El rock no está muerto, ni morirá en la década de los 20
Juanjo Mestre (es comentarista e informador musical)
MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2020
Así, como quien no dice nada y casi sin darnos cuenta, han pasado dos décadas del siglo XXI. En estos veinte años no creo que haya mucha gente que, entre los que seguimos con regularidad la evolución y la actualidad del pop-rock de calidad, destaquemos algún hecho relevante que haya servido de detonador para crear una nueva escena musical, un injerto suficientemente innovador o, simplemente, un hit mundial que haya podido obtener una popularidad similar a la que tenía lugar antaño en ese mundillo.
Lejano queda ya aquel primer lustro de los noventa como último exitoso bastión en el que coincidió el boom del britpop, el rock alternativo americano de bandas tipo REM, o el grunge de Nirvana. Digamos que muchos son los factores que han jugado en contra para mantener, con mucho fuego, la llama sagrada rocanrolera, empezando por la progresiva inmundicia comercial que viene dominando las radiofórmulas desde los 80, las operaciones triunfo u otros infumables shows televisivos; las consecuencias de la era digital, el declive de la industria musical tal como estaba enfocada en otros tiempos… Así podríamos divagar largo y tendido hasta hallar un montón de causas y de efectos.
Lo cierto es que, actualmente, existen más que nunca conocimientos musicales, mayor número de bandas jóvenes (o no tan jóvenes), mejor accesibilidad en la compra de instrumentos variopintos, óptimas posibilidades de grabación… Además, a tiro de piedra está para el oyente de turno acceder a cualquier contenido musical vía Internet, aunque, desgraciadamente, ello no repercuta suficientemente de forma positiva o económica en el gran abanico de compositores que poseen una innegable aptitud.
Y es que hay muchas infraestructuras, mucha profesionalización, muchos promotores e intermediarios en cada uno de los peldaños del negocio musical, muchos festivales que congregan grandes cantidades de gente… Pero, al final, la situación de los músicos que ofrecen calidad alternativa se encuentra tanto o peor que en el pasado. Y no me vale eso de que “para gustos colores”, porque, al final, cuando profundizas en algo cultural o artístico, se acercan, generalmente, las opiniones.
A todo ello habría que sumar, también, lo que podría ser considerado como detalle más importante. No parece que exista una renovación generacional suficiente entre las masas de jóvenes que conecten con las más destacables propuestas musicales, bien sean juveniles, bien sean de opciones más maduras, pero que continúan aportando casta a sus nuevas grabaciones o a sus recitales en directo. A los hechos me remito cuando resulta difícil ver a alguien menor de treinta años en conciertos de categórica distinción –detalle que choca diametralmente con similares eventos que tenían lugar hace décadas, y donde la juventud formaba el núcleo más importante en los más recomendables–.
Para colmo, ha llegado en este 2020 la pandemia del coronavirus. Si no aparece pronto una vacuna, difícilmente se podrán salvar muchos puestos de trabajo, con un sector bastante asfixiado por las obligaciones tributarias, con grandes pérdidas en salas de conciertos que denuncian el desinterés de las administraciones desde hace muchos años…
Por otra parte, la máxima de «el rock está muerto» siempre me ha parecido la mayor de las chorradas. El rock y sus derivados de calidad no pueden morir. Podrán pasar por estados de convalecencia, de decadencia…, pero apuesto que más pronto o más tarde resucitará a nivel popular. Solamente hace falta que los garitos y los medios de comunicación masivos apuesten por ello y arrastren multitudes; quizás por alguna casualidad, acaso a partir de una canción que llegue a casi todos los rincones, como las de Elvis, como las de la British Invasion, como ‘Stairway to heaven’, como ‘Losing my religion’, como ‘Smells like teen spirit’…
Proyectos musicales juveniles asentados continúan dándonos alegrías y superan con buena nota cada una de sus novedades: como el nuevo rey del soul Michael Kiwanuka; como la australiana Courtney Barnett; como Katie Crutchfield al frente de Waxahatchee; como los canadienses Nap Eyes; los americanos Car Seat Hadrest o The Lemon Twigs; los británicos The Roves; o aquí, en España, la reciente propuesta sevillana de Los Fusiles o de los valencianos Johnny B. Zero. Y, por supuesto, no nos debemos olvidar del canadiense Daniel Romano ni de los irlandeses Fontaines D.C.
Por amor a este arte, no dejemos de tener esperanza para la década de los 20. Es lo último que deberíamos perder.
Juanjo Mestre
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20, en diciembre de 2020.