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El Mediterráneo ¿feliz? de Sorolla | Salva Torres
MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2023
“Si te fijas bien en lo que pinta, verás que pinta siempre gente trabajando: marineros que sacan la barca, los bueyes; las pescadoras que venden el pescado. También hay niños bañándose, porque hay momentos de placer, pero todo son sufrimientos”.
Lo dice el escritor Manuel Vicent refiriéndose a la pintura de Joaquín Sorolla, por el que le preguntamos aprovechando su participación en el Festival Fronteras que tuvo lugar en el Palau de les Arts de València el pasado mes de febrero. “Él pinta el trabajo al lado del mar y después de esa realidad tan brillante, con esas luces amarillas, doradas, blancas, siempre hay un sufrimiento y un furor por vivir”.
Esa mezcla de padecimiento y arrebato vital es lo que caracteriza, según Vicent, la pintura de Sorolla. De manera que el Mediterráneo feliz, alumbrado por una luz placentera, con el que se asocia al genio levantino, posee a su vez otra cara menos amable igualmente aflorando en las obras de quien mostraba, “debajo de su aparente costumbrismo”, el latido de “una filosofía existencial”.
Esto último lo apunta el autor de ‘Son de mar’, con motivo de la exposición ‘En el mar de Sorolla’, que acogió durante 2023 el Museo Sorolla de Madrid y que él ilustra narrativamente. “Ser feliz qué es”, se pregunta el escritor, cuando se lo planteamos a raíz de esa supuesta felicidad en los cuadros del pintor valenciano.
“Pues ser feliz es no darse cuenta de que eres feliz. La felicidad es la ausencia de dolor, pero más incluso que esta ausencia de dolor es una armonía vital que impide darte cuenta de que eres feliz”, responde quien recientemente ha publicado ‘Retrato de una mujer moderna’, sobre la figura de Concha Piquer, cuyas coplas también contenían esa mezcla de lirismo y desgarro presentes, bajo formas plásticas, en los cuadros de Sorolla.
Música y pintura que Vicent liga al hablar de las tablillas y cartones sobre las que el artista valenciano pintaba “con una rapidez voluptuosa”. “Sorolla las llamaba notas de color”, apunta el novelista para subrayar cómo la palabra notas nos puede llevar “a imaginar una partitura llena de corcheas, fusas y semifusas”. Y añade: “En realidad, esas notas de color tienen en su interior un ritmo secreto musical. Son como los impromptus de Bach, ejecutados como el pianista que ejercita los dedos en el piano”.
La luz en los cuadros de Sorolla, dispuesta para que el Mediterráneo acoja a niños, hombres y mujeres como si fueran mortales a punto de fundirse alegre, tristemente, en sus aguas, esa luz, a juicio de Manuel Vicent, posee la tensión de los opuestos abrazados en misteriosa síntesis.
“La luz es la forma y una contradicción en sí misma, porque dentro de una luz blanca hay una luz negra que te ofusca; dentro de un sí hay un no y dentro de un no hay un sí. Sorolla descubre la luz como la forma de todas las cosas”, señala el escritor, después de haber mantenido un encuentro con el público en Les Arts y dialogado con la cantante Sole Giménez sobre las relaciones entre música y literatura.
“Al principio, como tenía tan prodigiosa mano, se creía que era superficial, hasta que se han dado cuenta que lo más profundo, como decía Paul Valery, es la piel”, continúa diciendo Vicent, aspecto éste que desarrolla en el catálogo de la exposición ‘En el mar de Sorolla’, de quien dice haber aceptado “pintar la contradicción de la luz como un desafío”.
El propio Manuel Vicent se reconoce imbuido de esa misma contradicción, nacida de la inocencia vinculada con la dicha del mar y sentida el verano en que comenzó la Guerra Civil española. “Tal vez en mi inconsciente se produjo la contradicción entre la belleza y el horror como partes de un único predicado”, trayendo de nuevo a colación esa “luz blanca deslumbrante” en cuyo interior “hay una luz negra que te ciega”.
Y concluye: “Esta dialéctica estética entre contrarios me ha acompañado siempre y llegado el caso me ha servido para penetrar en el significado profundo que contiene esa lucha contra el mar que establece la pintura luminosa de Sorolla”.
Luminosidad que, a principios del siglo XX, fue objeto de duras críticas por parte de quienes entendían más propia la oscuridad, a la hora de dibujar el perfil de aquella España derrotista. “En contrapartida Sorolla promulgaba el optimismo derivado de la explosión de la luz que expresaba la alegría de vivir bajo el poder de los sentidos”.
El Mediterráneo de Sorolla, aparentemente caracterizado por las aguas limpias, cristalinas y transparentes que otorga la luz blanca, emerge de pronto como un mar donde también cabe la oscuridad atribuida al Cantábrico de Miguel de Unamuno, por entero entregado a la defensa de la pintura de Ignacio Zuloaga.
“[Unamuno] Creía que en este litoral del Mediterráneo habitaba una gente frívola, hedonista, superficial e incluso pagana. Al parecer, este filósofo enredado en el sentimiento trágico de la vida era incapaz de imaginar que en la pintura de Sorolla había un paganismo natural que también era una filosofía no menos profunda”, señala Vicent.
Un Mediterráneo, por tanto, más cómico que dramático –al sentir unamuniano–, que da pie a una última reflexión de Manuel Vicent en torno a las propias diferencias entre el género de la comedia –tradicionalmente vinculado con el simple entretenimiento– y el más noble drama.
“La comedia toca más teclas que el drama. El drama es casi unidimensional, mientras que la comedia tiene dramas dentro, tiene humor, tiene tristeza. Tiene más pliegues la comedia. Más pliegues psicológicos”, concluye quien asegura haber visto con nitidez, en el mundo estético de Sorolla, “el fondo de ese Mediterráneo como mar interior que uno lleva en la memoria”.
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico, en noviembre de 2023.
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