esa fantasía imaginaria “vuelve, en lo real, incrementada e incontrolable”.
De ser esto así, habría que distinguir entre unos tipos de violencia “descontrolada, ciega y destructiva” (en dos de sus manifestaciones más características, la de “género” y la de carácter “político”), y aquellas otras que permiten su gestión “subjetiva y social” y, por tanto, “comparecen como más manejables y productivas”, como sucede en la secuencia anteriormente aludida, cuya violencia se desata en el marco de una comunidad que permite su canalización simbólica. De ahí “la emoción producida por la contemplación de un amor que se hace, ciertamente, posible ante nuestros ojos”.
Para que esto último ocurra, insiste Martín Arias, “debe mediar una gestión social, si bien no política, que sólo se hará posible a través de determinados ritos y mitos, los cuales permitirán, finalmente, la articulación simbólica de eso tan real que hay siempre (en tanto que energía pura que se desata pulsionalmente) detrás de la violencia humana”. En el caso de El hombre tranquilo, se trataría de comprobar cómo el texto hace posible ese trabajo de simbolización de la ineludible violencia, “que habita en el espectador, y que está inevitablemente ligada a la experiencia sexual, por mucho que la ideología dominante haya construido un discurso negador; un discurso alienante que permite delirar la imaginaria existencia de una hipotética sexualidad que se desarrollaría completamente al margen de toda violencia”.
En cualquier caso, la película se desarrolla precisamente en ese marco de “sexualidad sin violencia” donde se inscribiría la fantasía “pacifista” o “buenista” que se construye Sean “para convencerse a sí mismo: él es un civilizado americano, un personaje moderno, que cree posible su relación con Mary al margen de toda manifestación violenta”. Sin embargo, en el fondo de las relaciones humanas late otra cosa: “El acto sexual conlleva siempre…una cierta dosis de violencia, la que debe ejercer un cuerpo sobre el otro”. Ahora bien, subraya Martín Arias, “lo que la gestión simbólica de esta violencia real busca es hacerla compatible con la dignidad humana”.
El hombre tranquilo, que el IVAC-La Filmoteca de Valencia proyectará en tres pases los días 12, 13 y 14 de julio, es una película singular para hacerse esas y otras muchas preguntas. Lo que hace Luis Martín Arias en su artículo La violencia y lo simbólico es destapar todas ellas, tras su ocultamiento ideológico en forma de corrección política que, sin duda, ofrece respuestas confortantes a una cuestión como la de violencia para la que se requieren planteamientos de mayor calado existencial.
Salva Torres
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