Shakespeare en Berlín, de Chema Cardeña
Sala Russafa
C / Dénia, 55. Valencia
Hasta el 17 de febrero de 2019
William Shakespeare ya lo advirtió siglos antes de que Chema Cardeña lo situara en el Berlín del nazismo: “Sabemos lo que somos, pero no en lo que podemos convertirnos”. Para responder a la pregunta ¿cómo fue posible tal horror?, ya sea el desencadenado en la Alemania de Hitler o en cualquier otro lugar agitado por idéntica cerrazón de ideas, el sociólogo Zygmunt Bauman, en su libro Modernidad y Holocausto, acude a Herbert Kelman. Este profesor austriaco de ética social apunta que las inhibiciones morales contra las atrocidades violentas disminuyen cuando se dan tres condiciones.
La primera, señala Kelman, es que la violencia esté autorizada “por unas órdenes oficiales emitidas por los departamentos legalmente competentes”. La segunda, que las acciones estén dentro de “una rutina creada por las normas del gobierno”. Y la tercera, que las víctimas de la violencia estén deshumanizadas “como consecuencia de las definiciones ideológicas y del adoctrinamiento”. Chema Cardeña, preguntándose lo mismo que Bauman, Kelman y tantas otras personas sorprendidas por semejantes estallidos de violencia masiva, la pone en escena en su exitosa Shakespeare en Berlín.
“La estrenamos en 2016 en la Sala Gaudí de Barcelona y llevamos ya tres temporadas de gira”, señala Cardeña, sorprendido por lo que “ha cambiado el mundo en tres años”. Después de su estreno, volvió a la capital condal precisamente el 1 de octubre de 2017, fecha de celebración de la polémica consulta popular para decidir el futuro político de Catalunya. “Si Shakespeare en Berlín ya tenía fuerza en su momento, ahora ha ido cogiendo vigor después de todo lo ocurrido”, apunta el autor de una obra galardonada con el Premio de la Crítica Literaria Valenciana 2018, que hasta el próximo domingo se representa en la Sala Russafa de Valencia. Después proseguirá su gira por ciudades del País Vasco, Asturias, Comunidad de Madrid, Extremadura y Castilla y León.
“No quería hacer un panfleto, ni juzgar a nadie, sino mostrar la vida de gente anónima que vive algo tan tremendo como lo que pasó en Alemania”. Para ello, Cardeña se mete en la piel de Leo, un actor de ascendencia judía, amigo del fotógrafo Martin, encarnado por Juan Carlos Garés, y de la cineasta Elsa, que interpreta Iria Márquez. Amigos que se irán distanciando por culpa de una ideología nazi que favorece a la pareja, en tanto alemanes, y persigue a Leo por su condición de judío. La pareja se dejará llevar del ambiente pro nazi, dando la espalda al amigo, al que acusarán incluso de complicarles la vida con sus inoportunas visitas a casa en busca de auxilio.
Cardeña se refiere a la “banalidad del mal “ que acuñó la ensayista Hannah Arendt, para explicar la conducta de la pareja protagonista en su obra. “Aceptan el régimen utilizando la famosa excusa de que solo hicieron lo que se les ordenó. El yo no sabía nada, no vale”. Y añade: “No aprendemos, aquello que pasó volvería a ocurrir”. De hecho, se muestra sorprendido por lo que de forma larvada ya está gestándose en muchos lugares de Europa, incluida España. “Desde [Donald] Trump, el mundo ha entrado en un bucle extraño que no sé adónde nos lleva”.
¿Los populismos y los nacionalismos van de la mano? Cardeña piensa que hay un “maniqueísmo claro” en todo ello. “El populismo está imbuido de algo visceral, que lleva al supremacismo, la xenofobia y el odio. No entiendo que se utilice la patria como bastón con el que pegar a la gente”. Y añade: “El nivel cultural se resiente mucho cuando entra lo visceral”. Por eso dice que no le sorprende lo ocurrido en Alemania, un país culto y muy desarrollado. “Solo podía pasar en un país que hace las cosas a la perfección. De ahí las fábricas de exterminio construidas para destruir un pueblo entero”.
Un audiovisual de Javier Marcos sirve para completar la escena, mostrando imágenes documentales que contextualizan lo ocurrido durante el nazismo. “La gente joven desconoce lo sucedido y las imágenes ayudan a situarles en aquel momento. No quería imágenes de guerra, sino que se viera lo que ocurría en la calle con el incendio del Reichstag o durante la noche de los cristales rotos, con los guardias de asalto maltratando a judíos en plena calle. Javier ha buscado en archivos, hasta el punto de que hay imágenes inéditas”, subraya Cardeña.
En el audiovisual participa el actor Juan Mandli interpretando al judío Leo, que rememora los hechos desde Buenos Aires en 1966. Su postura es la del espectador igualmente contrariado con lo sucedido años atrás. “Se puede extrapolar igualmente a la actualidad, porque hay paralelismos evidentes. La ultraderecha está en Holanda, en Austria, en Hungría… Y hay gente que se deja seducir por ella. Somos bastante estúpidos”.
¿Shakespeare en Berlín puede ayudar a remover conciencias? “Me encantaría que sirviera. Hay gente que de hecho coincide a la hora de advertir esos paralelismos y sale del teatro muy concienciada, por la emoción y la reflexión que suscita. ¡Ya me gustaría que el teatro tuviera ese poder!”, admite Cardeña, que ha ido madurando la obra durante 20 años atraído por esa banalidad del mal que pone en escena y que le valió también diversas candidaturas a los Premios Max como Mejor Espectáculo teatral y Autoría, además de su nominación como Mejor Actor de Reparto.
“Que Shakespeare apareciera en el título lo tenía desde el principio claro. Es lo único que queda puro en medio de esa barbarie”. Su personaje acude a él en diversos momentos de la obra, con el fin de preservar el arte del genial dramaturgo inglés, incluso en tiempos de cólera. “Tampoco quería un final en el que hubiera buenos y malos”, subraya Cardeña. Un final, en todo caso, muy shakespeariano que da pie al remate final por parte del espectador. Un espectador que termina haciéndose eco de las palabras del propio autor de Hamlet: “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.
Salva Torres
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